Se la ve feliz, levanta y mueve los brazos para saludar a sus partidarios, que le responden con aclamaciones alzando banderas y pancartas. La distinción entre fan y militante se esfuma, la política y el espectáculo se confunden . En otra escena de la misma fiesta, un cantante popular, que le había pedido a Dios que lo librara de la indiferencia, omite la tragedia y se suma a la algarabía general, aunque deja trascender que no cobrará por la distracción. Algunos cortesanos deciden no negar a los que murieron, pero invitan a sospechar de ellos. En un caso se afirma que hay que investigar sus fallecimientos; en otro, se los desacredita, comparándolos desfavorablemente con los caídos en 2001. Aquellos eran heroicos luchadores contra el neoliberalismo, éstos son simples ladrones.

Pronto los sondeos mostrarán el costo de estas actitudes del poder político. Los funcionarios lúcidos lo saben y protestan en silencio. Las amplias franjas de clase media que estaban restituyéndole crédito al Gobierno, y siguiendo con simpatía el restablecimiento presidencial, se vieron sorprendidas y angustiadas ante el desorden. Es difícil para ellos entender lo que ocurrió. Los vecinos de las ciudades donde sucedieron los saqueos fueron testigos y víctimas. Los que permanecieron alejados recibieron el informe disímil de los noticieros de televisión que, en unos casos, acentuaron los acontecimientos y los amplificaron, y, en otros, directamente los obviaron, a tono con el Gobierno.

Tantas versiones y explicaciones se han ofrecido de los saqueos que es difícil pasar algo en limpio. Sin embargo, varias líneas de interpretación confluyen, si se sabe ver por debajo de la guerra política que separa a detractores y defensores del kirchnerismo. En este plano, la prensa escrita y la digital superan largamente a la televisión. Los argumentos lucen menos maniqueos que las imágenes. Las columnas de opinión coincidieron en algunas citas y diagnósticos, más allá de la línea editorial de los diarios donde se publicaron. Aun con trazos gruesos, se converge en ciertos puntos: la desigualdad social, la complicidad de la policía, el delito y la política; el narcotráfico, la inflación, el deterioro del empleo público, la postergación de las provincias, el déficit educacional, los negocios impúdicos del poder. El sino de un país estructuralmente irresuelto se yergue como una asignatura pendiente para los argentinos que no renuncian a la honestidad intelectual. En esa perspectiva, los saqueos constituyen un síntoma. Si se aparta por un momento la cuestión de quién es el responsable inmediato, que enturbia el debate, acaso emerja una agenda de cuestiones de Estado por considerar, con otro ánimo, en los próximos años.

La posibilidad de acercar posiciones y extraer conclusiones útiles de la convulsión social se estrella, sin embargo, contra actitudes estereotipadas, que no le caben sólo al Gobierno, aunque éste las escenifique de un modo insuperable. A algunos les resulta más cómodo seguir negando al adversario en lugar de reconocerlo. Es mejor montar una fiesta para los amigos, desentendiéndose de los que piensan distinto e interpelan. En este sentido, el convite oficial por los 30 años de la democracia resultó paradigmático. Fue la fiesta de algunos, mientras se mencionaba a todos; fue un acto excluyente, en vez de un encuentro con el que piensa distinto. Y no alcanzó, aunque sea meritorio, con invitar a los ex presidentes. Primó la autorreferencialidad personal e ideológica, extraña al pluralismo. En ese escenario, Cristina pudo haber coronado a sus artistas con una cita de Walt Whitman: me celebro y me canto a mí misma.

No obstante el estallido, resulta factible que el país recupere, poco a poco, la calma y se enfoque en las Fiestas y las vacaciones. Las regularidades sociales tornan probable esa conducta. Y los ingresos familiares, aun menguados, están en condiciones de financiarlo. Viene la Navidad y el aguinaldo. Mucha gente quiere mirar para otro lado, como lo hizo esta semana la Presidenta. Desea pasar la página sin más análisis. Otros argentinos, lúcidos y doloridos, seguirán buscando respuestas, mientras los afectos privados los consuelan de los vicios públicos.

Después del verano los conflictos postergados regresarán, sin falta. Como decíamos, los saqueos corrieron el velo de problemas estructurales que permanecen irresueltos al cabo de una década de consumo y crecimiento económico relativo. Algunos, es cierto, no son particularidades de la Argentina, sino fenómenos mundiales. Otros, en cambio, nos pertenecen, como marcas distintivas de nuestra identidad. Frente a ellos no alcanza con inculpaciones mutuas, es preciso establecer un marco más amplio que los explique.

Treinta años después de recuperar las instituciones, las tareas pendientes están a la vista. El sentido de la democracia es ser una celebración de todos, sin exclusiones ni menoscabos. Su falsificación es convertirla en una fiesta de algunos.