Como especular no cuesta nada, las especulaciones han ganado la escena política y se suceden, unas a otras, sin solución de continuidad. Las hay de todos los colores y para todos los gustos. Tanto se ocupan del kirchnerismo como de sus opositores; de lo que estaría a punto de pasar y de lo que podría acontecer en las PASO del año próximo y en los comicios presidenciales que vendrán después. Algunas —como es lógico en un país donde se habla hasta por los codos y cualquiera se siente con pleno derecho a opinar sobre los temas más diversos— resultan verdaderamente disparatadas, afirman los analistas políticos Massot y Monteverde en su informe semanal.
En un segundo grupo se cuentan aquellas que, aun cuando sesudas (o sea, bien construidas e inclusive correctamente fundamentadas), no resisten el paso del plano teórico al práctico.
Por fin, están las que pueden ser discutidas con provecho. Repetir, por ejemplo, que el gobierno en general y los sectores más radicalizados del oficialismo, en particular, desesperados ante el final que les espera, sopesan la idea de resistirse a abandonar el poder en diciembre de 2015, es una tontería de bulto. No sólo porque no sirve en términos de la acción psicológica enderezada en contra de los K sino también porque importa un desconocimiento descomunal de la actual relación de fuerzas vigente en la Argentina.
Aunque desearan postergar su vuelta al llano, los kirchneristas de todas las observancias saben que su partida de Balcarce 50 es inevitable. ¿Cómo podrían resistir? ¿Por vía de las armas? ¿Acaso con el peso de los votos que precisamente es lo que les falta? Conviene dejar de lado los disparates.
Entre las versiones circulantes se encuentra una que vincula a la presidente con el jefe del gobierno autónomo de la ciudad de Buenos Aires. Reza así: Cristina Fernández, copiando en cierta forma el modelo menemista para cerrarle el camino a Eduardo Duhalde en 1999, habría ordenado volcar el apoyo gubernamental a favor de Mauricio Macri. El propósito, a semejanza de lo que en su momento imaginó el riojano, sería tratar de impedir el triunfo de Sergio Massa y poder, de esa manera, retener la conducción del peronismo, en su calidad de opositor.
Es cierto que para todo justicialista que se precie lo peor que podría pasarle, si debe abandonar el poder y alienta esperanzas de volver algún día al sillón de Rivadavia, es que otro compañero gane las elecciones y se calce la banda presidencial. En atención a esta verdadera ley física del peronismo, la preocupación de la Fernández lleva razón. El problema es que la situación es hoy muy distinta a la de quince años atrás. La envergadura de Duhalde era mucho menor que la de Massa en punto a votos. Pero, además, Macri resulta distinto a De la Rúa.
Por último, ¿cuál es la batería de medidas que tendría a la mano el kirchnerismo para cumplir semejante tarea con posibilidades de éxito? Salvo que alguien sea tan ingenuo como para pensar que la presidente se parece a Juan Domingo Perón. Sólo este Mesías de las masas podía mandar a votar por cualquiera y hacerlo ganar.
¿Qué decir del supuesto acuerdo —que, según los trascendidos, se produciría recién a mediados de 2015— entre Sergio Massa y Daniel Scioli? Disparatado por donde se lo mire, merece no obstante un comentario. Cuanto parecen no entender quienes han echado a correr la especie es que ya se intentó; y fracasó por la defección del gobernador bonaerense a último momento y sin previo aviso. Los dos habían entablado conversaciones antes de las PASO del año pasado y habían llegado a un acuerdo que hubiese sido un punto de inflexión definitivo en la década kirchnerista.
Estaba todo arreglado para hacer el anuncio cuando, de buenas a primera y sin decir Agua va, Scioli cortó toda comunicación y abrazó con una vehemencia en él desconocida el relato K. Massa supo ese día que Scioli no era confiable y que jamás se animaría a desentenderse de sus vínculos con Cristina Fernández.
¿Y la versión según la cual la viuda de Kirchner se mantendría prescindente en la interna de los candidatos del Frente para la Victoria —Daniel Scioli, Florencio Randazzo, Sergio Uribarri, Julián Domínguez, Aníbal Fernández y Jorge Capitanich, entre otros— con el objeto de elegir al mejor posicionado en las encuestas y vestirle las listas de diputados y senadores, reservándose ella el nombre del vice de la fórmula presidencial? Al margen de lo que tenga de simple versión, hay algo que la señora no puede dejar de hacer si pretende mantener algún protagonismo después de mudarse de la Quinta de Olivos a su casa: conservar una tropa propia en dos ámbitos diferentes, el Congreso Nacional y la Justicia Federal. Ello con el fin de conservar algún poder de fuego en las cámaras, por un lado. Por el otro, para poner distancia de los juicios que deberá enfrentar cuando carezca del poder del cual hoy goza.
Más allá de las especulaciones mencionadas están los datos contantes y sonantes que no pueden obviarse en el análisis. Cuanto salta a la vista en primera instancia es la envergadura de la caída de la actividad económica en casi todos los rubros. Ello acompañado por una inflación que, sin catástrofes previsibles, continúa rozando, si se la anualiza, el 38%. Lo segundo que a cualquiera le llama la atención es la vehemencia y el voluntarismo puesto de manifiesto por el kirchnerismo en los últimos meses de su ciclo histórico. Carlos Zanini habla a instancias de su jefa como si fuera un iluminado. Pero lo hace, al mismo tiempo, como si estuviera en el año 2005 ó 2007, cuando nada ni nadie osaba desafiar las iras del santacruceño.
Está visto que, en eso de considerar acérrimos a todos sus enemigos, el kirchnerismo no ha cambiado en nada. Ni va a cambiar ahora. Por el contrario, redoblará la apuesta en atención a que resulta menester, como nunca antes, mantener a su tropa disciplinada y dispuesta a cerrar filas en torno a Cristina Fernández. Lo último que hará el gobierno es mostrar debilidad, aunque en su fuero íntimo sepa que las épocas de esplendor han pasado y se acerca un ocaso irremediable.