Cristina Fernández fue a buscar al Vaticano algo para lo que no se necesitaba ser un experto en la materia para darse cuenta de que lo iba a encontrar. No fue a pedirle al Papa que bendijese su política social o el proyecto ideológico que encabeza desde la muerte de su marido.
Hubiese sido una osadía inaudita de su parte, condenada al fracaso. La presidente puede ser obcecada hasta un grado inimaginable cuando se le mete algo en la cabeza, pero no al extremo de ignorar los límites que le impone la figura de Francisco. Contra lo cual, tiene con el Sumo Pontífice una coincidencia nacida de su común filiación peronista y de su ignorancia supina respecto de lo que significa el capitalismo. Ni el sucesor de Pedro ni la viuda de Kirchner entienden el ABC del tema. Hacen lo que, de ordinario, ensayan los ignorantes que no saben de lo que hablan: se pierden en generalidades o, si se prefiere, en vaguedades.
El Papa no va a cargar lanza en ristre contra los Estados Unidos ni va a convocar a una cruzada contra los fondos buitres pero para la estrategia de la Fernández basta una de esas parrafadas acerca de la maldad de los financistas internacionales o del capitalismo voraz.
Si hiciéramos una compulsa entre las personas pocas o nada politizadas y les preguntáramos si conocen a Eduardo Costa, José Cano, Oscar Castillo, Atilio Benedetti, Humberto Valdés, Aida Ayala, Horacio Quiroga y Julio Martínez, seguramente acusarían su ignorancia respecto a los mismos. Sus respuestas quedarían registradas en el casillero correspondiente a los NS/NC (no sabe / no contesta). En cambio, si a las mismas personas les dijésemos si saben algo de Ernesto Sanz, Julio Cobos y Ricardo Alfonsín, contestarían que sí y no estarían mintiendo.
La razón es bien sencilla: mientras aquéllos son caudillos radicales de distintas provincias de menor envergadura —Chaco, Santa Cruz, Tucumán, Catamarca, La Rioja y Neuquén—, éstos constituyen la flor y nata de la dirigencia de ese partido a nivel nacional. Y, sin embargo, en atención a cómo se perfila el calendario electoral ante de los comicios de octubre del año próximo, podría resultar que los jefes locales asumiesen, con el correr de los meses, un protagonismo y una importancia, en parte, superior a la de los líderes nacionales.
Sucede con el partido de Alem y de Irigoyen algo que nunca antes pasó desde su creación. Sin un candidato presidencial con posibilidades de meterse entre los dos primeros y disputar una segunda vuelta, pero con buenas chances de alzarse ganador en varias provincias sólo si se alía con el PRO o con el Frente Renovador, los intereses de quienes —eventualmente, como fruto de un acuerdo— están en condiciones de triunfar en sus respectivos distritos no se compadecen del todo con los de aquellos a los cuales la política testimonial parece conformarles desde hace tiempo.
Es un secreto a voces, entre los radicales de las provincias arriba enumeradas, que si fuesen en solitario a las urnas se deberían conformar, por aferrarse a mitos apolillados, con mirar cómo alguno de los candidatos justicialistas les quitan en sus propias narices la gobernación. Todo cambiaría si ellos acortasen diferencias, hiciesen de la necesidad virtud y marchasen juntos, codo a codo, con el PRO.
Como la inquietud que se ha generalizado en las filas radicales es grande y no es desconocida por las autoridades nacionales de la agrupación, se ha dejado a cada uno de los territorios o distritos provinciales libertad de acción a la hora de forjar alianzas y de establecer, con arreglo a un criterio localista, cuál es la mejor estrategia de cara a los comicios que comenzarán a substanciarse a partir del próximo mes de marzo.
De la misma manera que todavía representa una incógnita cuál camino tomará la UCR en el seno de la UNEN y cuál habrá de ser, en definitiva, su relación con Macri, comienza a aclararse la situación de, al menos, ocho distritos en donde las negociaciones entre radicales y macristas están a la orden del día. Si sellarán o no un acuerdo antes de fin de año no es cuestión fácil de discernir. Pero todo indica que una alianza entre unos y otros resultaría beneficiosa para ambos.
En punto a Sanz, Cobos y Alfonsín el problema es mucho más difícil de resolver. Por un lado están las cuestiones de celos y de protagonismos que forman parte de la política. Por el otro, los mandatos que arrastra la UCR en términos de sus observancias ideológicas. Macri genera todavía un rechazo que se corresponde mal con un partido que parece olvidar que tuvo a Marcelo Torcuato de Alvear en sus filas. Y eso sin contar con la actual orfandad de presidenciables competitivos que le aqueja.
En otras circunstancias, con un Alfonsín en su esplendor o un Ricardo Balbín vivo, carecería de sentido una apertura en pos del PRO. Pero los tiempos han cambiado, las expectativas de la gente también y el radicalismo por momentos semeja a uno de esos partidos atado a preceptos que lucen fuera de época y amenazan convertirlos en piezas de museo.
Nadie apostaría un centavo a que UNEN, tal cual está constituida, pueda en algún momento abandonar sus disidencias internas y aceptar que el PRO compita contra sus listas en las PASO de agosto próximo. Cualquiera sabe, al mismo tiempo, que si los radicales acuerdistas tensasen la cuerda, Binner, Stolbizer, Donda, Pino Solanas, Alfonsín y Tumini se marcharían pegando un portazo. Conclusión: la unidad de UNEN sólo puede salvarse excluyendo a Macri y, al mismo tiempo, despidiéndose de la posibilidad de compartir el poder.
Esto si UNEN sigue vigente en el segundo trimestre de 2015 y tiene alguna trascendencia. Porque bien podría suceder que —conforme trascurran las semanas— las grietas visibles en ese verdadero mosaico de opiniones se conviertan en abismos. En esas circunstancias, estaría a la vuelta de la esquina la posibilidad de que lo que hoy está pegado con saliva se fracture sin remedio y haya una divisoria de aguas en donde queden de un lado Carrió, Aguad y Sanz y del otro Cobos, Alfonsín, el socialismo y la izquierda.
Macri se halla en una posición de momento inmejorable. Crece en las encuestas y tiene tiempo para finalmente decidir si le conviene la alianza o si es preferible marchar a los comicios solo. Dependerá, sin duda, de dos cuestiones: la intención de voto que registre a más tardar en junio y la vocación rupturista de parte de la UCR. Si Macri estuviese en el primer o segundo lugar de las preferencias de la gente, la necesidad de sentarse a negociar un acuerdo sería relativa. Si figurase tercero, obviamente las cosas cambiarían.
Mientras los radicales, socialistas e izquierdistas no dejan de pelearse en privado y en público en cuanto a si conviene o no abrirle las puertas al PRO, Macri gana terreno entre la gente.