Muy buenas tardes a todos y a todas. Vengo a pedirles disculpas. En primer lugar, a los miles de afectados por la falta de luz. Y también a los que temen perderla. Estamos poniendo lo mejor de nosotros para solucionar el problema, que es difícil. Es nuestra gran preocupación. Y estamos revisando en qué hemos fallado”.
¿El discurso imposible? Imposible, no. La Presidenta podría hacer todo lo posible para hablarle a la gente de lo que a la gente le preocupa.
Pero de la crisis energética no se habla desde el atril de la Rosada. Si lo hiciera, los problemas seguirían, pero la gente cuanto menos se sentiría acompañada en su penuria.
Inflación, inseguridad y corrupción también están entre las palabras que ella se niega a pronunciar. Y es muy difícil comunicarse cuando uno no quiere hablar de lo que el otro necesita escuchar. Por eso, Cristina precisa elegir el lugar, el público, el momento y el modo de hacerlo. Habla de lo que quiere, donde quiere, para quien quiere y cuando quiere y no puede escuchar ni tomar nada de los demás.
Néstor Kirchner arrancó su mandato caminando entre la gente, Cristina hoy sólo camina entre los que ella elige. En realidad, entre los que le elige Parrilli. A la Presidente la rodea gente que viene del menemismo y que ha copiado del menemismo el uso de la gente y la corrupción.
Le arman una ficción como la de The Truman Show. Con algunos militantes que creen en lo que ella dice y hace y con los que la escuchan y la aplauden con fingido entusiasmo.
Ella también actúa y libra combates imaginarios en los que muchas veces se victimiza y en los que siempre gana.
Y cuando habla de algún problema lo maquilla de tal modo que hace desaparecer el problema o simula tenerlo en cuenta.
En el día de la primera gran devaluación de la década kirchnerista, Cristina no habló del dólar pero lanzó un plan para subsidiar a jóvenes que no estudian ni trabajan, que son más de un millón. Eso sí: después de decir que llegamos al pleno empleo.
Parece un libreto escrito por el INDEC. Otro argumento sin pies ni cabeza fue decir que esos jóvenes son hijos del neoliberalismo: son de verdad chicos que debieron haber estudiado o empezado a trabajar durante el kirchnerismo.
También se burló de quienes le reprocharon haber pasado 42 días sin hablar con un razonamiento tan simplista como acomodado a sus conveniencias: “Si hablo me critican porque hablo, cuando no hablo me critican porque no hablo”. La cuestión es bien distinta: hizo silencio de radio y de TV cuando saltaban los tapones y el dólar y los precios se iban a las nubes.
Si es cierto que estaba informada de todo y daba permanentemente órdenes, como decía Capitanich, es para preocuparse aún más.
Y si todo lo que el Gobierno tiene para decir sobre el dólar es lo que dice Capitanich, pasa lo que pasa: a más de 8 el oficial y a más de 13 el paralelo.