No está mal, en términos analíticos, haber hecho referencia al reciente fallo de la Corte Suprema como si hubiera sido equivalente en importancia a las elecciones de carácter legislativo substanciadas el domingo anterior. Vistas las cosas desde un determinado ángulo, es cierto que la decisión de los ministros de aquel tribunal obró como una suerte de bálsamo para un gobierno que acababa de ser vapuleado de mala manera apenas cuarenta y ocho horas antes. Claramente el kirchnerismo se subió a la ola generada por Ricardo Lorenzetti, Elena Highton, Raúl Zaffaroni y Enrique Petracchi y se presentó en sociedad con más euforia de la que había mostrado el 27 a la noche. Sólo que esta vez tenía motivos para festejar. Antes lo suyo fue un simulacro que no alcanzó a tapar la desazón que generó en los K la estruendosa victoria de Sergio Massa, aseguran en su informe semanal los analistas políticos Massot y Monteverde.

El principal grupo de medios del país tendrá, tarde o temprano, que modificar su actual estructura y adecuarse a una ley de Medios cuya constitucionalidad, por si quedaban dudas, ha sido ratificada. Pero en ese “tarde o temprano” estriba la diferencia del asunto. Nadie sabe cuándo sucederá cuanto Cristina Fernández y Martín Sabbatella quieren que sea mañana. Está dicha la última palabra en lo general. Ahora falta ultimar los detalles. Fue el mismísimo Ricardo Lorenzetti quien, en una de las tantas y desafortunadas oportunidades en que abrió la boca en los últimos días, dijo que esto “recién comienza”.

Lo más probable es que el plan adelantado por Clarín no satisfaga al AFSCA y entonces, de la noche a la mañana, los poderes contendientes comenzarán una nueva disputa judicial. No hay que ser demasiado perspicaz para darse cuenta que Lorenzetti apuntaba precisamente a tal eventualidad porque intuía lo que, a esta altura, sabemos todos: que las posibilidades de que las dos altas partes de esta guerra se pongan de acuerdo, son mínimas por no decir nulas.

Siendo así, el pleito está muy lejos de haber concluido. Si el disenso respecto del plan de adecuación aflora en los próximos días, cuando el kirchnerismo rechace el proyecto de Clarín, todo volverá a empezar y una cuestión específicamente política, donde el poder es la parte más importante de lo que se halla en juego, volverá al lugar del cual todavía no salió del todo: los estrados judiciales. Con esta particular coincidencia, que ha sido, desde el principio de la disputa, un factor decisivo: el tiempo, que puede beneficiar a uno o a otro según cómo se desenvuelvan los acontecimientos y cuánto tarden en pronunciarse los jueces.

Si para definir lo que hemos denominado “los detalles” se abriese una nueva instancia judicial, todo día que pase será favorable a la empresa de la señora Ernestina Herrera de Noble y de Héctor Magnetto. La razón es sencilla y tiene que ver con lo acontecido hace diez días. El gobierno quedó sepultado bajo una montaña de votos en la provincia de Buenos Aires y sabe que ya comenzó una cuenta regresiva que terminará en diciembre del año 2015.

La gran diferencia, pues, entre los dos hechos mencionados al comienzo de esta nota es que, mientras el resultado de los comicios resulta definitivo y nada puede torcerlo, el fallo de la Corte,en cambio, si bien es definitivo en el fondo del litigio no entra en consideraciones en cuanto a la instrumentación de los artículos que fueron materia de análisis. Podría suceder que, al cabo de varios meses más de idas y venidas, el asunto llegase nuevamente al tribunal supremo. O no, pero eso hoy no está en condiciones de saberlo, a ciencia cierta, nadie.

No han resultado casuales, ni mucho menos, las declaraciones públicas que se han permitido hacer Jorge Capitanich y el senador Miguel Ángel Pichetto respecto de que ha comenzado una transición que requiere nuevos liderazgos. Es que en el peronismo, en mayor o menor medida, son legión los que se consideran con derecho a llevar el bastón de mariscales. Scioli, Urtubey, Capitanich y Urribarri, cuanto menos, se sienten presidenciables y sería difícil convencer a alguno de ellos que tiene menos derechos que los demás pares. Es lógico que todavía todos, sin excepción, declamen obediencia infinita a Cristina Fernández, a condición de saber que desde el 27 de octubre pasado un verdadero estado deliberativo se ha adueñado del justicialismo que aun jura lealtad a la señora. Nadie se considera menos que nadie y en su conjunto simulan estar unidos cuando, en realidad, a la primera de cambios, no dudarían en sacarse los ojos.

Quedó en claro, en su ausencia, que el vicepresidente, Amado Boudou, en caso de faltar su jefa por más tiempo o en el supuesto de tener que asumir él, de manera definitiva, el cargo que hoy le prestaron, no duraría un segundo. También fue evidente algo que es propio de todas las administraciones atadas a la voluntad de una figura providencial a la cual se reverencia y se obedece sin disentir. Con la señora convaleciente, cada uno de sus seguidores hizo lo que se lea antojó, claro que dentro de unos límites fijados por el hecho de que todos ellos sabían que iba a volver a corto plazo. Si no hubiera sido así, el ejercicio de administrar la cosa pública se habría transformado en un verdadero aquelarre.

Sabemos que la presidente está enferma y que su estado de salud podría resentirse si debiese hacer frente a problemas mayores, de no fácil resolución. Tanto su marido como ella no resultaron pacientes dóciles debido a su fuerte carácter y al hecho de haberse acostumbrado a hacer lo que les venía en gana. Néstor Kirchner se dejó morir. No escuchó a los médicos ni se sometió al tratamiento que le indicaron. Su mujer, inversamente, parece haber aprendido la lección o piensa de manera diferente. En un momento crítico no dudó en aceptar la opinión de los facultativos que la trataron y le recomendaron reposo.