Algún día podrá escribirse una larga crónica de la inevitable derrota de los mediocres. Ni Amado Boudou mereció ser nunca vicepresidente de la Nación, ni Axel Kicillof debió ser ministro de Economía, ni Héctor Timerman reunió jamás las condiciones para conducir las relaciones exteriores del país. Ejemplos que sirven de menú del día. Hay muchos más. La decisión de Cristina Kirchner de optar por la disciplina en lugar del mérito está acelerando prematuramente los síntomas del adiós. Su gobierno está acorralado por la Justicia y por el peligro de un default técnico. Son las precipitadas condiciones del final de un largo ciclo de poder.
La grisura de su administración convirtió al juez federal Ariel Lijo en el personaje político más importante del país. Aunque no parece ser su voluntad, lo cierto es que el juez despierta a su paso en los lugares públicos las aglomeraciones propias de una estrella de rock. Sucedió el miércoles pasado en la embajada norteamericana, en la celebración de la fiesta nacional de los Estados Unidos. Un viejo amigo de Lijo, el fiscal Carlos Stornelli, llegó a subir a Facebook una foto suya con el juez durante ese acto. "No me voy a perder una foto con vos en este momento", bromeó Stornelli. "Yo no disfruto nada ni me gusta estar en este lugar", le respondió Lijo. Pero está, empujado por el cristinismo hasta el templo de los héroes.
El procesado Boudou y sus abogados cometieron todos los errores procesales posibles. Trataron de recusarlo al juez, pero Lijo se anticipó a la maniobra y adelantó la citación a indagatoria, que terminó de redactar en una medianoche de mayo. Sabía que su recusación ingresaría en su despacho a las 8 de la mañana del día siguiente. Tampoco pensaba procesarlo tan pronto, a pesar de que ya tenía todos los argumentos y las pruebas necesarias. Intuyó, sin embargo, que buscaban apartarlo. Pedidos de postergaciones de audiencias o de ampliaciones de declaraciones se sucedían sin cesar. Mientras tanto, los espías del oficialismo seguían sus pasos, y los siguen, también sin cesar. Una intensa campaña de medios oficialistas vapuleaba, y vapulea, la figura del juez. La recusación estaba muy cerca.
A Lijo le faltaba sólo una declaración: la de Guido Forcieri, ex jefe de gabinete de Boudou y actual representante argentino ante el Banco Mundial. Forcieri argumentó que no podía regresar al país en medio del pleito con los fondos buitre. En rigor, el Gobierno lo escondió a Forcieri. Esperaba que el juez fijara una nueva fecha para la convocatoria del funcionario o que lo declarara en rebeldía. Cualquiera de esas decisiones hubieran postergado la decisión de Lijo de procesar a Boudou. Lijo eligió otro camino. Les reclamó al Banco Mundial y al Ministerio de Economía que confirmaran el argumento de Forcieri, pero le puso la firma al procesamiento de Boudou, un devastador libro que ya tenía escrito.
Había redactado los primeros borradores después de la declaración indagatoria del vicepresidente. Boudou mezcló en ese encuentro con el juez veladas amenazas al magistrado con involuntarias autoinculpaciones. "A ése sí que no lo conozco", le respondió en un momento sobre una persona, después de repetir más de dos veces que no conocía a otras personas. ¿A estas personas sí las conocía, entonces? Se extendió largamente sobre la causa de Formosa, en la que se investiga la contratación de su supuesta empresa The Old Fund como consultora para refinanciar una deuda provincial, cuando ese expediente está en manos de otro juez, Sebastián Casanello. Sus palabras, y probablemente sus mentiras, quedaron registradas ante un juez, aunque no sea el juez de la causa. Después de hablar de Formosa, se ufanó ante sus abogados: "Ustedes me decían que no hable de este caso, pero, miren, ya hablé".
Algo de un pícaro de barrio, que cree campante que tres mentiras hacen una verdad, se coló una y otra vez en esa declaración ante Lijo. Por momentos, y esto también es cierto, puso cara de hombre derrotado. Las evidencias podían más que sus pretextos. Los errores y las caras de Boudou fueron tan evidentes que el juez llegó a lamentarse de no haberle permitido la grabación de la audiencia. Se lamentó en voz alta varias veces, incluso, durante el curso de la audiencia.
En la noche del jueves pasado, Cristina Kirchner postergó (sólo postergó) la decisión de que Boudou pidiera licencia. La Presidenta sabe que está sola. La Cámpora abandonó a Boudou a su suerte. Los líderes de esa organización deben reconvertirse ahora en clásicos dirigentes políticos. No están dispuestos a perder tiempo ni energías en un vicepresidente que siempre tocó otra melodía. El peronismo toma distancia del caso, si se entiende al peronismo como los gobernadores y los intendentes del conurbano. Los senadores peronistas están en soterrada rebeldía. No lo querían antes a Boudou; menos lo quieren ahora.
Esa descripción puede parecer contradictoria con lo que sucedió en la Cámara de Diputados, cuando se trató en comisión el juicio político al vicepresidente. No lo es. Sobrevive una disciplina automática y ciega cuando el kirchnerismo está en el escenario. La precede, además, la vieja tradición del peronismo: que las traiciones no se noten nunca.
Tal vez la Presidenta postergó la licencia de Boudou a la espera de que la función vicepresidencial desalentara al juez Claudio Bonadio de procesarlo por segunda vez. Otro error. En la historia de Bonadio, ese juez jamás citó a declaración indagatoria a un funcionario de alto nivel sin la certeza previa de que debería procesarlo. Siempre lo hizo. En sus manos cayeron desde Guillermo Moreno hasta Ricardo Jaime. Boudou está citado a indagatoria por Bonadio para el próximo día 16. Lo investiga por falsificar documentos en la compraventa de un auto.
La rocambolesca adquisición de ese auto confirma la aseveración de un ministro que conoce a Boudou: "Acepta cualquier cosa, menos que le toquen la plata". Por eso, camina al casi inevitable segundo procesamiento por hechos de corrupción en muy poco tiempo. Es probable que otra causa en manos de Lijo, la del enriquecimiento ilícito de Boudou, se postergue en sus definiciones para el próximo año. Pero nadie descarta que el vicepresidente resulte tres veces procesado por corrupción antes de que concluya su mandato.
El reciente procesamiento dictado por Lijo terminará en la Cámara Federal más cercana al Gobierno. Uno de sus jueces, Eduardo Farah, está compenetrado con la defensa de Boudou. Otro integrante del tribunal, Eduardo Freiler, decidió no hacerle más concesiones al Gobierno. Fue Freiler el que permitió que la causa siguiera en manos de Lijo, cuando el proyecto del Gobierno era sacársela. El tercer miembro de la Cámara, Jorge Ballesteros, carece de margen para colocarse a la opinión pública en contra. Esa cámara había especulado durante mucho tiempo con el anonimato que permite un tribunal de tres personas. Fue así hasta que tuvo en sus manos el apartamiento de Lijo. Desde entonces, se convirtió en la única cámara cuyos jueces son conocidos con sus nombres y apellidos.
Los abogados de Boudou están en Brasil, embelesados con el Mundial de fútbol. Ni a ellos parece importarles ya la suerte de su defendido. Timerman y Kicillof, los abogados de la Argentina ante los fondos buitre, convocaron a la OEA para cambiar una sentencia definitiva de la justicia norteamericana, a la que se subordinó el gobierno nacional. La OEA es impotente desde hace mucho tiempo para frenar siquiera la discusión entre dos cancilleres americanos. Estrategias mediocres para escapar de un destino en el que sólo caben la decadencia, la melancolía y la derrota..