Si se empieza a contar la historia desde 1912, cuando se instauró el voto secreto y obligatorio, la próxima elección presidencial será la 19a en período democrático. La primera, que llevó al gobierno a Hipólito Yrigoyen, ocurrió en 1916, hace 99 años. Luego, los argentinos eligieron presidente, durante el siglo pasado, catorce veces, en los años 1922, 1928, 1931, 1937, 1946, 1951, 1958, 1963, 1973 (en dos oportunidades), 1983, 1989, 1995 y 1999. En el siglo actual, hubo tres elecciones presidenciales (2003, 2007 y 2011), pero si se agregan las PASO de 2011, puede considerarse que se concurrió a votar a presidente en cuatro oportunidades.

En el curso de un siglo, cinco generaciones de argentinos tuvieron ante sí el dilema de elegir mandatario, en las más variadas circunstancias políticas y personales. Eso significa que mañana votarán algunos bisnietos y tataranietos de aquellos pioneros que estrenaron la ley Sáenz Peña y entronizaron al primer presidente popular de la Argentina moderna. Para esos antepasados, la decisión oscilaba entre radicales, demócratas progresistas y socialistas. El mapa político era distinto: no existía el peronismo y no se conocían aún los golpes militares, que el país comenzaría a experimentar recién tres lustros después. Aquélla era una Argentina predominantemente agraria, aldeana y poco diversificada que, sin embargo, empezaba a forjar, espoleada por la inmigración, una clase media que la distinguiría del resto de América latina. Para tener una noción, por lo menos cuantitativa, de la distancia que separa a la actualidad de aquel momento, considérese el aumento del padrón electoral. En 1916 estuvieron en condiciones de votar 1.189.254 personas; mañana podrán hacerlo 32.032.954, casi 2600% más que hace un siglo atrás.

A partir de aquí, pueden hacerse diversas lecturas de las alternativas que signaron las elecciones de presidentes en la Argentina, un país que ha logrado estabilizar su democracia por más de tres décadas, después de una turbulenta historia de interrupciones autoritarias del orden constitucional. Una clave de lectura del modo en que los argentinos eligieron presidente consiste en ver cuál fue la capacidad del voto para generar alternancia, esto es, el cambio de partido en el poder. En el epílogo del interesante libro colectivo Historia de las elecciones en la Argentina, 1805-2011, Natalio Botana interpreta la historia política como una sucesión y combinación de hegemonías y faccionalismos, en la que la alternancia parece terminar sofocada por los partidos hegemónicos, forjados al calor de la dominación estatal.

Podría interpretarse, a partir de este análisis, que los argentinos han votado más para reforzar las hegemonías que para dar oportunidad a la alternancia. La cuestión no es menor para la calidad del sistema, porque los partidos dominantes terminan confundiendo al gobierno con el Estado, cancelando la autonomía que la administración debe conservar respecto de la política. Así, a la hegemonía radical de la década del 20 le siguió un encuadre similar en los 30, condicionado por la fuerza y el fraude. El primer peronismo repitió, aunque con transparencia electoral, esa pauta. Luego se abrió un largo período de lucha entre facciones, sazonada por prescripciones, gobiernos tutelados y golpes militares, hasta desembocar en el segundo peronismo, que tuvo un trágico final.

La recuperación de la democracia en 1983 no trajo, sin embargo, novedades en relación con la alternancia. De los 32 años transcurridos, el peronismo gobernó 24 y el radicalismo apenas ocho, no pudiendo completar ninguna de sus dos presidencias. El cambio de partido en el poder fue la excepción, no la regla, prolongando la tendencia hegemónica hasta la actualidad. Escribe Botana: "Para comparar una alternancia semejante a la que en 1989 protagonizaron Raúl Alfonsín y Carlos Menem, es preciso remontarse al año 1916, cuando Victorino de la Plaza entregó los símbolos del mando a Hipólito Yrigoyen; para entender históricamente la segunda alternancia entre Menem y De la Rúa no hubo antecedentes que sirviesen de guía".

Con esta historia, que pesa en la memoria de las mayorías y acaso condicione su conducta, los argentinos irán mañana a votar. En el juego de hegemonías y facciones, las PASO permiten que las facciones se desplieguen para luego ceñirse y condensarse un poco. En la amplia oferta que deberá considerar el elector habrá cuatro precandidatos de origen peronista, cuatro afines a la cultura republicana, y dos o tres de izquierda. Luego de que se resuelvan las internas, es posible que subsistan todavía tres peronistas, dos republicanos y uno de izquierda. Alguno de ellos será el nuevo presidente, cuya elección confirmará la hegemonía o alumbrará el cambio de partido en el gobierno. Por el perfil de los candidatos, la transformación estilística está asegurada. El resto constituye la gran incógnita que a estas horas mantiene en vilo al país.