La única conclusión que sería posible extraer, con alguna certeza, de las
primarias de ayer es que la elección de octubre para el recambio presidencial
continúa abierta. Ninguna moneda ha caído sobre el piso. Daniel Scioli escaló
hasta casi el 37% pero Mauricio Macri pasó el 31%. Y Sergio Massa (22%) se
mostró resistente a la chance de una polarización extrema. Hasta podría quedar
como árbitro de la disputa final entre el gobernador de Buenos Aires y el jefe
porteño y presidenciable del PRO.
Aquellos trazos son inevitablemente generales porque la Argentina, de nuevo,
exhibió una alarmante falta de virtud en su sistema político. Fue necesario
esperar cuatro horas y media, luego de cerrado el escrutinio, y una
indescifrable aparición del ministro de Justicia, Julio Alak, para la difusión
del primer racimo de votos distribuidos en el país. Parece claro que el
mecanismo ideado para las PASO estaría exhausto con muy poco recorrido. Fue la
segunda oportunidad que se realizaron –la anterior en el 2011, cuando se impuso
Cristina Fernández– y habría quedado claro que, así instrumentadas, aportarían
poco a mejorar la democracia. Quizás, como sucedió con otras modificaciones, el
apuro y la conveniencia oficialista de turno nunca resultan buena consejera para
modificaciones políticas de fondo. Esta innovación surgió luego de la derrota
kirchnerista en las legislativas del 2009. Valdría recordar, además, la reforma
constitucional de 1994 nacida sólo por la urgencia reeleccionista de Carlos
Menem.
La deficiencia pudo haber tenido reflejo también en los niveles de
participación que se registraron ayer. Podría aceptarse que ciertas malas
condiciones climáticas no ayudaron. Pero no alcanzaría para explicar un
presentismo que apenas arañó el 70%, casi 10 puntos por debajo de lo ocurrido en
el 2011. No alcanza que se etiqueten como obligatorias para que despierten el
interés popular.
Ninguno de los tres principales presidenciables que quedaron en carrera
tendrá un desafío sencillo para anclar en octubre. Scioli es el que se apronta
con los mejores números. Pero también, según los primeros cómputos de ayer, con
los límites que le estaría imponiendo su ropaje kirchnerista que adoptó desde
que fue ungido por Cristina en lugar de otro que lo mostraba más seductor para
el electorado independiente.
Scioli, tal vez, deba redefinir hacia adelante su vínculo con los sectores
ultras del kirchnerismo. Para que puedan concederle una mayor margen de acción.
El gobernador de Buenos Aires requerirá de un salto importante para sortear en
octubre el riesgo del balotaje un mes mas tarde. Para que eso ocurra necesitará
del aporte de clases medias que, en esta ocasión, decidieron no acompañarlo. No
pudo ganar, fuera de la provincia de Buenos Aires, ninguno de los distritos
grandes de la nación. De allí que en su discurso, bien pasada la medianoche,
subrayó que pondrá todo su empeño para “convencer a los que no nos votaron”.
Otro dilema lo tendría hacia adentro. Habrá que ver hasta donde Cristina lo
ayuda con su gestión y su comportamiento público hasta octubre. Puede ser, como
señalan los encuestadores, que la Presidenta concluya su ciclo con una buena
imagen. Pero le costaría derramarla, según los resultados de la mayoría de los
comicios realizados hasta ahora, en otros candidatos, fuera de ella misma.
También habría que posar la mirada en Carlos Zannini, su compañero de fórmula.
Aunque sobre todo convendría detenerse en observar cómo evoluciona el peronismo,
en especial el bonaerense, después de los crujidos a que fue sometida la
estructura de los intendentes del Conurbano a raíz de la despiadada interna
entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez, por la sucesión en la provincia.
De acuerdo con los resultados provisorios, el jefe de Gabinete sería el
postulante del FPV para suceder a Scioli. Pero aquel combate podría dejar
secuelas. En especial, la presencia en la fórmula de Martín Sabbatella,
dirigente de Nuevo Encuentro y titular de la AFSCA. Algunos de los barones
vieron, por esa razón, amenazados varias veces sus territorios. Incluso algunos
lo resignaron anoche.
Aquella maquinaria tuvo con anterioridad otro desperfecto. La negativa de
Florencio Randazzo a competir quebró la posibilidad de una mancomunión. La
victoria de Aníbal Fernández no ayudará a recomponerla. Tal vez, porque el jefe
de Gabinete colocó mucha energía en la fiscalización de la interna del FpV de
ayer ante el miedo a una trampa de los intendentes. Aníbal Fernández hurgó cielo
y tierra para no quedar a la intemperie. Logró hasta colaboraciones impensadas:
la de los fiscales del massismo. La carga que el jefe de Gabinete supondría para
Scioli en la campaña podría convertirse, en cambio, en bendición para el
segmento opositor. Aún repica la denuncia contra el jefe de Gabinete por sus
presuntos vínculos con el tráfico de efedrina y el triple crimen del 2008, en
General Rodríguez.
Macri hizo alusión parabólica a esa cuestión durante el mensaje de
celebración de Cambiemos. El líder del PRO consiguió dos metas: logró achicar
las diferencias generales a menos del 10% que las encuestas vaticinaban respecto
de Scioli; obtuvo en su espacio, frente al radical Ernesto Sanz y la diputada
Elisa Carrió, casi el 80% de los sufragios emitidos. En su crecimiento habría
que señalar una cuestión medular: la votación sorprendente realizada por María
Eugenia Vidal en Buenos Aires. Era, con los cómputos provisorios, la candidata
mas votada en ese difícil territorio. Una cara nueva y un discurso sencillo y
quizás esperanzador frente a tanta frustración social acumulada por décadas.
Macri repitió anoche un discurso de tono manso, a veces con reminiscencias de
pastor. Prefirió hablar sobre el futuro antes que sobre el kirchnerismo y Scioli,
su principal contrincante. Massa, en cambio, optó por repartir palos para todos.
El diputado del Frente Renovador se mostró entusiasmado por haber detenido el
fenómeno de la polarización y sus fugas. Pero no debería pasar por alto un
detalle. De su permanencia en la contienda debería agradecer también a José
Manuel de la Sota. El gobernador de Córdoba hizo una gran elección en UNA y se
arrimó al 10% de los votos. Un guarismo que ni siquiera pudo rozar en el 2003
cuando intentó probar suerte como candidato del PJ, antes de que irrumpiera
Néstor Kirchner.
Macri y Massa deberían de cara a octubre resolver sus propias ecuaciones. El
líder del PRO, como Scioli, también está obligado a dar un salto cuantitativo si
aspira a conducir el proceso electoral al balotaje. Pero dependerá para eso de
que el candidato del FR pueda perder algo de su volumen electoral en su
beneficio. El riesgo estaría en que un hipotético desmembramiento de la cosecha
de Massa pudiera fluir hacia la comarca del gobernador de Buenos Aires.
Tal diáspora resultaría fatal para los ambos opositores.
Quizás ese temor reabra algunas conversaciones entre ellos que, en el último
tramo, quedaron frustradas por la negativa de Macri. Y la teoría de la presunta
contaminación que enarbola su asesor dilecto, Jaime Durán Barba. Sin dudas que
el macrismo realizó una muy buena elección. Pero no se advierte todavía el
efecto de la ola que pronosticó el ecuatoriano.
Aquellas conversaciones, pese a todo, nunca murieron. Macristas como Emilio Monzó y massistas como el intendente de San Miguel, Joaquín de la Torre, continuaron con linea abierta. Mas allá de esos avatares, Macri y Massa –también Scioli– saben que a partir de hoy empieza un nuevo juego.