Si en los cinco principales distritos electorales de la Argentina se imponían con comodidad los distintos candidatos del arco opositor, Sergio Massa, en Buenos Aires; Gabriela Michetti, en Capital Federal; Hermes Binner, en Santa Fe; Juan Schiaretti, en Córdoba y Julio Cobos, en Mendoza, parecía lógico que, en octubre, no sólo repitieran su triunfo sino que éste fuera, a la vez, más holgado. Con una coincidencia adicional: que los representantes del Frente para la Victoria corren el serio riesgo de obtener menos votos dentro de treinta y cinco días que los sumados en las PASO.
La debacle kirchnerista arrastra hoy a Carolina Scotto en la Docta; a Jorge Obeid, en tierras santafesinas; a Martín Insaurralde, en el distrito bonaerense y a Alejandro Abraham, en la principal provincia cuyana. Sólo se salva, al menos de momento, Daniel Filmus, cuya intención de voto es superior en unos cinco puntos a la de Pino Solanas.
Las diferencias entre Schiaretti y Scotto, cuarta detrás de Héctor Baldassi, del Pro, es de más de 20 puntos; Binner se impone por casi 34 puntos a Obeid, tercero lejos detrás de Miguel del Sel y Cobos, de su parte, acredita en el último relevamiento publicado por el diario Los Andes, el domingo pasado, 25 puntos más que Abraham. Si acaso los números reseñados no reflejasen la catástrofe electoral que venimos anunciando hace rato, dos muestras, una de Hugo Haime y otra de Julio Aurelio, conocidas el último fin de semana, pusieron de manifiesto otro fenómeno indisimulable: el crecimiento notable de Sergio Massa, que le saca a su competidor de Lomas de Zamora entre 12 y 14 puntos.
La derrota del 2009, comparado con lo que sucederá el 27 de octubre, será un dato insignificante. Cristina Fernández y el kirchnerismo que decida mantenerse fiel a la Casa Rosada deberán desenvolverse en los años por venir, hasta diciembre del 2015, si acaso la presidente terminase su mandato en tiempo y forma, en un escenario inédito, frente al cual es bien difícil imaginar cuál será su reacción. Entre otras razones porque nadie está en condiciones de medir, con alguna precisión, las consecuencias de tamaña derrota.
Que la bancada de diputados massistas, en la Legislatura de La Plata, sea la segunda en número, cuando no ha transcurrido un mes de la victoria de su jefe, transparenta el éxodo de voluntades, no solo del FPV sino también del PRO y de los seguidores de De Narváez, que seguramente habrá de incrementarse en los próximos meses. Que el mencionado no es un reacomodamiento circunscripto a Buenos Aires lo revela el siguiente dato: si los diputados que responden a Maurice Closs en el Congreso de la Nación abandonasen el espacio que ocupan hoy, algo que puede suceder en cualquier momento, el FPV y sus aliados históricos dejarían de contar con los 129 votos necesarios en la cámara baja para alcanzar la mayoría simple, aseguran los analistas de política en su informe semanal, Massot y Monteverde.
Hasta los mensajes, formulas y contenidos de la campaña del FPV, en Buenos Aires, han cambiado. Cristina Fernández se permitió ironizarlo a Massa afirmando, dos semanas atrás, que la seguridad no se arreglaba con “camaritas” (sic). Ahora el flamante ministro de Seguridad de Scioli, Alejandro Granados, acaba de anunciar que inundará de cámaras la provincia. Ni que decir tiene que el anuncio de Martín Insaurralde sobre la baja en la edad para imputar a menores representa un giro copernicano respecto de lo que siempre defendió el kirchnerismo.
Es la desesperación que sacude sus filas la que explica el por qué de tamaños cambios. Impensables hasta ayer, hoy son voceados por los candidatos, ministros y gobernadores. No sólo eso. También es notorio el silencio de la presidente que deja hacer a quienes apenas unos meses atrás hubiera fulminado, por mucho menos, con una simple mirada. En este orden de cosas no es menor el contenido de la nota que, en la edición dominical de Página 12, publicó Horacio Verbitsky sobre el nombramiento de Granados. Menos pervertido, al flamante ministro de Seguridad le dijo de todo. El hecho no llamaría la atención por el abismo ideológico que separa a uno de otro. Lo sorprendente es el momento y el calado del cuestionamiento: en medio de una campaña electoral de esta importancia, que el órgano oficial del gobierno desmerezca de tal forma a un funcionario clave de la provincia de Buenos Aires, demuestra las fisuras del oficialismo.
No hay lugar para un tránsito, sin complicaciones ni tensiones, de la épica triunfalista a la aceptación de la derrota. La misma Cristina Fernández, que no ha dicho esta boca es mía, y no le ha enmendado la plana a sus seguidores que enarbolan banderas que a ella le erizan la piel, ha escalado sus denuncias respecto de determinados planes destituyentes.