Sin embargo, algunas similitudes preocupantes comienzan a aparecer. Por ejemplo, el déficit fiscal ya es casi tan alto como en el fatídico año del inicio de la peor crisis de la economía argentina. Como entonces, entran muchos menos dólares de los que salen. Es la primera vez que hay déficit de pesos y déficit de dólares desde 2001. Y eso, cuando la presión fiscal es muchísimo más alta y la economía mundial, como mínimo, no es desfavorable.
En 2001, luego de tres años y medio de recesión, caída de los depósitos y de las reservas, desempleo muy alto y salarios en baja hizo falta aplicar el corralito bancario, una medida de un impacto dificilísimo de igualar, que hizo que estallaran protestas que terminaron con muertos y una fenomenal crisis política.
Hizo falta también que una buena parte del peronismo, que no estaba en el poder, quisiera asumirlo. Los sectores que soñaban con ver a Eduardo Duhalde o a Carlos Ruckauf a cargo tenían apuro por ver alejarse a Fernando De la Rúa. No así el menemismo, que necesitaba que De la Rúa terminara su mandato para que el riojano tuviera derecho a otro.
Hoy, con mucho menos, ha habido disturbios sociales de tremenda importancia por su alcance político y por el número de muertos. Y no parece haber señales de actividad partidaria de formaciones significativas detrás de los disturbios. El peronismo está en el poder y quiere quedarse en 2015.
Al Gobierno le viene muy bien la comparación con 2001 para minimizar la crisis actual. Como le viene bien compararse con la dictadura para decir que es democrático. Y como le resultaba fantástico a Carlos Menem comparar cualquier desajuste con la hiperinflación de Raúl Alfonsín. Lo interesante es que la crisis de 2001 es un monstruo único en la historia nacional. Una clase de catástrofe que sólo se dio esa vez. Todas las otras son diferentes y muy parecidas a la actual. Los puntos comunes son crecimiento insostenible, porque está basado en la acumulación de déficit fiscal. En la convertibilidad estaba financiado con deuda en moneda extranjera. En la actualidad, como muchas veces antes, sostenido con emisión monetaria, liquidación de reservas y del patrimonio del sistema jubilatorio.
La situación actual se parece más a la de la crisis de 1975, que se trató de solucionar con el megaajuste del Rodrigazo: un sinceramiento cambiario que implicó una fuerte devaluación y un ajuste fortísimo de las atrasadas tarifas de los servicios públicos. Llevó a una tremenda protesta sindical, que logró expulsar a José López Rega del poder y una recomposición de sueldos. Por eso Roberto Lavagna dice que hubo un "sindicalizazo".
Esta vez ha ocurrido un Rodrigazo al revés. Ante el ajuste que estaba haciendo la inflación, ya hubo un sector de agentes públicos que logró un muy importante aumento de salarios, que alimenta el déficit fiscal. ¿Cómo hará el Gobierno para mantener los salarios contenidos en las paritarias que vendrán? Como dice un consultor, "las provincias tenían sus cuentas más o menos contenidas porque estuvieron dándoles a los docentes aumentos inferiores a la inflación". ¿Quién podrá seguir ahora con esa práctica?"
¿Es posible ahora lanzar un aumento de tarifas de transporte, eléctricas, de gas, agua y cloacas? Sin que hubiera ningún ajuste explícito, sólo por el efecto de la inflación y el desborde policial y los saqueos ya hay más de una decena de muertos.
"Empezaron al revés", dice un economista, en relación con las medidas de la dupla Jorge Capitanich-Axel Kicillof. "Quieren mejorar las oportunidades de inversión, las relaciones con los acreedores, atraer divisas. No está mal, pero eso da resultados en meses, primero hay que arreglar los problemas de corto plazo", explica.
El Banco Central ahora les ofrece rentas difíciles de financiar a las cerealeras que traigan dólares. Es, como en 2001, recomponer reservas con deuda. El déficit en el Banco Central, llamado cuasi fiscal, llevó a la catástrofe al gobierno de Raúl Alfonsín.
La diferencia ahora es que ese negocio financiero gravoso para el Estado no estará disponible para todos. "Sólo para las cerealeras", dicen los financistas, que señalan que el Gobierno elegirá a dedo. Creen que así los productores se desprenderán de sus granos y aceptarán pesos, indexados por tipo de cambio. "No conocen a los gringos del campo, que lo que preguntan es si pueden cambiar su producción por máquinas, insumos o camionetas; cualquier cosa, menos pesos o papelitos del Gobierno.".