Ya se comentó, desde estas columnas, el miércoles pasado, un estudio de la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea), que demuestra la trascendencia de la producción del campo y la magnitud productiva que podría lograr la Argentina en un marco favorable de relación e intereses, con un gobierno que diera libre curso a la más amplia expresión de las ideas y energías.

El mencionado estudio cuantifica el desembolso pecuniario del campo para 2012 en 262.165 millones de pesos bajo la forma de inversiones y gastos destinados a producir 150 millones de toneladas de una gran diversidad de productos a valores en tranquera de campo y en pesos.

Como se recordará, también en el editorial del miércoles pasado, "El ejemplo del campo argentino", especificábamos en detalle la inversión hecha. Así, en ganadería bovina, ha sido de 101.594 millones de pesos anuales; de 94.710 millones de pesos, la inversión en cultivos extensivos de granos; se erogan otros 20.294 millones de pesos en ganadería bovina lechera, y 19.720 millones en cultivos regionales. A esos montos deben sumarse, por supuesto, 18.133 millones de pesos en producción porcina, caprina, avícolas y derivados, y otros 7714 millones, en frutas y hortalizas.

Este valor netamente agrario se incrementa a partir del transporte a los centros comerciales, su industrialización, sus márgenes de comercialización, su marketing y, en cada caso, los costos de cada eslabón de la cadena, hasta alcanzar su valor final. Tal descripción conlleva un componente social, el empleo. Según datos del economista Juan Llach, el empleo directo en la producción vacuna suma 182.000 puestos de trabajo en la etapa primaria; 57.000 en la secundaria, y 154.000 en la terciaria, para un total de 393.000. Si se agrega el sector cueros, el total asciende a 597.000. Más los 183.000 empleos en los insumos de la producción de carnes y cueros, en las tres etapas, se alcanza un total de 780.000 puestos de trabajo sólo en lo concerniente a la producción vacuna.

En suma, el campo es generador de riqueza, tecnología genética, comercio exterior y empleo, entre otros efectos de peso. Indica, además, que el 78 por ciento de los desembolsos que realizan los productores se localizan en las comunidades en las que se hace la producción.

Sin embargo, su situación económico-financiera dista de ser holgada, tal como lo muestra una encuesta también desarrollada por Aacrea según la cual, en 2013, el endeudamiento promedio de las empresas involucradas se ubica en el 39 por ciento del capital de trabajo, en tanto que otros sectores rurales afrontan situaciones harto críticas, particularmente aquellos de escala menor. Otras conclusiones de la encuesta mencionada proveen similares testimonios.

Hay motivos que explican tan precaria realidad: fenómenos climáticos, restricciones del comercio exterior, ausencia de una infraestructura adecuada y del aprovisionamiento de combustibles. Pero lo más importante radica en la política tributaria, compuesta por 38 tipos diferentes de gravámenes federales, provinciales y municipales, algunos de ellos superpuestos. Ningún país grava con hasta el 33% del valor de exportación la totalidad de sus ventas al exterior de estos bienes ni de ningún otro. En estas condiciones, es ilusorio pretender producciones crecientes frente a un Estado voraz, condicionante y autoritario.

Es hora de emprender una reforma impositiva que dé lugar a una gran reducción del gasto y una inversión acorde con requerimientos críticos, que contenga una reducción rápida de los impuestos a las exportaciones. Es más, y como lo demuestran los guarismos utilizados en el estudio de Aacrea, resulta increíble el nivel productivo logrado en un contexto tan desfavorable como el que se viene señalando.

Así el sector agropecuario podrá desempeñar el trascendente rol de impulsor de la economía que siempre se le había reconocido, sin las limitaciones existentes desde mucho tiempo atrás.