Visto estrictamente en estos términos, los aliados de Mauricio Macri le arruinaron su fiesta de lanzamiento nacional y arrojaron dudas sobre el desempeño general de esa alianza.
Aunque echarles a ellos toda la culpa no sería justo: el ingeniero y sus muchachos trabajaron para la soledad, cayeron en purismos tal vez inconducentes, calibraron mal sus fuerzas y, aun habiendo ganado, recibieron un revés inquietante en su propio territorio.
El fenomenal yerro de todas las encuestas venía con un análisis también unánime: si Rodríguez Larreta aventajaba a Lousteau por sólo cinco puntos era un completo fracaso, si lo hacía por diez era bastante bueno y si lo hacía por veinte era un triunfo total que comunicaba la robustez de Macri como jefe de la escuadra opositora. La diferencia fue finalmente de tres puntos, y el exiguo resultado obliga al macrismo a redoblar ahora sus esfuerzos para salir de este inesperado pantano, y a barajar y dar de nuevo con sus socios, que acusan falta de afecto y atención. "Si el juego es pintarnos a todos de amarillo el asunto no va a funcionar: no somos chinos -dijo anoche un alto dirigente del radicalismo-. Macri debe comprender que somos una coalición multicolor, y que ésa es precisamente la diversidad ganadora. Formar un liderazgo único es un error."
Muchos dirigentes que celebraban anoche en el búnker de Lousteau tragaban saliva en la intimidad: querían que Eco tuviera una buena elección, pero no esperaban que hiciera tambalear a la figura con mejor imagen del Frente Cambiemos. Intentaban anoche desdramatizar el asunto aduciendo que una cosa son los comicios en la ciudad de Buenos Aires y otra muy distinta es la presidencial. Pero el cuadro muestra que mientras el oficialismo tiene un macho alfa y una tropa disciplinada, la oposición debilita a sus guías y no logra todavía coordinar muy bien sus acciones.
Revalidar títulos en su propio bastión le costó demasiado caro a Mauricio Macri: tuvo que esquivar los dardos hirientes de su propia interna, los hachazos filosos del camporismo y finalmente las puñaladas agudas de sus aliados. Mientras se entretenía en esa absurda carrera de obstáculos, sacándose de encima rivales y recibiendo guadañazos a diestra y siniestra, su principal oponente ya corría solo y libre hacia el arco de las primarias nacionales. Este siniestro mecanismo electoral retrasa en la red de las internas a los opositores y los mantiene cacareando y propinándose heridas mutuas, mientras el peronismo vertical gana tiempo y espacio, e instala en la opinión pública la falsa idea de que ya ganó. Hoy Macri inicia su propia campaña para ser Presidente, pero sigue igualmente demorado en las internas de las PASO y ahora está un tanto golpeado en su autoestima. Sólo en la noche del domingo 9 de agosto, exactamente dentro de tres semanas, el Pro dejará de ser Pro y se transformará por fin en el Frente Cambiemos. Veremos en ese preciso momento si no es demasiado tarde, si el ajedrecista de Villa La Ñata ya no le sacó suficiente ventaja como para convertir la mentira actual en una futura y lapidaria verdad.
El asunto tiene muchas lecturas. La primera de ellas es que este pícaro sistema le permite al peronismo impulsar la fragmentación opositora en nombre de la democracia y la pluralidad de propuestas, y reservarse para sí el carácter de movimiento disciplinado y unívoco que, salvo excepciones distritales, no precisa mostrar ni convalidar en las urnas sus diferencias intestinas. Visto desde el helicóptero de Cristina, medio mercado electoral tiene un color, y el otro medio presenta una profusa paleta ideológica. Uno puede imaginarla sonreír ante este espectáculo desigual y tan conveniente: "¿Querían jugar a la democracia europea? Ahí tienen, nosotros vamos juntos y ustedes vayan divididos, y que Dios los ayude". Un macrista con quien comparto mi afición por Arturo Pérez-Reverte recordaba una frase lapidaria del padre del capitán Alatriste sobre los enemigos de la democracia occidental: "Merecen ganar; ellos tienen cojones y nosotros somos estúpidos".
En lo que se refiere específicamente a la elección porteña, no cabe ninguna duda de que Martín Lousteau logró una excelente performance, y que se transformó en una estrella de la política, a pesar de que los radicales le recriminan por lo bajo una cierta propensión a la vanidad. Si mide bien, esos defectos serán pasados por alto, aunque en el partido centenario no lo imaginan como un nuevo conductor; sí como un candidato a diputado nacional en las elecciones de 2017.
No se han despejado, no obstante, las dudas acerca de con qué dama bailará finalmente en las presidenciales: ¿con Stolbizer o con Carrió? Lousteau abrió la posibilidad de volver al ruedo dentro de cuatro años y alzarse finalmente con la jefatura de la Ciudad, sobre todo si sabe construir con lo logrado una fuerza socialdemócrata consistente y mantiene buena imagen y alta expectativa.
Pero no debería confundir los guarismos: ayer lo votaron también la izquierda, que es antimacrista congénita, y los kirchneristas, que tenían la intención de quebrarle el espinazo a Macri. Y habrían votado a Drácula por la misma razón si hubiera sido necesario.
Otro de los datos clave es que el kirchnerismo, después de doce años de centralidad en la política argentina, ayer no presentaba candidato en la capital de la República. Esa realidad es un síntoma inquietante para el movimiento nacional y popular, que brilló por su ausencia en la gran vidriera.