Sería como si en Nueva York obstaculizaran el puente de Brooklyn. O alguna otra de las grandes vías que comunican con Manhattan. En el caso de la Autopista Illia, sucede una protesta de unos 50 vecinos de las villas 31 y 31 bis que reclaman una solución habitacional. Fueron desalojados de terrenos que ocupaban pertenecientes al ferrocarril Belgrano Cargas. En suma, otro conflicto que superpone jurisdicciones y responsabilidades. El desalojo incumbe al gobierno nacional porque se trata de terrenos ferroviarios.
Nadie se ocupó allí de buscar alguna solución antes de que estallara el problema. Tampoco cuando se inició. El corte de la Illia involucra a la Jefatura de Gobierno porteño porque pertenece a su administración y al ejido urbano. Su liberación sólo correspondería a la Policía Metropolitana.
En la madrugada del domingo 29 las familias fueron echadas de los terrenos ferroviarios de parte de policías y gendarmes, a raíz de una orden del juez Sebastián Casanello. Y ocuparon la Autopista.Luego no pasó nada más: los funcionarios se fueron de vacaciones y el Poder Judicial ingresó en su mes de feria.
Según cifras oficiales, 82 mil vehículos circulan diariamente por la autopista ahora cortada.
Cerca de 52 mil lo hacen en dirección al centro y 30 mil con rumbo al norte. La ecuación matemática entre las personas perjudicadas por el corte y aquellas que lo realizan, partiendo de la legitimidad de su reclamo, tornaría aún más inexplicable la ausencia de los responsables políticos e institucionales.
Sucede, en verdad, una combinación de factores sociales y culturales, ahondados durante está década, que denotarían las enormes dificultades para dirimir conflictos sin acudir a medidas extremas.
Los piquetes son parte de una forma de protesta que irrumpió con la crisis de 2001 y que nadie atinó a corregirla. Ni siquiera con la persuasión del mensaje público. Pasó de constituir un mecanismo de los más desposeídos a una herramienta de cualquier capa social. La semana pasada cerró imprevistamente un colegio privado en Palermo. La reacción refleja de los padres de los alumnos, a modo de queja, fue cortar la calle Billinghurst. Luego corrigieron la conducta.
Los piquetes se hacen para llamar la atención de los medios de comunicación y forzar la intervención de las autoridades. Eso denunciaría un vacío del Estado y una falta de reacción del poder.
Lo de la Autopista Illia transcurre como si fuera normal -no lo es- porque recién arranca el verano y el flujo de autos es menor. Entonces nadie se hace cargo. Pero sucedió también durante la primera semana y media de los cortes de luz. Habría algo más que una falta de reacción del poder: también una peligrosa desidia.