Cuando el antikirchnerismo en pleno no había terminado de festejar se invirtieron de alguna manera los papeles y quienes parecían estar de velorio de pronto, al conjuro del fallo de la Corte respecto a la ley de Medios, recobraron el ánimo perdido. No salieron a las calles, salvo un módico acto frente al palacio del Congreso, pero poco faltó para que ello ocurriera. País de contrastes el nuestro, según el informe semanal de los analistas políticos Massot y Monteverde.

Hace dos semanas, poco más o menos, se instaló uno de esos rumores según el cual en la Corte se habría producido un viraje de su titular Ricardo Lorenzetti, de Enrique Petracchi y de Juan Carlos Maqueda hacia posiciones cercanas al gobierno. Eran ciertos.

Lo que primero salta a la vista es que el kirchnerismo se ha alzado con un triunfo importante. Bregó desde hace dos años, al menos, para reducir a su mínima expresión al grupo Clarín. Finalmente, con la ayuda de la Corte, parece haberlo logrado.

Los ministros que la integran no son peleles de la Casa Rosada, o sea, un conjunto de cortesanos que sólo se mueven a impulsos de sus mandantes. Se dividen en tres grupos: por un lado se destacan los alineados con el gobierno nacional, Raúl Zaffaroni y Elena Highton; por el otro, casi podría decirse en la vereda opuesta, los absolutamente independientes, Carlos Fayt y Carmen Argibay; por último están los que basculan: Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda y Enrique Petracchi.

Con todo, el hecho de lejos más trascendente del año no pasó por la Corte sino por las urnas. Había que verlos el domingo, cuando sólo se manejaban datos provisorios de boca de urna y luego, al momento de conocerse los resultados, a los kirchneristas de todas las observancias, desde Daniel Scioli hasta Amado Boudou y Agustín Rossi, y desde Juliana Di Tullio hasta Ricardo Forster,  repetir un mismo, monocorde, libreto, aprendido de memoria, según el cual habían sucedido tres cosas, a saber: 1) el FPV seguía siendo el principal partido a nivel nacional, 2) el oficialismo había retenido el control de las dos cámaras del Congreso, y 3) había sumado mayor cantidad de votos respecto a lo sucedido en las PASO. De la derrota colosal en la provincia de Buenos Aires y también en la Capital Federal, Córdoba, Santa Fe y Mendoza, entre otras, ni palabra.

Es que, en el fondo, a nadie le pasaba desapercibida la envergadura del revés sufrido, cuya consecuencia es la imposibilidad de una reforma de la Constitución y la clausura definitiva de los sueños continuistas de Cristina Fernández después de 2015.

La estrategia de minimizar o, lisa y llanamente, ignorar la realidad estaba cantada de antemano. Que el gobierno tratase de tapar el cielo con un harnero no resultó una sorpresa para nadie. Al contrario, hubiera sido notable que las principales figuras del FPV hubiesen aceptado los guarismos con modestia y asumido como un toque de atención que 70 % del país se haya manifestado en las urnas contra lo que genéricamente podría denominarse kirchnerismo.

Desde hace varios meses insistimos en distinguir una derrota de una catástrofe electoral. Ello a cuento de cómo terminase la elección en la provincia de Buenos Aires. En las PASO, la diferencia obtenida por Sergio Massa a expensas de Martín Insaurralde significó para el gobierno un revés considerable. Ahora las cosas han cambiado significativamente en razón de dos hechos: por un lado, aquella diferencia se duplicó y así el intendente de Tigre logró sacarle a su contendiente de Lomas de Zamora algo más de once puntos; por el otro, ello ocurrió en los únicos comicios que tienen consecuencias políticas y efectos institucionales concretos. Las PASO no cuentan o cuentan poco.

En las legislativas de 2009 todo el peso del oficialismo con el santacruceño encabezando la lista de su partido, secundado por Daniel Scioli, no pudo doblegar a Francisco De Narváez. Entonces Néstor Kirchner fue vencido por tres puntos. Ahora, en cambio, la performance del FPV ha sido mucho peor y la comparación que es conveniente y legítima hacer no tiene nada que ver con el porcentaje de sufragios obtenido en octubre de 2011 por la presidente.

No han sido pocos los analistas que confrontaron aquel 54 % con este magro 31 % para de ello concluir la caída libre del FPV. En realidad, la comparación no es fácil de sostener. Hace dos años marchamos a las urnas con el propósito de elegir al presidente; en este caso, los comicios eran legislativos.

Es menester comparar, para ser ecuánimes, los resultados de 2009 y los de las PASO con los del 27 de octubre pasado. Solamente así se puede extraer una conclusión valedera de cómo quedó posicionado el kirchnerismo, cuyos defensores ni siquiera podrán rescatar como logros la presunta capacidad para retener el dominio de las cámaras de diputados y senadores o el hecho de ser el FPV la primera fuerza de la Argentina. ¿Por qué? Porque de nada sirve suponer, tomando como pauta el resultado electoral, que es definitiva la conformación de las citadas cámaras. Si sólo contásemos los votos de la ciudadanía estaríamos reduciendo la película a una foto. Dicho de manera distinta: lleva razón el kirchnerismo al sostener que seguirá controlando el Congreso, pero es una razón a medias. Cuanto debe analizarse es el proceso que se ha iniciado el domingo, seguirá el 11 de diciembre y continuará a lo largo de 2014 y 2015. ¿Quién podría asegurar que no se producirán fugas en una y otra cámara a favor de Massa en el curso de los próximos meses?

En cuanto al argumento de que el FPV es el partido más importante cabe preguntarse, aun si fuese cierto, de qué le ha servido. Con ese criterio, deberíamos pensar que estaría en condiciones de ganar cómodo las presidenciales dentro de dos años. Las fuerzas valen lo que sus candidatos. El FPV carece de una personalidad capaz de galvanizar voluntades y llegar a 2015 con posibilidades de ganar. Si apenas cuenta con Sergio Uribarri y Jorge Capitanich, está en problemas serios.

Seamos claros: el domingo al kirchnerismo le firmaron su acta de defunción que tardará en hacerse efectiva. En términos políticos la muerte no significa desaparición de la faz de la Tierra, al menos no inmediatamente. Durante los próximos veinticuatro meses, en la medida que Cristina Fernández termine en tiempo y forma su mandato, todavía el gobierno detentará una cuota nada despreciable de poder.

Vapuleado y todo, también ha quedado en pie Daniel Scioli, al que muchos suponen el delfín de la Casa Rosada. Ahora bien, ¿alguien consideraría seriamente al gobernador bonaerense como un continuador de las políticas de Cristina Fernández? Una cosa es que el oficialismo se haya aferrado a él como al único salvavidas que tenía a mano. Otra es que el gobernador bonaerense piense y actúe, en caso de llegar a Balcarce 50, como lo haría un K de paladar negro.