En su momento, cuando se supo que la presidente había sufrido un desmayo e iba a ser internada, las versiones respecto de su dolencia real, no la que trasparentaban los partes oficiales, corrieron como reguero de pólvora. Ahora, en atención al tiempo transcurrido desde que Cristina Fernández fue intervenida en la Fundación Favaloro y a los cuidados que requiere su estado de salud, una vez más circulan chimentos de distinta índole y seriedad cuyo común denominador reside en la presunta gravedad del mal que la aqueja.
No es cuestión de especular ligeramente acerca de tema tan delicado, pero con base en el hecho de que la viuda de Kirchner tenía un coágulo que necesitó ser removido de su cabeza y que no resulta conveniente llevarle ninguna noticia que pudiese preocuparla y complicar, así, su estado de ánimo —por eso no se le informó ni del exabrupto de Juan Cabandié ni tampoco del accidente en la estación Once del pasado día domingo, es lógico el cúmulo de interpretaciones que se escuchan tanto en las calles como en los mentideros políticos.
Claro que el tema de la enfermedad de la presidente, más allá de las especies echadas a correr, algunas de ellas con una maledicencia inequívoca, no fue tan analizado en los últimos días como otros que sí parecen tener influencia en el tramo final de la campaña en curso.
Concretamente, los dos hechos que no llegaron a conocimiento de Cristina Fernández por las razones antes expuestas: el sincericidio del primer candidato, del FPV, a diputado nacional por la Capital Federal, Juan Cabandié, y el accidente ferroviario que dejó 99 heridos.
Sólo un encuestador, Federico González, hizo un relevamiento, publicado en el diario Perfil del domingo anterior, en el cual mostraba el efecto contraproducente del altercado del diputado de La Cámpora sobre él mismo pero, al mismo tiempo, sobre su compañero de boleta en el distrito metropolitano, Daniel Filmus, y sobre Martín Insaurralde. En cambio, nadie tuvo tiempo para preguntarle a los votantes de la ciudad de Buenos Aires y del GBA en qué medida, si acaso en alguna, el desastre ocurrido en Once ha motivado un cambio en su intención de voto.
Lo que sucedió, una vez más, en la mencionada estación pone de manifiesto, entre otras cosas, un aspecto al cual hemos hecho referencia antes: la ventaja que, a futuro, Sergio Massa tendrá respecto de Cristina Fernández, Daniel Scioli y Mauricio Macri. Estos tres, al margen de sus diferencias ideológicas y de su posicionamiento de cara a 2015, deberán gestionar la cosa pública en distinto niveles, nacional, provincial y municipal, según de quien se trate, por espacio de dos años más. Los riesgos que conlleva la función pública están a la vista.
Al intendente de Tigre no se le puede cruzar en el camino un accidente como el que venimos comentando. A los otros tres, sí. Una corrida cambiaria, por ejemplo, seguida de una bancaria, clausuraría las posibilidades de muchos de los gobernadores, ministros u hombres públicos que, para la gente, fuesen responsables de una crisis semejante. Massa, inversamente, que daría a salvo de cualquier contingencia de ese tipo.
¿Qué cosas quedan por saber del 27? Pocas. En primera instancia, por cuánto perderá Martín Insaurralde en la provincia de Buenos Aires. En segundo lugar, quién se impondrá en la dura disputa de la senaduría por la minoría en la Capital Federal. Pino Solanas y Daniel Filmus, según todas las encuestas conocidas, entraron en la recta final cabeza a cabeza. Por eso se habla de un virtual empate técnico entre ellos. En tercer lugar, qué porcentaje de votos retendrá el Frente para la Victoria en el país.
Ninguno de los interrogantes apuntados tiene una relevancia crucial en razón de que, desde mucho antes de abrirse las urnas, la totalidad de los aspectos verdaderamente trascendentes estaban resueltos. A saber: 1) Massa, Macri, Binner, De la Sota y Cobos ya ganaron. 2) Cristina Fernández perdió toda posibilidad de reformar la Constitución con vistas a un tercer mandato consecutivo. 3) El oficialismo dejó en el camino una parte considerable de su caudal electoral, comparado con otras elecciones. 4) Los presidenciables de mayor calado ya están en las gateras y 5) El humor de la sociedad cambió de manera impresionante desde que fue plebiscitada Cristina Fernández.
Por de pronto, cómo reaccionará la presidente ante la derrota y cuándo exteriorizará su parecer. Porque lo cierto es que nada sabemos de su recuperación y tampoco del momento en que hará escuchar su voz nuevamente. Todos suponen que el timón público lo lleva Carlos Zannini con Máximo Kirchner obrando como correa de transmisión entre las habitaciones privadas del poderoso y el poder vicario. Pero es una mera suposición. ¿Y si no fuese así? Después de todo, si a Cristina Fernández no le llevan preocupaciones ni malas noticias, ¿es dable pensar que sea ella la responsable, en estos momentos, de decidir el curso de acción del gobierno?
Resultaría lógico pensar lo contrario y, en tal caso, no sería la viuda de Kirchner sino otros quienes adoptan en su nombre las resoluciones que consideran más convenientes.
A partir del 28, todo girará en torno a Cristina Fernández: ¿vuelve o no vuelve? Si vuelve, ¿cuándo vuelve? Si su retorno se produce en breve, ¿privilegiará la ética de la responsabilidad y pactará con Daniel Scioli una transición civilizada u optará por la épica setentista? Y si no vuelve, ¿qué pasa?