Para aquellos que no lo sepan, el jefe de la campaña del seguro ganador de las elecciones legislativas del próximo 27 de octubre se llama Juan José Álvarez. Como ex–intendente de la localidad de Hurlingham y ex–secretario de Seguridad de la Nación en el gobierno de Eduardo Duhalde, pergaminos no le faltan para desempeñarse ahora en un cargo de tamaña importancia. Dicho sin vueltas: no es un improvisado en estas lides y sabe de lo que habla cuando opina y toma decisiones. Por eso lo nombró Sergio Massa.

Álvarez teme quedarse sin el puesto que detenta, no por sus yerros tácticos o sus equivocaciones estratégicas sino por otro motivo inconcebible. ¿Cuál? Muy sencillo: en la vereda de enfrente, donde han desplegado sus tiendas de campaña los seguidores del kirchnerismo, sobresalen una serie de personajes de primer nivel que parecen turnarse a la hora de obrar en contra de sus propios intereses y, al mismo tiempo, a favor de su principal enemigo.

Desde que la presidente creyó necesario bajarla de un día para otro a su cuñada de una candidatura que le quedaba grande y poner en su lugar a Martín Insaurralde, el FPV ha incurrido en todos los desaciertos imaginables. Por raro que suene, nadie le ha sumado más votos a Massa que la soberbia y la estupidez del oficialismo nacional. En este orden de cosas, Cristina Fernández, Daniel Scioli y el intendente de Lomas de Zamora dan la impresión de haberse puesto de acuerdo para perder. Vistas las cosas sin atender a los condicionantes ideológicos, ellos han sido y siguen siendo, de lejos, los mejores conductores de campaña de Massa.

Si acaso faltasen pruebas para demostrarlo, el domingo anterior Martín Insaurralde, en mayor medida que el gobernador bonaerense y la presidente de la Nación, dejó en claro por qué Juan José Álvarez está desvelado. En el mismo momento en que el jefe comunal de La Matanza se disculpaba ante su par de Tigre por la agresión que había sufrido a manos de unos cuantos inadaptados, no se le ocurrió nada mejor al de Lomas que afirmar, muy suelto de cuerpo, que su contrincante había querido victimizarse a los efectos de sacar provecho de cuanto había sucedido. De más está decir que ni en la Casa Rosada ni en La Plata se escuchó un pedido de disculpas.

De manera unánime los consultados hubieran dicho que Daniel Scioli y Martín Insaurralde se iban a comportar caballerescamente. Refractarios a la lógica, el primero hizo hasta 48 horas después de los incidentes mutis por el foro y el segundo expresó lo único que podía hundirlo definitivamente en unas encuestas que, cada día, le son más adversas. ¿Qué necesidad había de actuar así? ¿Acaso no se dieron cuenta de hasta dónde conspiraban en contra de cuanto deben defender? Por lo visto parecen ignorar la realidad que los circunda y el terreno que pisan.

Si se tratase de personajes de segunda categoría, sus gazapos difícilmente complicarían las chances electorales del kirchnerismo. Pero se trata de la presidente, del gobernador bonaerense y del candidato del FPV en el principal distrito electoral del país. ¡Como para que Juanjo no esté desesperado…! En unas de ésas, Massa decide darle las gracias por los servicios prestados y prescindir de sus servicios. Total, con semejantes adversarios (aliados) del otro lado de la colina, sobra el jefe de campaña.

En las PASO el intendente de Tigre perdió en las dos ciudades más importantes del interior de la provincia: Mar del Plata y Bahía Blanca. En el curso de la semana pasada se conocieron dos encuestas que son ilustrativas, en grado superlativo, de cómo y cuánto han cambiado las cosas desde el 11 de agosto a la fecha.

Lo que ha quedado al descubierto en esta particular instancia es la falta de correspondencia entre subsidios y votos cautivos. Dicho de manera diferente, hay un mito arraigado según el cual el clientelismo es estable y, por lo tanto, el oficialismo llevaría siempre las de ganar allí donde los dineros públicos, planes sociales, favores y canonjías extendidas a las franjas más necesitadas se convirtiesen en políticas de estado.

Si Sergio Massa no estuviese ganando en las dos secciones que representan dos tercios de los votos de toda la provincia, qué razón habría para tratar de impedir que visitase La Matanza. Ninguna. Pero cuando todos descuentan su triunfo, cada uno de sus contrincantes actúa a tontas y a locas, como si fuesen zombies desasistidos de plan y de prudencia.

Nunca antes se supo con semejante anticipación, en unos comicios legislativos tan decisivos, quién sería el ganador. Nunca antes fue así de claro el fenómeno de adversarios que se transformaron en los mejores aliados de quien tenían enfrente suyo. Nunca antes tantos, en tan poco tiempo, trasparentaron con sus gazapos, ridiculeces, tropezones y pifias la realidad del fin de un ciclo.