Después de que renuncié al subsidio, en los bimestres de invierno llegué a pagar casi una luca de gas, y la factura de electricidad se duplicó, cuenta un encumbrado funcionario de gobierno que vive en una linda casa nada suntuosa ubicada en un barrio porteño de clase media. Yo lo puedo pagar, y está bien que lo pague. Pero si la misma tarifa se la cobramos a mi vecino, me incendia la casa.
Con su ejemplo pretende ilustrar las dificultades técnicas que enfrenta el Ejecutivo en el diseño de una plan para reducir la catarata de subsidios que en materia de electricidad y gas acumularán en el año alrededor de 80.000 millones de pesos, lo que representa más del 10% del presupuesto aprobado para el año y más de 2% del Producto Bruto. Es un gasto que ahoga las finanzas del Estado, pero que además empeora la distribución del ingreso, ya que bastante más de un tercio beneficia a sectores de altos ingresos.
Pero más allá de las dificultades, y de las reivindicaciones públicas de los subsidios que cada dos por tres manifiesta Julio De Vido, tanto en su ministerio como en Economía, hay técnicos trabajando en este asunto que también es considerado prioritario por diez de cada diez economistas. No es casualidad que la cotización de la acción de Edenor se haya cuadruplicado en lo que va del año.
Es interesante observar que el tema no se revela como una de las preocupaciones principales de los ciudadanos, entre las que sobresalen la inseguridad y la inflación. Más interesante aún si se tiene en cuenta que tampoco figura entre ellas la otra prioridad que despierta consenso entre los economistas de cualquier color: la reaparición de restricción externa y la consecuente escasez de dólares.
El mercado habla a través de una brecha cambiaria que oscila en el 70%. Los economistas kirchneristas hablan, por ejemplo, a través del último informe de coyuntura del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra), que depende de la CTA que encabeza Hugo Yasky y que integran economistas de Flacso como Eduardo Basualdo y del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda), el instituto que creó Axel Kicillof: La situación del sector externo sigue siendo la principal restricción económica, a pesar de la drástica disminución de la fuga de capitales y de la remisión de utilidades al exterior.
Pero así como en el tema de subsidios no hay demasiado misterio acerca de lo que van a hacer (la incógnita es cómo lo van a hacer), sobre la forma de encarar la falta de dólares no hay pistas firmes, más allá de los caminos que ya están transitando, acelerando el ritmo de devaluación, y ablandando resistencias para tomar deuda, que los llevó a negociar con acreedores litigantes en el Ciadi para acceder a créditos de organismos multilaterales, y a presionar para que grandes compañías suscriban títulos públicos.
Hay hermetismo sobre medidas adicionales ¿Desdoblamiento cambiario? ¿Encarecimiento de turismo al exterior y de los autos de alta gama importados? Paciencia.
Mientras tanto, vale la pena detenerse a analizar algunos números del sector externo. En los primeros nueve meses de 2013, la balanza comercial acumuló un superávit de 7.142 millones de dólares, con una disminución de 3.064 millones respecto a igual período del año pasado. Esta última cifra es casi equivalente al incremento de 3.076 millones que registró el déficit de la balanza del sector energético en esos mismos tres trimestres, que pasó de 2.521 a 5.597 millones de dólares. Alguien podría decir, entonces, que el único factor que acerca la restricción externa por el frente comercial es el problema energético, que no es un problema derivado del atraso cambiario sino de las fallas en la política sectorial.
Siguiendo esa lógica, la conclusión sería que la restricción externa tiene que ser abordada tratando de cerrar el agujero energético y acotar el déficit en servicios, básicamente por turismo y remisión de utilidades. Nada habría que hacer con la estructura productiva que (al margen de la energía) continúa arrojando fuertes excedentes de divisas.
Pero esa es una mirada sin perspectiva histórica que pasa por alto los desequilibrios estructurales de la economía y no advierte que el superávit comercial está sostenido únicamente en el sector primario de la economía, que aporta divisas de sobra respecto a los más de 20.000 millones de dólares de déficit generados por la industria. Lo que significa que se trata de un superávit totalmente dependiente de la demanda internacional de materias primas.
En un ensayo que acaba de publicar Realidad Económica titulado Los Problemas Estructurales de la Industrialización Argentina (1962-2010), Guillermo Gigliani (economista de la UBA e integrante de Economistas de Izquierda) y Gabriel Michelena (economista de la UBA y miembro de Sociedad de Economía Crítica) señalan que la dependencia y la desintegración del entramado productivo que históricamente afectaron al capitalismo industrial, no se vieron alteradas durante el kirchnerismo. La dependencia se manifestó en un aumento del desbalance de divisas por unidad de producto, con una tendencia al desborde, a pesar del enorme aporte en dólares de las exportaciones primarias. Según sus cálculos, el déficit de divisas de las manufacturas de origen industrial en relación al PBI industrial pasó de un 13,5% en el período 1962-1975 al 27,9% durante la Convertibilidad, y siguió subiendo hasta el 32,1% en el período neodesarrollista 2002-2010.
Esa tendencia creciente del déficit de divisas que genera la industria es uno de los gruesos puntos débiles de la década kirchnerista, y más allá de imprescindibles parches coyunturales debería ser prioridad en la agenda de la política económica de quienes van a gobernar hasta 2015 y de quienes a partir del resultado del domingo aspiran a sucederlos.