Jorge Yoma ha dicho en voz alta, sin callarse nada, lo que es un secreto a voces en todas las reuniones políticas. Como era consciente que sus declaraciones serían polémicas, e inclusive podrían generar una tempestad, el ex embajador del kirchnerismo en Méjico no se anduvo con vueltas. Afirmó que si Cristina Fernández no cambiaba podría anticiparse su salida de la Casa de Gobierno, trasparentó lo que piensa mucha gente en punto a una cuestión que si hasta hace poco parecía tabú, hoy ha dejado de serlo, según el informe semanal de los analistas de política y economía, Massot y Monteverde.
Pero si Yoma no tuvo filtros, a su manera tampoco los tuvo Daniel Scioli. Es seguro que alguna reprimenda recibió de su jefa política luego de sostener que había que acompañar los dos años que le quedaban a la Fernández por delante, de la mejor manera posible. De lo contrario no se entiende por qué, al día siguiente, cargó en contra de los que habían tergiversado sus palabras y trató de aclarar el sentido de la frase pronunciada veinticuatro horas antes. En realidad, el mandatario bonaerense es un subordinado vocacional del poderoso de turno, llámese Menem, Duhalde o los Kirchner, y, al mismo tiempo, un hombre que cree en su buena estrella. Está convencido que va a ser presidente y obra como furgón de cola del kirchnerismo por considerar que no tiene otra alternativa. Como quiera que sea, él también supone que en 2015 la Señora, le guste o no, deberá irse a su casa.
Si la viuda de Néstor Kirchner, por capricho o por hallarse encerrada en un micro clima, hasta aquí ignoraba que pasaba a su alrededor, y qué grado de poder y de autoridad detentaba respecto de propios y de extraños, ahora sabrá a qué atenerse. No solo por cuanto expresó Jorge Yoma que, en todo caso, ella podría suponer que es la punta de lanza de una operación destituyente, sino por las reacciones de algunos de los intendentes y gobernadores que hasta antes del fatídico domingo 11 le juraban lealtad eterna.
De buenas a primeras, conocidos los resultados que casi todos esperaban, tímidamente en un principio, con mayor firmeza después, fueron varios los caudillos provinciales y los jefes de comunas que le pidieron a Cristina Fernández desenganchar sus campañas electorales de cualquier tentación de nacionalizar los comicios del próximo 27 de octubre. En resumidas cuentas, son pocos los que desean hoy hacerse ver con la presidente. Y ni hablar de solapar sus estrategias con la de Balcarce 50.
El gobierno nacional sospecha que varios intendentes, sin decir esta boca es mía, tomarán una actitud claramente favorable a Sergio Massa dentro de dos meses. Hoy está a la vista: los caciques del Gran Buenos Aires no quieren perder poder y, por consiguiente, se están alineando con el futuro ganador de las elecciones legislativas de octubre.
Las PASO dejaron al descubierto la orfandad electoral del kirchnerismo y no sólo adelantaron el resultado final de octubre sino que han dado lugar a las especulaciones que, como reguero de pólvora, recorren el espinel peronista a lo largo y ancho de la república. La derrota contundente del FPV no puede revertirse, salvo milagro por medio. En sentido contrario, la victoria de Massa amenaza con ensancharse a expensas de Francisco De Narváez y también de Martín Insaurralde, con la posibilidad de transformar una derrota en una catástrofe.
A la hora de analizar escenarios y sacar cuentas, surge con claridad que insistir en una política de confrontación, que crispara todavía más los ánimos de los argentinos, e insistir con recetas económicas a contramano de la realidad, pueden llevar a la presidente a un callejón de difícil salida.
Una cosa era ejercer el poder con el grado de absoluta discrecionalidad de los Kirchner hasta el triunfo de la señora en octubre del 2011 y otra es repetir esa táctica luego de un revés electoral definitivo. Entonces no había ni en el justicialismo ni en el sindicalismo, ni en los círculos empresarios, persona alguna dispuesta a hacerles frente. Eso ha cambiado para siempre por la sencilla razón de que el kirchnerismo ya no mete miedo y cualquiera sabe que, a lo sumo, en 2015 será historia.
Para poner tres ejemplos: nadie podría imaginar a Héctor Méndez o a Eduardo Eurnekian aceptando, hace dos años, una invitación de un líder opositor para sacarse fotos, charlar distendidamente y, de paso, reírse a carcajadas con él. La sola posibilidad de que algo así sucediese era impensable. Sin embargo, eso ocurrió antes de las elecciones y volverá a repetirse cuantas veces Sergio Massa lo juzgue necesario.
Por su parte el secretario general de la Asociación del Personal Técnico Aeronáutico (APTA), Eduardo Cirielli, anunció una medida de fuerza en repudio a las decisiones tomadas por el Gobierno contra LAN en Aeroparque. Lo novedoso del tema no es la huelga sino el motivo: respaldar a una empresa que el kirchnerismo desea jaquear, y eventualmente obligar a que abandone el país, con el propósito de asegurarle un virtual monopolio a Aerolíneas Argentinas.
El tercer ejemplo es, de lejos, el de mayor importancia y el que le ha hecho perder los estribos en más de una oportunidad a la presidente: el notable viraje de la justicia. No ha habido una sola ofensiva enderezada por la Casa Rosada, en el curso de los últimos dieciocho meses, poco más o menos, a expensas de Clarín, La Nación, la Sociedad Rural, la señora de Noble o cualquiera de sus otros enemigos emblemáticos, que haya prosperado. Todas se han estrellado contra unos jueces de primera y segunda instancia y contra los ministros de la Corte Suprema que le han puesto freno, luego de años de silencios complacientes, a la voluntad hegemónica del oficialismo.
Está claro que Cristina Fernández no se dará fácilmente por vencida. Pero de ella y de su gobierno como así también del movimiento creado por su marido se puede afirmar, por primera vez desde mayo de 2003, que tienen los días contados. Lo dicho no significa —al menos no necesariamente. Supone que nadie podría negarse a considerar un escenario de esa índole. Antes resultaba una fantasía porque la relación de fuerzas era tan favorable al oficialismo que hubiera sido descabellado siquiera pensarlo. Ahora no puede descartarse ni mucho menos. En eso radica la diferencia abismal entre aquella situación y esta que comenzará a definirse luego del 27 de octubre.