Las denuncias por las incontables imperfecciones de la democracia provienen no sólo de sus enemigos -lo cual sería lógico- sino también de sus amigos, de aquellos que hasta darían su vida por ella. Lo cual requiere, por lo menos, una explicación.
El ejemplo de los críticos de la democracia que sin embargo la aman fue
plasmado en un ensayo de seis páginas que una revista publicó el pasado 1 de
marzo. Bajo el título ¿Qué anduvo mal con la democracia? , The Economist propuso
en este ensayo una lista abrumadora de las fallas de la democracia, tan
abrumadora que la mayor sorpresa del lector es encontrarse al final del ensayo
con que The Economist defiende a la democracia y no le baja el pulgar. Es como
si un tribunal, después de aprobar minuciosamente las pruebas que condenan a un
acusado, decidiera absolverlo. ¿En qué quedamos entonces? La democracia, ¿es
inocente o es culpable?
Las denuncias por las incontables imperfecciones de la
democracia provienen no sólo de sus enemigos sino también de sus amigos, de
aquellos que hasta darían su vida por ella
La conclusión de The Economist podría traducirse así: aún imperfecta, la democracia es tan, pero tan valiosa, que incluso los que la criticamos severamente necesitamos cuidarla. Y así, de esta manera, se distribuyen en tres partes los juicios en el mundo acerca de la democracia: una primera parte, cree en ella y la cumple; una segunda parte, dice que cree en ella pero no la cumple; sólo una tercera parte, probablemente la menor de todas, dice que no cree en ella y además no la cumple.
La preferencia por la democracia a lo largo del mundo proviene de la superioridad de su principio de legitimidad: la soberanía del pueblo. ¿Quién osa dudar abiertamente de este principio en nuestro tiempo? Por eso, decíamos que incluso aquellos que en los hechos lo vulneran necesitan fingir que lo cumplen, para ser aceptados por los demás. ¿Que son cínicos? Sí, pero el cinismo es el homenaje que la mentira rinde a la verdad.
Sería engorroso sintetizar las fallas de la democracia. Cuando intenta hacerlo, The Economist propone una palabra, majoritarianism, que quizá podríamos traducir al castellano por "mayoritismo" y que desemboca en la siguiente frase: "La mayoría, por serlo, tiene razón". De aquí provienen las dos versiones, una absoluta y la otra moderada, de "mayoritismo". Durante los tiempos eufóricos de la Revolución Francesa y de nuestra Revolución de Mayo, muchos compartieron la visión según la cual la voluntad general era la encarnación de la soberanía popular. Había que obedecerla, por tanto, como a un dios en la tierra. Pero a esta visión afrancesada de la voluntad general se opuso una versión práctica, es decir inglesa. Los ingleses pensaron, contra los franceses, que la "voluntad general" es una utopía porque lo que hay en suma, no es una sola voluntad general, común a todos, sino millones de voluntades individuales, diversas entre sí. El voto, según esta otra interpretación, no consistía en una suerte de ordalía unificadora sino, más prosaicamente, en un expediente práctico para resolver las diferencias. La mayoría, así, no necesariamente tendría la razón pero lo que sí tendría es el derecho de gobernar hasta el siguiente período, como si la tuviera.
Según esta doctrina, por otra parte, que la mayoría tenga el derecho de
gobernar no le concede el don de la infalibilidad. A lo más, tendrá el derecho
de equivocarse. Esta salvedad cubre asimismo el derecho de criticar y disentir
del opositor, aun cuando su adversario tenga la facultad de gobernar. De esta
manera se sostienen al mismo tiempo dos facultades concurrentes: la facultad de
mandar, que pertenece al gobierno, y la facultad de disentir, que es el rol de
la oposición.
El mayoritismo consiste en reducir el concepto de pueblo,
que supone la totalidad del pueblo, a su parte más numerosa o mayoritaria
Es por esta ancha avenida que discurre el aluvión de las críticas a la democracia de aquellos que la aman. La principal de estas críticas, decíamos, es por el "mayoritismo". El pueblo es todo el pueblo. Pero el mayoritismo consiste en reducir el concepto de "pueblo", que supone la totalidad del pueblo, a su parte más numerosa o mayoritaria. Pero la mayoría no es la totalidad. Lo sabemos desde el colegio. El todo es mayor que las partes. Hay excepcionales momentos de la historia en los que todo el pueblo lucha por persistir; así fue, por ejemplo, en nuestras guerras de la independencia. Pero esto no es lo normal. Lo normal es que el pueblo esté dividido. Pero eso sí; que esté dividido según ideas e intereses cuya multiplicidad no ponga en riesgo su unidad.
La democracia, por otra parte, nos expresa. Los que la amamos la criticamos porque buscamos al mismo tiempo nuestra propia maduración. Fuimos y todavía no somos. Pero seremos lo que todavía no somos, aún en la imperfección. Esta es la incomprensible magia de la democracia que, con todos nuestros errores, estamos construyendo.