Los sindicatos quieren renegociar salarios cada seis meses. Todos han advertido que el Gobierno, incapacitado de hacer un ajuste nominal de la economía, dejará que sea la inflación la que haga el "trabajo sucio".

Si hasta 2011 la estrategia oficial fue dejar que al menos los sectores sindicalizados más duros tuvieran aumentos superiores a la inflación, ahora la estrategia es la contraria. Hasta entonces también a los sectores medios y altos se les ofreció un dólar que aumentaba menos que la inflación, facilitándoles consumos fuera del país y de bienes y servicios importados. El triunfo electoral se logró sobre ese populismo insostenible.

Todo ese "modelo" terminó. Ahora el Gobierno intenta equilibrar las cosas imponiendo un programa más inflacionario que el anterior, pero donde ningún trabajador puede salvarse. La devaluación, además, es superior a la propia inflación y, de paso, la acelera. Es difícil que incluso los sindicatos oficialistas apoyen esta clase de planes de ajuste. Por más prebendas que se prometa a los líderes.

La Presidenta, dicen, tendría otro plan: la supuesta democratización de los sindicatos. El fin del unicato y de la reelección indefinida del mandamás. No sería una mala idea, si no tuviera los propósitos más inconfesables. Como la "democratización de la Justicia", que embozándose en una imprescindible reforma y mejora de ese poder lanzó una ofensiva para someterlo.

De que los monopolios sindicales son tan malos como cualquier otro monopolio no hay duda. Ni tampoco de que los liderazgos vitalicios de lo que se sostiene con impuestos es inaceptable. Tenía un proyecto Alberto Fernández para que todo aquello que se sostiene con impuestos no pueda tener reelecciones indefinidas. Las obras sociales son un buen ejemplo. Son públicas para recaudar, porque los aportes son obligatorios, pero privadas para administrarse.

Obviamente debió abandonar esas ideas Cristina Kirchner cuando sus más sumisos seguidores pedían la instalación de "Cristina eterna".

Los tiempos han cambiado. Para seguir viviendo en la memoria de sus seguidores, la Presidenta, que ya no aspira a ser reelegida, quiere que la bomba que montó le explote a otro. Entonces, hace el ajuste tratando de ganar tiempo, diciendo que no lo hace. Cuando todavía aparecía en público, la Presidenta gustaba de mostrar la crisis española como ejemplo de lo que pasaría en el país si no estuviera ella. Ahora directamente quiere producirlo.

Si de alguna manera es visible para los visitantes extranjeros, la crisis española es por el brutal ajuste sobre sus trabajadores. Hay allí más de un sindicato por actividad. Los gremios son débiles y dependientes del Estado. Los asalariados son el pato de la boda. En Granada, Barcelona y Madrid en plena temporada es posible ver tiendas, restaurantes, negocios desbordando de clientes y donde hay una empleado para atenderlos cuando antes había cinco. La impotencia de los sindicatos es palmaria y el ajuste, escandaloso. El empleo ha caído muchísimo más que la actividad.

Ése parece ser el plan de Cristina Kirchner. Si el empleo no cae, será porque la masa salarial retroceda, calculando correctamente la inflación.

Es una curiosa iniciativa para una presidenta que dice ser peronista y que tiene un ministro que dice ser de izquierda. Los conflictos con los grandes gremios parecen estar apenas por comenzar.