Cristina Kirchner tiene un problema: nadie quiere que se vaya del Gobierno antes de tiempo. Una decepción podría existir porque el discurso de su administración, y el de ella misma, parece anhelar una salida prematura. ¿La ilusión de una retirada épica para soñar con un regreso mítico? ¿La renuencia a tomar decisiones que se tornan inevitables?
Mauricio Macri le tiró otro salvavidas cuando habló de un supuesto "círculo rojo" que impulsaría decisiones políticas. Una cosa es que el Gobierno divague con supuestas conspiraciones. Otra cosa es que uno de los principales líderes opositores confirme la inverosímil existencia de una especie de poderosa logia política en el país.
El "círculo rojo" se convirtió por unos días en el centro de la política nacional. Nadie podrá negarle acierto a Macri si lo que buscaba era colocarse en el medio de un intenso debate político, justo cuando lanzaba su candidatura presidencial para 2015.
El "círculo rojo" le dio densidad a una ya espesa nube de intrigas desestabilizadoras en boca del cristinismo. Los que están fuera del Gobierno se desesperaron, en cambio, por ingresar al "círculo rojo". El que no está en el "círculo rojo" no existe, ironizó un político opositor.
Dramáticas o festivas, las alusiones al "círculo rojo" sirvieron para exponer la situación de un gobierno derrotado y errático.
Pero ¿qué es el círculo rojo? Macri lo define como un núcleo minoritario de argentinos. ¿5000 argentinos? ¿50.000? Ni él lo sabe. Serían las personas politizadas, que son conscientes de la importancia de las instituciones, que leen los diarios y siguen los programas de noticias o de política de la televisión. Son argentinos que no sólo están en la Capital, sino también en el país profundo, desde Salta hasta Tierra del Fuego. Macri trató de explicar su alianza bonaerense con Sergio Massa aludiendo a la opinión de ese "círculo rojo". ¿Cómo se enteró de la opinión de tanta gente? Por las encuestas, dice. Podría haber dicho que no tenía candidato en Buenos Aires o que a cualquier candidato suyo le hubiera pasado lo que le está sucediendo a Francisco de Narváez. Se derrumba ante las expectativas que despertó Massa.
El primer problema del "círculo rojo" es que sus dirigentes se llevan peor que mal. Macri dio aquella explicación para justificar que ahora no quiere saber nada con Massa. Ni Massa con él. ¿Daniel Scioli pertenece al "círculo rojo"? Seguramente, sí. Scioli encontró en Massa al primer adversario en serio de su vida. No lo quiere y cree que es un fenómeno pasajero. Tampoco está dispuesto ahora a entablar alianzas con Macri. Son sólo ejemplos. A pesar de venir del mismo mundo, Macri fue siempre especialmente escéptico con los grandes empresarios argentinos. Considera, no sin desdén, que carecen de coraje y de audacia.
El Gobierno no dialoga con nadie. Pero sus opositores tampoco dialogan entre ellos. La transición hasta 2015 merecería que, por lo menos, la oposición contara con una hoja de ruta. No la tiene ni piensa en ella. El "círculo rojo" es, en fin, una elaboración teórica del macrismo para definir a un sector de la opinión pública. Una teoría sin prueba.
Como toda conspiración le sienta bien, la Presidenta aprovechó para denunciar un complot. No es oportunismo; ella cree realmente que está sitiada por intereses y personas que quieren que abandone cuanto antes el Gobierno. En este caso, su teoría tiene una contraprueba. Nadie quiere eso. La salida anticipada de un presidente no es sólo una tragedia personal y política; significa también un enorme sufrimiento social y un monumental daño a la credibilidad del sistema político. Nadie, además, heredaría un paraíso.
La pregunta puede hacerse de otro modo. ¿Está Cristina Kirchner dispuesta a hacer lo que la razón política la obliga a hacer? Todas las decisiones económicas, aun las más populares, se hunden en el pozo negro de la inflación. La chapucería de su equipo económico está vaciando de reservas el Banco Central. Se acaban los recursos para seguir subsidiando el consumo de energía, que incluyen a los sectores medios y altos de la sociedad. Ninguna economía aguanta durante mucho tiempo una inflación alta y un tipo de cambio controlado. ¿De qué manera se podrá salir del cepo al dólar y del cepo a las importaciones, que comprometen la producción nacional y la relación comercial del país con naciones importantes? Estas son las decisiones que la aguardan después de las elecciones de octubre.
Hay un fantasma más grande todavía, pero eventual. ¿Entrará el país en default? ¿Cristina Kirchner regresará al lugar desde donde partió su marido hace más de diez años? Las respuestas a esas preguntas las tiene ahora la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. Si ese tribunal decidiera no tratar el caso argentino, quedaría firme la sentencia de la Cámara de Apelaciones, que condenó al país a pagarles a los bonistas que hicieron juicio el 100 por 100 del valor de sus bonos. ¿Y si la Argentina no lo hiciera? La justicia norteamericana embargaría los fondos que el país transfiere al Banco de Nueva York para el pago habitual de intereses a los bonistas que aceptaron el canje. Estos no cobrarían o cobrarían sólo una parte. Sería un default técnico.
La Presidenta se retractó en los hechos, sin decirlo, de un anuncio por cadena nacional. No mandó al Congreso ningún proyecto para cambiar la sede de los pagos a los bonistas. Dijo que la fijaría en Buenos Aires en lugar de Nueva York. No lo hizo. Hubiera sido un levantamiento contra la justicia norteamericana, porque se proponía impedir la ejecución de una eventual sentencia. Versiones inmejorables aseguran que consultó con los abogados sólo después de hacer el anuncio. A todo esto, un representante argentino había firmado ante la justicia de los Estados Unidos el compromiso de su gobierno de cumplir con la sentencia, cualquiera que fuere.
La Corte norteamericana podría pedirle una opinión a la administración Obama. O ésta podría ofrecerle su punto de vista al tribunal. En ese momento sensible de la relación, Cristina Kirchner prefirió embestir contra Obama, quizá porque éste no aceptó reunirse con ella. Puso el énfasis en Siria. Es cierto que es difícil imaginar que una guerra nueva solucionará una guerra vieja. El gobierno norteamericano debería primero, antes de pensar en nuevos conflictos bélicos, agotar los recursos de la política y de la presión internacional. Es igualmente cierto que Bashar al-Assad no puede quedar impune después de haber provocado una guerra civil que dejó ya 100.000 muertos y dos millones de refugiados; 1400 inocentes murieron por los gases de armas químicas prohibidas. El debate consiste en establecer cómo y quiénes detendrán esa masacre sin alma ni medidas.
El problema está en las formas y en el contenido. La Argentina forma parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y podría desarrollar una gestión más activa e inteligente en el conflicto. La Presidenta sólo se escudó en la posición del Papa. El Pontífice es un líder moral del mundo y está haciendo, con ponderable obstinación, lo que debe hacer. Pregonar la paz. Un país con un sillón en el Consejo de Seguridad tiene más alternativas que criticar al que promete una guerra, sin decir nada del que ya armó una cruenta guerra civil. O, lo que es peor, justificándolo.
Cristina pudo haber hecho, en efecto, más cosas que las que hizo. Mucho más, por ejemplo, que sus amables tertulias con el presidente ruso, Putin, que produjo en su país, en los últimos 16 meses, la mayor regresión de los derechos humanos de la era postsoviética. La prestigiosa organización Human Rights Watch le había enviado una carta a la presidenta argentina pidiéndole que apoyara ante Putin los derechos humanos y la libertad de la sociedad civil en Rusia. No la leyó.
Algo se ha roto entre Obama y Cristina. Es fácilmente perceptible en los gestos del presidente norteamericano. Distante y frío, como lo es pocas veces. ¿Es consecuencia del avión del Pentágono secuestrado por el gobierno argentino y hurgado por el canciller Timerman con un alicate en la mano? ¿Es el resultado del acuerdo con Irán, con la intermediación precisamente de Siria, que puso en duda la verdad argentina sobre el criminal atentado a la AMIA? ¿Es por ese acuerdo que legitimó en la comunidad internacional a un régimen antisemita y potencialmente peligroso, como fue el del ex presidente iraní Ahmadinejad? Es todo junto, además de las disonancias personales.
¿Cómo explicar, de todos modos, a una presidenta que agredió personalmente al presidente de Chile, país que fue el segundo destino de las exportaciones argentinas, después de Brasil, en 2012? Obama o Sebastián Piñera cayeron bajo la incesante verborragia de Cristina. Alguien debería moderar la cadena nacional de Twitter, el verdadero círculo rojo de los extravíos presidenciales..