Sin embargo, el fenómeno más inesperado fue la excelente performance de la coalición opositora en la provincia de Buenos Aires, donde el oficialismo creía ser inexpugnable. Allí, en el distrito de Scioli, Cambiemos sacaba más de 31%. Y su candidata a gobernadora, María Eugenia Vidal, llegaba a casi 32%. Vidal es la estrella del momento. Los mercados registrarán desde hoy el nuevo clima: no sólo mejora las expectativas sobre Macri. Scioli deberá revisar su discurso económico frente a la franja independiente.
Los resultados desnudaron la crisis que enfrenta el Gobierno en su distrito principal.
Los dos candidatos a gobernador no alcanzaban el 39% de los votos. Con un agravante: Aníbal Fernández, con una imagen catastrófica, se imponía sobre Julián Domínguez. Es la venganza involuntaria de Florencio Randazzo, el ministro encargado de supervisar las elecciones, quien pasó la última semana en Washington.
Macri se propuso iniciar una nueva etapa en su campaña. Esa mutación se insinuó anoche en su escenografía, que se abstuvo del amarillo y privilegió el celeste y blanco. También en un discurso que busca abarcar a quienes votaron a otros candidatos. Él necesita una transfiguración muy desafiante: acostumbrado a ser el líder de un partido personal, debe convertirse en el candidato de una coalición social multicolor. Tiene que retener a los votantes de Ernesto Sanz y de Elisa Carrió. Y avanzar hacia los de Sergio Massa y Margarita Stolbizer, que esta madrugada aparecía superada por el trotskismo, encabezado por Nicolás del Caño. Es cierto que faltaba computar muchos votos bonaerenses, donde Stolbizer tiene su base principal. El target de Macri será ahora un electorado que no sólo carece de simpatías hacia él. En muchos casos, la resistencia a su convocatoria se debe más a lo que simboliza su apellido que a la orientación de sus políticas.
Macri ya no encabeza Pro, sino Cambiemos. De modo que deberá disponer de un lugar para Sanz y la UCR y para Carrió y la Coalición Cívica en su diseño de campaña. La relación con esos aliados está dañada. Con el radicalismo hubo tensiones permanentes por el armado de las listas, que derivaron en las últimas semanas a disputas más prosaicas por el financiamiento. El vínculo con Carrió siempre depende de un equilibrio inestable: envuelto en su propia tormenta, el Gobierno dejó pasar la acusación de la candidata contra el ministro de Seguridad porteño, Guillermo Montenegro, por proteger a Aníbal Fernández y su presunta vinculación con el narcotráfico. Aunque en la celebración de anoche pareció que eso no había sucedido.
Para construir un nuevo consenso electoral el candidato de Cambiemos deberá agregar a su mensaje, muy personalizado, una dimensión conceptual. La exhibición de su vida privada y de su biografía quizá le juegue en contra. Su proselitismo deberá incorporar un ingrediente indispensable para atraer a quienes, deseando desplazar al kirchnerismo del poder, ayer no votaron por él: una narrativa que consigne "de dónde venimos y hacia dónde vamos", que es indispensable para todo liderazgo.
Otro vacío que Macri deberá llenar es el de una caracterización inteligente de su rival. Sin ella, la polarización que pretende será más dificultosa. La principal ventaja con que cuenta Scioli es que la artillería verbal opositora sigue orientada hacia Cristina Kirchner, quien se está retirando. Él queda a salvo de esos reproches. Astuto, se apresura a cambiar de piel para la nueva etapa. Comenzó con un bautismo: según la nomenclatura oficialista, Macri ya no enfrentará al kirchnerismo, sino al sciolismo, corriente que acaso no se extienda más allá de su fundador, su hermano "Pepe", Gustavo Marangoni, Alberto Pérez, Cristina Álvarez Rodríguez y Jorge Telerman.
Los contratiempos de Scioli para lanzar esta nueva marca no provienen tanto de sus rivales como de sus socios. Aníbal Fernández y quienes promovieron la denuncia contra él prestaron un servicio invalorable a la oposición. Si, como cree el jefe de Gabinete, Scioli promovió que se lo identifique con la misteriosa "Morsa", la jugada fue suicida. El problema del candidato ya no es tener a Carlos Zannini sino a Fernández como acompañante en la boleta. Aníbal es desde anoche el gran puntero de Macri. Una curiosidad: el escándalo hizo que Scioli perdiera más votos que el propio acusado. Tiene lógica. Fernández captura a un electorado ultrakirchnerista dispuesto a pensar que cualquier denuncia proviene de un complot. En cambio el gobernador se ufana de atraer a una franja independiente muy sensible a acusaciones truculentas.
La inundación hizo el resto a favor de Macri. Aunque él, atado a un discurso ya elaborado, no las mencionara. Ayer muchísimos bonaerenses no pudieron llegar hasta la urna o votaron en aulas anegadas. Si, como sostuvo el economista Eduardo Levy Yeyati, "la lluvia es a la infraestructura lo que las pruebas PISA a la educación", la gestión Scioli mostró un rostro muy desagradable.
La elección de Vidal es un estigma para el Frente para la Victoria. Sobre todo en algunas ciudades. A la cabeza, Mar del Plata, donde Scioli se siente local. El kirchnerismo perdió frente a Cambiemos. Y el candidato de Pro, Fernando Arroyo, peleaba voto a voto con el intendente Gustavo Pulti.
El misterio Massa
Massa sigue siendo una incógnita clave para Macri. ¿Qué sucederá con el 21% que consiguió ayer junto a José Manuel de la Sota? Él tratará de utilizarlo como plataforma de un nuevo relanzamiento. Y como el capital que le permitiría, cualquiera sea el desenlace de octubre, ser una voz destacada en la interna del PJ. Deberá evitar la declinación que siempre afecta a los que salen terceros en las primarias. La paradoja de ayer es que, en términos relativos, Massa complicó más la situación de Macri en el interior -sobre todo en Jujuy, Formosa y La Rioja- que en Buenos Aires.
Allí Massa enfrenta un riesgo, sobre todo cuando se observa la excelente performance de Vidal: que sus intendentes, necesitados de un candidato más competitivo para retener sus comunas, entren en componendas particulares con Cambiemos. Son, en especial, Joaquín de la Torre, de San Miguel; Carlos Acuña, de Hurlingham; Mario Meoni, de Junín; Luis Andreotti, de San Fernando, y Julio Zamora, de Tigre. Algunos de ellos negocian que Pro retire sus candidatos municipales para, a cambio, repartir la boleta de Macri en el distrito. Un acuerdo que resulta poco viable en localidades donde Pro tuvo ayer una buena performance. Como Junín, por ejemplo, donde Pablo Petrecca se imponía sobre el candidato kirchnerista, y Meoni quedaba tercero. O el propio Tigre, donde Zamora tuvo un inquietante retroceso y el macrista Ernesto Casaretto rondaba el 30% de los votos.
Las conversaciones con el Frente Renovador siguen abiertas. Massa dialoga con Nicolás Caputo y con Jorge Macri. Una de sus exigencias fue que Cambiemos retire a Vidal para dejar el campo libre de Felipe Solá. Se la rechazaron. Con los números de ayer, esa pretensión es todavía más inaceptable.
Entre los logros de Cambiemos está haber controlado ayer la elección en el conurbano bonaerense. La tarea fue posible porque Macri proyectó el aparato con que cuenta en la ciudad sobre la periferia. El mérito es notorio porque el peronismo agregó a su ejército de fiscales una nueva fuerza, especializada en el robo sistemático de boletas. Ahora hay que disponer de un dineral no sólo para remunerar a los fiscales, sino para asegurar la presencia de los candidatos en el cuarto oscuro. Se calcula que una agrupación que aspira a ser competitiva debe contar con 110 millones de papeletas. Un nuevo rasgo oligárquico del sistema electoral.