Maeterlinck describe el trance de la reina al emprender el último vuelo, mientras el enjambre se desdobla para regenerar la colmena y coronar a una nueva soberana. El poder metafórico de ese proceso, tan seductor en su aparente racionalidad, ayuda a observar la transformación en la que se está embarcando, una vez más, el peronismo.
Sergio Massa está derrotando al Gobierno en su plataforma principal: el conurbano bonaerense. Su triunfo, que promete ampliarse el 27 de octubre, introduce una incógnita inquietante sobre la perduración del oficialismo. No sólo cancela cualquier fantasía sobre una nueva reelección de Cristina Kirchner. También entorpece la carrera de Daniel Scioli, que será vencido como gobernador de la provincia. En otras palabras: el éxito de Massa afecta a ambos candidatos y, de ese modo, complica las dos estrategias que venía calibrando el kirchnerismo para su supervivencia.
Para comprender el juego conviene recordar una premisa: si en las elecciones primarias Massa se impuso sobre la Presidenta, en las generales se propone doblegar a Scioli, que pasó a ser su verdadero adversario. No sería de extrañar que para ese objetivo cuente con la resignada colaboración de la señora de Kirchner.
Para ella puede ser beneficioso que se explique el resultado de las elecciones bonaerenses como un fracaso del responsable administrativo de la provincia, presentado a último momento como su líder político. No hace falta pacto alguno para que converjan los intereses de Massa y los de su antigua jefa. Bastaría con que la Casa Rosada se desentendiera un poco del destino de Martín Insaurralde.
Es lo que está sucediendo. La suerte de Insaurralde ha quedado a cargo de Scioli, que es quien más tiene que perder con su caída. Convertido en un golem del gobernador, Insaurralde denunció que hay inflación y aceptó aparecer en la pantalla "enemiga". Esas herejías cayeron pésimo en Olivos. Por ejemplo: cuando el candidato pidió autorización para concurrir a TN, Cristina Kirchner no abrió la boca. Pero tres horas antes de esa aparición, en un acto del que participaban Scioli e Insaurralde, reavivó su guerra con Clarín vociferando contra las "balas de tinta que intentan derrocar gobiernos populares".
La diferenciación de Insaurralde es el primer capítulo de la que está emprendiendo Scioli, su tutor. Después de comprobar que la migración de Massa fue exitosa, Scioli también se propone encabezar un nuevo enjambre. La defenestración de Ricardo Casal y su reemplazo por Alejandro Granados en el Ministerio de Seguridad son parte de ese ensayo.
La elección de Granados es un agravio para el kirchnerismo. Fue una forma de resistir la designación del coronel Sergio Berni, candidato de la Presidenta para sustituir a Casal. Berni se preparó para el nuevo destino aceptando, contra el credo oficial, que la inseguridad no es una psicosis inducida por los medios. Pero para Scioli entregarse a Berni era admitir una intervención federal de facto sobre la provincia.
Además, Granados es percibido por los custodios del garantismo como el agente de una involución insoportable. En Ezeiza se hizo famoso por armar patrullas de vigilancia que fueron denunciadas como "escuadrones de la muerte" por organizaciones de derechos humanos afines al Gobierno, como el CELS. Además, mientras Scioli adopta una estrategia más represiva contra el delito, su pupilo Insaurralde defiende la reducción de la edad de imputabilidad penal. Ayer volvió a hacerlo, sentado a la mesa de Mirtha Legrand.
Scioli, al borde del cinismo, aduce que lo que ha cambiado es el delito, no su política. En realidad, vuelve sobre sus pasos, acosado por la derrota frente a un candidato como Massa, que adoptó la lucha contra la inseguridad como eje de su carrera. Granados busca armar su equipo con viejos colaboradores de Carlos Stornelli, que fue el ministro al que Scioli reemplazó por Casal. Más allá de sus resultados, esta improvisación tiene una dimensión política significativa: el Frente para la Victoria concurre a las elecciones bonaerenses con una propuesta de seguridad que deja a la intemperie a sus simpatizantes de izquierda.
El enjambre
Maeterlinck observa que, cuando se insinúa la formación del nuevo enjambre, la abeja reina comienza a estar inquieta: "No se sabe si ordena o si implora", dice. Scioli trata de construir otra colmena sin detenerse demasiado en la opinión de Cristina Kirchner, quien, según él comenta frente a íntimos, "todavía no advirtió que ha comenzado su partida". Ese empeño de Scioli excede la campaña de Insaurralde y se dirige a la escena nacional. Como titular del PJ, inició una ronda de consultas con los principales dirigentes de la fuerza. Se propone reunir al Consejo Nacional y comunicar una iniciativa que aún está evaluando: declarar una indulgencia plenaria para que vuelvan al redil quienes se enemistaron con la Presidenta. Scioli ya conversó sobre esta propuesta con Mario Das Neves, Jorge Yoma y Juan Carlos Romero. Espera hacerlo esta semana con José Manuel de la Sota. Con Hugo Moyano está en contacto permanente, lo que permite entender por qué el camionero no rompió con Francisco de Narváez. Antes de convocar a los apóstatas, Scioli indagó a gobernadores alineados con la Casa Rosada, como José Luis Gioja.
La propuesta de Scioli tiene un límite muy obvio: el resultado electoral en la provincia de Buenos Aires. Sus interlocutores le han pedido que cualquier convocatoria sea posterior a los comicios. No quieren contaminarse con la derrota de Insaurralde.
Scioli entiende ese problema. Él mismo huye hacia arriba porque su base se ha resquebrajado. No sólo Massa le asignará la paternidad de la derrota. En los próximos dos años no controlará la Legislatura. Para advertirlo no hay que esperar las elecciones. El viernes pasado los diputados que responden al intendente de Tigre se unieron al resto de la oposición para exigir que comparezcan en la Cámara provincial los directivos de IOMA, acusados de una defraudación con medicamentos oncológicos. Scioli carece de legisladores propios. Para defenderse de Massa depende de Cristina Kirchner. ¿Cómo dormir tranquilo?
Si se pretende vislumbrar el futuro de Scioli, se deben despejar dos incógnitas. La primera es si la Presidenta lo aceptará como heredero. Es difícil que lo haga. Las disidencias de Insaurralde anticipan las de Scioli. Y entrañan la peor de las derrotas: la derrota conceptual, que se produce cuando los propios seguidores adoptan la imagen de las cosas que propone el adversario. Si la escena santacruceña cobijara alguna lección sobre lo que está por venir, habría que sospechar que Cristina Kirchner sueña, llegado 2015, que el Frente para la Victoria renuncie al poder, pero no a la identidad. ¿Alentará la dispersión postulando un candidato testimonial? Es lo que desea Mauricio Macri, para que la ruleta rusa de un ballottage lo deposite en la Presidencia.
El problema es que, según Maeterlinck, "cuando la reina entra en decadencia, las abejas recuerdan que tienen alas". Scioli e Insaurralde demuestran que ella está perdiendo autoridad. Los dirigentes que han acompañado a la Presidenta emprenden una mudanza que, desde el kirchnerismo, los devolverá al peronismo.
La segunda pregunta es si en esa marcha se encolumnarán detrás de Scioli. Es decir, detrás de un perdedor. La tradición indicaría que no. Pero Scioli podría sacar ventaja de una paradoja. Quizá los peronistas, sobre todo los del interior, acepten otro gobierno con base en Buenos Aires sólo si su titular aparece disminuido. Dicho de otro modo: es posible que, al cabo de una década de despotismo centralista, el peronismo no tolere a un bonaerense, salvo que se parezca a Eduardo Duhalde, que llegó a la Casa Rosada después de haber perdido.
La precocidad de Massa acaso refuerce esa preferencia. ¿El PJ entregará el poder a un candidato de 41 años que viene de vencer a la Presidenta y al gobernador de Buenos Aires? ¿Aceptarán sus viejos leones un salto generacional que podría ser mucho más predatorio que el que temieron con La Cámpora? ¿Tolerará esa nueva jefatura la generación de Capitanich o de Urtubey?
Maeterlinck sostiene que en las transiciones aparece al desnudo la verdadera ley de la colmena. Es decir: se advierte que la que manda no es la reina, sino la pasión del enjambre por sobrevivir.