Vocifera denuncias falsas, pero no inverosímiles, pide garantías, deja entrever que forma parte de una trama donde la política de baja estofa y el delito se entremezclan, intercambian favores, desestabilizan instituciones. Parece a la vez un victimario y una víctima . Una pieza más de una maquinaria infernal que degrada a la sociedad.

Este hecho dramático ocurrió en paralelo con una saga que desvela a los medios audiovisuales y ocupa la mayoría de sus espacios en los últimos días: el narcotráfico . De pronto, pasadas las elecciones y con la sociedad regresando a sus quehaceres, la cuestión trepó al tope de la agenda. La sucesión de asesinatos vinculados con el narcotráfico en Santa Fe, que culminaron con un atentado a la casa del gobernador, había pasado relativamente inadvertida durante la campaña electoral, pero bastó un incisivo documento de la Conferencia Episcopal para poner el tema en el centro de las preocupaciones.

Los obispos recordaron algo obvio: la sociedad sospecha que existe complicidad entre funcionarios corruptos, miembros de las fuerzas de seguridad y grupos mafiosos. Y advirtieron que nos aproximamos a la situación de Colombia y México. A partir de allí, la televisión se adueñó del tema, y desplazó otros contenidos habituales en los telediarios para martillar y saturar con el "país narco". ¿Ya somos un país narco? ¿Tenemos a las mafias enquistadas? Preguntas sin respuestas, dudas, polémica. Desfilaron los especialistas y los opinadores, se discutió sobre el descontrol de las fronteras, el derribo de aviones, los radares, las complicidades, los estragos de la droga, las similitudes con otros países, la mafia, los sicarios.

Resulta difícil saber cuánto permanecerá la cuestión en primer plano. Es arduo evaluar si importa de verdad el narcotráfico. En los últimos tiempos, la agenda argentina se aceleró y ningún tema se sostiene por muchos días. Hace apenas unos meses desvelaban al país el destino de Sergio Massa y la inflación; luego la enfermedad de la Presidenta monopolizó el interés general; enseguida giró el foco a la definición de las elecciones, y cuando la sociedad se aprestaba a escuchar a vencedores y vencidos, estalló el fallo de la Corte sobre la ley de medios. Pronto el dictamen empalideció ante la irrupción del narcotráfico.

Acaso una constante atraviese hechos tan diversos, y un hilo conductor enhebre las amenazas del delincuente, las advertencias de la Iglesia, el narcotráfico, los diagnósticos de los especialistas, la conducta de los políticos, las razones de la Corte, los sufrimientos de la Presidenta, la incertidumbre de los operadores económicos. Tal vez el enigma y el desorden sean una explicación plausible.

El enigma, porque la información no fluye. Se habla con desconocimiento. Sobre el narcotráfico se escuchan generalidades, se denuncia sin pruebas, se sospecha. La gente sabe y no sabe. Los políticos conocen más de lo que admiten. La Justicia es espasmódica. Los especialistas apenas pueden plantear el tema en una pantalla caliente que busca impactos más que argumentos. Sobre la ley de medios pocos están en condiciones de opinar con competencia, es una cuestión difícil, plagada de tecnicismos y de dobles intenciones. Sobre la salud de la Presidenta, se difunden los partes médicos que aluden a la recuperación del cuerpo de la paciente, pero nada se sabe realmente sobre su estado anímico, sus intenciones, su entorno de afectos y confianza. ¿Qué pasa detrás de los muros de la quinta presidencial? Esta incertidumbre tiñe el futuro inmediato: ¿qué sucederá con el Gobierno, quién toma y tomará las decisiones?; ¿estará la salud presidencial en condiciones de soportar lo que viene, de resolver los desajustes de la economía y los desaguisados de la sociedad y la política? Puros enigmas.

El otro eje es el desorden. Se expresa en la fragmentación del poder gubernamental, disperso en varias caras enfrentadas; en la volatilidad de la agenda; en la postergación de las decisiones; en la fuga incesante de dólares; en la inflación sin control, el narcotráfico y la inseguridad; en un delincuente que, zamarreando a un rehén, quiere pasarle un mensaje a la clase política.

La falta de conducción está erosionando a la Argentina y compromete su futuro inmediato. Se agolpan los problemas y empieza a dudarse de la capacidad del Gobierno para resolverlos. Es la cuestión prioritaria en este momento y dependerá de cómo regrese el lunes la Presidenta para que las inquietudes se disipen o se agiganten.

Paradójicamente, la sociedad sigue andando, el consumo no decae y las expectativas son de mejoría. Por ahora, la democracia delegativa funciona. La clase dirigente está más preocupada que el ciudadano común, que quiere irse de vacaciones o cambiar el auto, desentendiéndose de los enigmas y los desórdenes de la política y la economía.