Pero es una visión engañosa. No sólo cambió el contexto de la pelea. También los contrincantes lucen hoy irreconocibles. El deterioro de los Kirchner y del campo ha sido enorme. Y el pleito es otro.

La diferencia más evidente aparece en las motivaciones de los que se quejan. La de 2008 fue la reacción ante una medida que amenazaba con arruinar la rentabilidad del negocio. Este año muchos chacareros ya conocieron la ruina. El rinde de los que sembraron trigo o maíz fue, por la sequía, un tercio del que obtuvieron el año pasado y, además cayeron drásticamente los precios.

La consecuencia más inmediata de este cóctel es que innumerables productores carecen de recursos para encarar la nueva siembra. Los que pueden, no se animan, porque temen perder su capital. Corolario: muchos chacareros no están al lado de la ruta porque hayan suspendido sus actividades. Si no hubiera cortes estarían también desocupados. Así, la movilización actual es un desahogo ante la penuria. En este rasgo radica, también, su debilidad.

Otra novedad es que este año se ha paralizado la industria ligada al campo. Por eso la queja es más severa en las zonas donde se fabrican maquinarias y herramientas.

El tono del conflicto cambió de manera dramática. Ahora la irritabilidad de los productores lleva presentir algún episodio de violencia. Como Kirchner, se sienten contra las cuerdas. Aquí hay que buscar también el motivo por el cual la protesta no consigue la adhesión y espontaneidad de 2008.

Insistir en el mismo método de reclamo cuando el contexto cambió de manera tan radical se ha vuelto problemático. Es un desafío para la Comisión de Enlace. Ahora el malestar amenaza con desbordar la representación institucional del campo, que aún no encontró formatos alternativos para plantear su reivindicación. El clima de exasperación volvió más inquietante la negativa del Gobierno a destacar fuerzas de seguridad en las rutas esta semana. Se trata de una omisión muy riesgosa: en materia de seguridad y violencia, esta Argentina es peor que la del año pasado.

Tampoco la administración Kirchner es la misma de hace un año. Ahora quedó al desnudo que sólo se trata de recaudar por una desesperada urgencia fiscal. "Que me traigan 15.000 millones de pesos y yo las reduzco", dice Kirchner a los peronistas del interior que van a contarle sus penurias electorales. Así, cuando más aconsejable resulta aligerar la carga tributaria del campo, más indispensables se vuelven las retenciones. Es la mejor manera de asegurar la recesión.

El frente cambiario también se ha complicado. El dólar comenzó a dispararse y Martín Redrado respondió al problema con más restricciones a la libertad cambiaria. El lunes pasado, el jefe de Operaciones del Banco Central, Juan Basco, impartió nuevas instrucciones a los bancos porteños. Deben limitar casi a cero la venta de dólares y reportar operaciones cada vez más pequeñas. En este marco, la caída en la comercialización de granos se vuelve más traumática porque reduce la oferta de dólares.

Pero aún no apareció la diferencia más evidente entre el conflicto de este año y el de 2008. Son las elecciones. Los candidatos del PJ en áreas rurales tendrán que hacer campaña en medio de los reclamos de quienes, en 2007, fueron sus votantes. Y no hay reparto de retenciones que mejore las perspectivas de esos candidatos. Al contrario, la medida que se dispuso sólo aumentó el malestar del campo.

Los dos actores en disputa se han debilitado mucho y están cada vez más lejos. Entre los productores comienza a prevalecer la idea de que el conflicto sólo se solucionará si el 28 de junio el oficialismo cae derrotado. Por eso algunas entidades rurales del interior entrenan fiscales. Para el Gobierno se trata de la confirmación casi gozosa de una vieja presunción: la de estar ante un desafío político, no ante una queja sectorial. La discusión se ha vuelto circular y, por lo tanto, infinita.