Olvídese por un momento del dólar. Deje de lado que según Kicillof la devaluación no impactará en los precios ni en el salario.
Las góndolas y las paritarias le darán la respuesta al ministro sabelotodo.
Deténgase cinco minutos en la lectura de una pequeña historia que le presentamos hoy. Digamos que es un producto remixado de una Argentina que de a poco empalideció la calidad de su sistema educativo, otrora de excelencia en Latinoamérica, erosionó la riqueza de la vida familiar a través de un desempleo que traspasó generaciones y llegó, finalmente, a impactar en un sector de la juventud con cierto relativismo de valores acerca de los principios de la vida comunitaria.
Expresa, a su modo, una tensión subyacente entre la Argentina aquella en la cual la familia educaba, la escuela instruía y ambas pavimentaban el camino de la vida y el ascenso social a los sectores postergados, y ésta de hoy, con unos 10 millones de pobres, algunos asistidos por el Estado, pero sin oportunidades suficientes de capacitación calificada para el acceso igualitario al empleo formal y bien remunerado.
Todo ocurrió en un barrio periférico de La Plata. Una bandita de menores desvalijó un negocio de ropa deportiva. Seguramente son como tantos otros en su condición, parte del ya reconocido grupo “ni ni”: ni estudian ni trabajan, muchos de ellos son víctimas del paco y reclutados por los narcos o iniciados precozmente en el delito. A ese sector se dirigió el plan presidencial de ofrecerles $ 600 mensuales con la condición de su retorno a las aulas. Cualquier iniciativa, aun las insuficientes como en este caso, es peor que negar el problema y creer que la juventud argentina se parece más a los chicos de La Cámpora, muchos de ellos a sueldo del Estado, antes que al millón y medio de marginados de las aulas y el mercado laboral que vagan por las calles del conurbano violento.
El corazón de la historia es un aprendizaje socia l. A uno de esos chicos delincuentes, de 19 años, su padre le descubrió parte del botín y llevó a su hijo a la comisaría: “Estamos avergonzados por lo que hizo. Por eso estamos acá, quiero que no lo haga nunca más. Le faltó el respeto a la familia y al barrio. Yo trabajo con la confianza de la gente y todos me conocen” , le dijo al jefe de la comisaría local (Pág. 36). Toda una lección de vida para su hijo, presa del alcohol. El chico, obligado por el padre a devolver su botín, quedó libre, con una causa judicial por robo y la idea de iniciar un tratamiento contra el alcoholismo.
El hombre, forjado en la antigua cultura del trabajo, pese a la informalidad y rotación de sus tareas, crió sólo a seis mujeres y al muchacho, aleccionó a su hijo y envió un mensaje a la sociedad.
Un simple sereno en un garaje, trabajador todo terreno, albañil, jardinero, tiene en sus venas un sistema de convicciones y un conjunto de certidumbres que la Argentina necesita preservar, más allá de la diaria locura por el dólar. Los verdaderos valores no cotizan en los mercados, pero a la larga le dan ganancia al país.