El kirchnerismo, o lo que de él queda a esta altura, es un reino de taifas donde cada gobernador, intendente, ministro, diputado o senador, ahora convertidos, por necesidad, en barones feudales,  trata de preservar su espacio, cultivar de la mejor manera posible su quintita y acortar distancias con Sergio Massa. No hay jefatura unificada ni voz de mando capaz de reducir las fuerzas centrífugas a la unidad. Los tiempos en los cuales bastaba un gesto del santacruceño o una palabra de su mujer para encolumnar en fila india, como a un solo hombre, a todos y cada uno de los que ahora se consideran reyezuelos, han pasado para no volver, según aseguran los analistas políticos Massot y Monteverde en su informe semanal.

Cristina Fernández ha hecho punta al respecto. Abandonó primero, casi a hurtadillas, la campaña de Martín Insaurralde. Luego toleró en silencio, sin inmutarse, los arranques independentistas del gobernador bonaerense y del intendente de Lomas de Zamora. Pero, no satisfecha con ello, decidió atender los llamados de Mauricio Macri, a quien siempre había ignorado olímpicamente.

Por su lado, Daniel Scioli parece embelesado con la reconstrucción del PJ. Nadie le dijo que era un cascarón vacío desde hace tiempo ni que se aferran a ese continente sin contenido un conjunto insignificante de gobernadores con pocos votos y sin demasiado futuro.

El Consejo del PJ es un vulgar sello de goma. Lo preside el propio Scioli que, de no mediar un milagro, sufrirá una derrota estruendosa a finales de mes. Al margen de ello, quienes se sentaron a discutir planes con él el lunes pasado, o carecen de peso electoral aunque ganen, o lisa y llanamente serán derrotados en las elecciones del 27 de octubre.

Para tener una idea de la inanidad del PJ, basta decir que ninguno de los tres pesos pesados en términos de votos del peronismo, Sergio Massa, José Manuel de la Sota y Carlos Reutemann,  le han prestado atención a tamaño engendro, y que los presentes en la citada reunión tienen un pie en sus respectivas provincias y otro, como no podría ser menos, fuera del oficialismo nacional.

Sólo Daniel Scioli, que se ha quedado a mitad de camino entre el kirchnerismo y el arco opositor, que es posible armar una corriente competitiva para 2015 con base en José Luis Gioja, Gildo Insfrán, Sergio Uribarri, Jorge Capitanich, Juan Manuel Urtubey, Aníbal Fernández, Carlos Kunkel y Juan Manuel Abal Medina.

De la presidente para abajo, cabría definir al kirchnerismo mentando aquel cantito que en nuestra niñez, algo cándida, entonábamos así: “Antón, Antón, Antón Pirulero; cada cual, cada cual, que atienda su juego…” Como en su gran mayoría se han percatado que el ciclo kirchnerista toca a su fin y que no vale la pena hacer causa común con los dioses caídos, la táctica de todos, aun sin ponerse de acuerdo, se resume y compendia en el sálvese quien pueda.

No significa lo dicho que vayan a abandonar el barco, de buenas a primeras, el 28 de octubre en horas de la madrugada. Se tomarán su tiempo, calibrarán la relación de fuerzas, sacarán cuentas porque, al fin y al cabo, los gobernadores e intendentes seguirán dependiendo del unitarismo fiscal; y cuando sepan que su zambullida estará exenta de riesgos se lanzarán a nado hacia tierras más seguras. Ni un minuto antes ni un minuto después. Todo dependerá de cómo evolucione la situación política y económica del país a partir del momento en que se conozcan los resultados finales de los comicios legislativos.

En estos días ha quedado en claro hasta qué punto en la Casa Rosada, como en las tiendas radicales y socialistas, en el estado mayor de Massa como en el PRO y en La Plata, no hay candidato ni partido de envergadura que deje de pensar en 2015. A partir de la certeza de que los ganadores de agosto repetirán su performance en octubre, poner atención en las elecciones presidenciales a substanciarse dentro de dos años no es fruto de un capricho o producto de un cálculo apresurado. Los resultados de octubre están cantados y, por lo tanto, también los futuros contendientes.

En este orden de cosas tiene todo el sentido del mundo que la presidente haya decidido atender los llamados del jefe de gobierno de la Capital Federal. No hubo, de parte de la señora, un súbito arranque de simpatía hacia Macri ni cosa que se le parezca. Su jugada pone al descubierto un plan de acción que seguramente escalará de aquí en más: ahondar las divisiones existentes entre Scioli, Massa y Macri.

Los radicales y socialistas no se han quedado rezagados al respecto. Lo demuestra la decisión de Julio Cobos y de Hermes Binner de bajar a Buenos Aires con el propósito de apuntalar la candidatura de Margarita Stolbizer y de Ricardo Alfonsín, en el principal distrito electoral del país. Antes de eso, la alianza tácita entre unos y otros habrá quedado planteada en los afiches callejeros en los cuales la foto de los cuatro anticipa un principio de unión con el cual todos sueñan, afirman Massot y Monteverde.

Por rara coincidencia, Mauricio Macri, a semejanza de Cobos y de Binner, confía en que, si el peronismo marcha a esos comicios divididos, a su partido se le abrirá una gran posibilidad de pelear el ballotage.

No hay fuerza política que se halle avocada hoy, pura y exclusivamente, a sopesar cuanto pueda suceder en menos de 30 días, al momento de habilitarse las urnas. Todas han comenzado a barajar posibilidades con vistas a 2015.