Con el resultado puesto, emerge un Gobierno necesitado, ahora más que hace poco, de recuperar la confianza perdida durante todo este tiempo. Si se prefiere, frente a una posibilidad mejor: aceptar que las cosas no son siempre como uno las ve o, cerradamente, pretende que sean. Claro que esto requiere corregir usos y costumbres cristalizados desde los tiempos de Santa Cruz, disposición a atender otras voces, reconocer errores y enmendarlos.
Aunque forzado, un primer paso ha sido derogar las retenciones móviles y acatar la votación del Senado. El siguiente, volver con otro proyecto que tome parte de las propuestas de la oposición; sería un gesto inusual en el Gobierno, pero es una vía que estaría explorando.
No resultará fácil remontar los costos acumulados durante estos larguísimos cuatro meses, ni rehacer el cuantioso capital político dilapidado; mucho menos, reponer todo allí donde estaba a principios de marzo. Un camino posible, necesario, es el de los consensos. Algo que no sea más de lo mismo.
"Estamos trabajando en un montón de cosas, y seguimos trabajando en estos 127 días", afirmó el jefe de Gabinete el miércoles pasado. Usar estas palabras para desmentir la inacción del Gobierno es, en realidad, una confesión involuntaria: habrá un montón de cosas en carpeta, pero lo cierto es que no se ha hecho ninguna. Que a lo único que se le prestó atención fue a la batalla con el campo y a sus derivados.
Seguramente, Alberto Fernández pensaba que el resultado en el Senado iba a ser diferente. Y que, a partir de allí, llegaría la hora de un relanzamiento a toda orquesta, con baja del Impuesto a las Ganancias para los sueldos medios y altos; aumento del salario mínimo y mejoras en las jubilaciones. En fin, darle una inyección de consumo a la economía, para repechar los evidentes síntomas de enfriamiento, y reconstruir crédito político.
Aun así, lucen necesarias otras acciones. Para despejar incertidumbres y dar vuelta expectativas adversas, también amontonadas por lo que se hizo y dejó de hacer en los 127 días de Fernández.
Dice un consultor de empresas: "La venta de autos comenzó a retraerse. Ya no hay que esperar 60 días, ahora el plazo no pasa de 15. Y esto es expectativa pura, porque no se ha destruído salario ni creció el desempleo. La inversión productiva sigue frenada y la especulativa vuela. Esto es pasto de la desconfianza".
Está claro, pues, que el Gobierno necesita cambiar el clima económico. También el político, porque no es posible lo uno sin lo otro. Y, desde luego, acertar con las decisiones.
Dice otro consultor: "Es obvio que la derrota los dejó debilitados y que esto tiene un efecto negativo en la economía. Pero si se dan las señales adecuadas, hay temas que pueden solucionarse. Se empezará a liquidar la cosecha y el Banco Central repondrá reservas. Mejorarán las perspectivas de siembra y revivirá la venta de maquinarias. Pero hay que cambiar las políticas o tener políticas. El sistema de retenciones móviles terminó en un cachivache tal, que al final incentivaba la soja y desalentaba al maíz y al trigo".
Vistos los resultados, también parece necesario repensar el modo de hacer política. El miércoles, cuando se descontaba el triunfo, en algunos círculos cercanos al poder comentaban: "Menos mal que este año no hay elecciones". Era una manera de admitir costos, que, a la vez, daba por sentado que existe tiempo para recuperar espacios: lo hay, según cómo se interprete lo que ha pasado.
"Todos estos (por la oposición) están divididos. Podremos perder caudal electoral el año que viene, pero igual nos alcanza para ganarles". Nada parecido a un reconocimiento de la implosión propia, el diagnóstico contiene otro supuesto bien dudoso: que la realidad será la que se piensa.
Por no calibrar efectos, negar lo que estaba pasando y obstinarse en el todo o nada de siempre, la Quinta de Olivos paga y hace pagar facturas enormes. Increíble si se mira el punto desde donde partió, explicable si se sigue el recorrido.
Hay una inflación inquietante, que golpea sobre todo a los sectores de menores recursos, el mayor capital del oficialismo. Y una ficción, las cifras de Guillermo Moreno. Así se pretenda lo contrario, también son datos de la realidad los subsidios crecientes e indiscriminados, la cuenta energética, cierto deterioro en el frente fiscal y los desajustes en el sistema financiero. Aquello que ya había, más lo que se le agregó.