Hecho para que los caciques del conurbano se pavoneen robando boletas de la oposición, el modo de votar forma parte de la crisis de la política argentina. Ésta no se resolverá nunca si no se empieza por cambiar y modernizar el primer derecho de la democracia, que es la elección popular de sus gobernantes. Ahora se explica por qué Néstor Kirchner retrocedió con la boleta electrónica (que propuso no bien llegó al poder, hace 12 años) luego de acordar la sumisión política de los barones del Gran Buenos Aires. Es la condición que estos le pusieron para traicionar a Duhalde. La condición obsoleta y tramposa del sistema de votación fue la primera evidencia de la jornada de ayer. La primera conclusión es, en cambio, necesariamente política.
Los números de Daniel Scioli no le permiten pronosticar un triunfo en primera vuelta en octubre. Ni él se acercaba anoche al 40 por ciento necesario para ese triunfo ni la distancia que hubo entre su partido y la coalición Cambiemos era del 10 por ciento, necesaria para ganar en la primera ronda. Es decir, no reunía los dos requisitos indispensables para vencer en octubre y librarse de la obligación del ballottage, que se haría, si fuera necesario hacerlo, el 22 de noviembre.
Hace quince días, Scioli advirtió que necesitaba cuatro o cinco puntos de los sectores medios independientes para rozar el 40 por ciento de los votos y distanciarse de Mauricio Macri por un porcentaje de dos dígitos. Sucedió antes de que cayera sobre él, sobre el Gobierno y sobre su partido el megaescándalo político que tiene como protagonista principal al jefe de Gabinete y candidato a gobernador bonaerense, Aníbal Fernández. La supuesta vinculación de Aníbal con el tráfico y la comercialización de la efedrina, un precursor para la fabricación de drogas sintéticas, alejó a Scioli de aquel proyecto para seducir a los independientes. Las intensas lluvias de los últimos días pusieron en primer plano, además, la escasa (o nula) gestión de Scioli en Buenos Aires en materia de infraestructura. Un dato significativo es que fue a votar un porcentaje considerablemente menor de argentinos si se comparan las primarias de ayer con la de 2011. Puede ser algo de eso o todo eso, pero lo cierto es que la elección de Scioli fue mucho menor que la que él y Cristina Kirchner esperaban,
Sea como sea, más del 50 por ciento de los votos emitidos ayer en el país optó por una alternativa opositora, por Cambiemos o por UNA, la coalición de Sergio Massa y José Manuel de la Sota. Ese resultado explica el temor de Scioli a enfrentar una segunda vuelta, que se resolverá a favor del candidato que coseche más del 50 por ciento de los votos. Ese resultado exhibe también a una sociedad mayoritariamente fatigada del kirchnerismo y necesitada de más cambios que continuismos. El crecimiento de la coalición UNA en las últimas semanas no puede entenderse sin comprender la modificación del discurso de Massa, que pasó del cambio justo a la oposición dura, a ocupar el lugar simbólico que tenía Macri hasta que éste modificó su discurso.
Los porcentajes de Cambiemos y UNA, que suman aquella cifra superior al 50 por ciento, replanteó ayer la vieja polémica sobre una coalición de todo el arco opositor (de Macri y Massa, fundamentalmente) para enfrentar al kirchnerismo. Era, desde ya, un debate contrafáctico e inútil (¿qué habría sucedido si las cosas hubieran sido de otro modo?), porque ya no hay posibilidad de cambiar nada en las propuestas electorales, salvo que medie la renuncia de algún candidato. Lo cierto es que en muchos sectores (el famosos "círculo rojo" que denuncia Macri) prevaleció la idea de que aquella unidad era conveniente para batir de una buena vez al kirchnerismo. El macrismo, el radicalismo y Elisa Carrió se negaron porque temieron que el peronismo consiguiera los dos tercios del Congreso en el próximo período. Temieron, en fin, que los legisladores de Massa terminaran juntándose con el resto del peronismo (kirchnerista, sciolista, menemista, histórico) en el Congreso.
Octubre, otras elecciones
De todos modos, la elección de ayer demostró que esa unidad no era imprescindible para ganarle al kirchnerismo, que quedó encerrado en un porcentaje cercano a sus peores elecciones. Desde 2005, el kirchnerismo nunca hizo una elección inferior al 32 por ciento de los votos, aun las veces que perdió en comicios legislativos.
Macri se convirtió ayer en la alternativa más clara al kirchnerismo con miras a las elecciones de octubre. Ésa es la segunda conclusión de ayer, que debe ir acompañada de una oportuna aclaración: desde hoy empezará otra campaña electoral y las elecciones del 25 de octubre serán otras elecciones. Faltan aún dos meses y medio.
Es probable que todos los candidatos modifiquen sus discursos. De hecho, Scioli ya había anticipado que su campaña se dividía en tres partes. La primera era la etapa previa al momento en que Cristina Kirchner lo ungió candidato. La segunda ocurrió entre ese instante y la elección de ayer. La última sucederá entre hoy y el 25 de octubre. El problema es que el porcentaje alcanzado ayer por Scioli podría no permitirle alejarse demasiado de Cristina Kirchner, que conserva el liderazgo de por lo menos el 30 por ciento del electorado nacional. Desde ya, el proyecto de Scioli consistía en tomar más distancia del gobierno nacional (siempre, claro está, las módicas distancias del universo Scioli) a partir de hoy. La pregunta que corresponde hacerse a partir de los números de anoche es si podrá soltarle la mano a Cristina más allá de proponer algunos cambios de modos y estilos.
Macri deberá replantearse si la estrategia de una oposición moderada (que es la que practicó hasta ahora y, sobre todo, después de la segunda vuelta en la Capital) es la correcta para conquistar a más votantes en octubre. La experiencia de Massa indica que hay un sector importante del electorado que está esperando propuestas concretas y distintas de las que gobernaron en la última década. Es cierto que hay también un porcentaje importante de la sociedad que rechaza firmemente la continuidad de la confrontación, no importa quien la protagonice. Macri deberá encontrar un camino entre aquella necesidad de cambio drástico y este talante pacífico para hablarle a la sociedad en los próximos 70 días.
La gran incógnita política y electoral que quedó planteada anoche consiste en entrever lo que pasará con los votos de Massa. ¿Los retendrá o los aumentará en octubre? ¿O, acaso, parte de esos votantes se irán en busca de una alternativa opositora más ganadora que la del ex alcalde de Tigre? Peronistas muchos de ellos, ¿no podrían algunos terminar recalando en territorios de Scioli? Cuando se discute sobre el destino del 20 por ciento de los votos, ninguna elección está terminada. Por eso, el tramo que se inicia hoy es nuevo con respecto a lo que se ha visto hasta ahora.
Massa también se verá en la obligación de cambiar algo. Casi se repartió los votos con De la Sota. ¿Es cierto que proyecta la renuncia de su candidato a vicepresidente para que ocupe ese lugar el gobernador de Córdoba? ¿Se lo permitirá la justicia electoral? La ley de primarias indica que las fórmulas no se pueden cambiar después de las elecciones. Fue la gran treta de Néstor Kirchner para obligar a la oposición a ir dividida o mal unida. En el caso que plantearía Massa, de cualquier forma, se trataría de la renuncia de un candidato vicepresidencial y su lugar debería ser ocupado por alguien.
Scioli no alcanzó los números que se proponía, aunque conservó claramente el primer lugar entre los elegidos. Todavía le queda la carga de sobrellevar un gobierno condenado a saltar entre un escándalo y otro, del que él, para peor, no se puede alejar mucho sin el riesgo de perderlo todo.