Cristina Kirchner comenzará mañana un trayecto diferente en su larga experiencia de poder. Acostumbrada a ser una protagonista principal, y excluyente por momentos, deberá compartir en adelante el principal escenario político con otros intérpretes, que tendrán, además, más futuro que ella. Sin embargo, sería tan prematuro como inexacto suponer que su influencia política desaparecerá definitivamente. Tendrá durante los próximos dos años la conducción de la administración nacional, lo que no es poco, y cuenta todavía con respetables índices de imagen positiva. Se irá irremediablemente en 2015, pero mientras tanto podrá disponer sobre la situación del país e intervenir en la selección de un candidato presidencial peronista.
La enfermedad se cruzó en ese crítico momento de cambio. Nadie sabe con certeza cómo volverá la Presidenta después de su convalecencia.
La penúltima caída seria de su salud, cuando le diagnosticaron un cáncer de tiroides, fue un proceso inverso. La noticia posterior de que el supuesto cáncer no existía excitó su instinto político. La vida y el poder no tenían límites. Descuidó su salud y privilegió la política. Últimamente se la notaba arrastrando cierta decadencia física, que todos, incluida ella, atribuían a la fatiga.
Esta vez las cosas fueron muy distintas. Fue a la clínica por una arritmia cardíaca y terminó siendo operada de un coágulo en el cráneo. Tendremos que hacerle un altar a la arritmia, porque ésta permitió descubrir el problema en la cabeza, explicó un funcionario. Tenía dos problemas en su cuerpo, no uno.
De todos modos, la arritmia es el síntoma de problemas en el corazón más duraderos que el episodio del cráneo, que está en camino de resolverse y sólo necesita de la disciplina necesaria para una buena cicatrización. Basta leer el parte médico para llegar a la certeza de que el corazón presidencial requiere cuidados médicos y una vida más tranquila que la que ella hacía antes de caer en cama. La Presidenta es una mujer que le dedicaba al poder todas las horas de sus días, hasta las del sueño. El estrés que fatalmente provoca ese ritmo de vida no será nunca un buen remedio para su problema cardiológico.
¿Qué está pasando en estas horas en el ánimo presidencial? El largo reposo a la que es sometida podría precipitar cierta nostalgia de los tiempos abrumados y vertiginosos. O podría descubrir para ella la noción de una vida diferente, lejos de las noticias que siempre la involucran y lejos también de los funcionarios que le cuentan más conspiraciones que las que caben en la intrigante política. Nadie ha llegado hasta ella como para establecer qué sentimientos prevalecen en estos días. Nadie, por lo tanto, puede establecer cómo será la Cristina que volverá al poder.
Encuestas en manos de sus propios opositores señalan que la Presidenta tiene una imagen positiva en la provincia de Buenos Aires del 55 por ciento. Esos números han crecido desde que se conoció su enfermedad, pero antes ya eran altos. El promedio nacional de imagen positiva presidencial está por encima del 40 por ciento. Influye en ese promedio la opinión de distritos fuertemente antikirchneristas, como la Capital, Santa Fe y Córdoba. Con todo, no son números malos, ni mucho menos, para una gobernante que está en el poder desde hace seis años, aunque para la mayoría de la sociedad son diez años y no seis.
Las encuestas dicen cosas contradictorias. Esas mismas mediciones indican que una amplia mayoría, cercana al 70 por ciento de los consultados, está en desacuerdo con una re-reelección. Su imagen, además, no es correlativa con la intención de voto de sus candidatos, que perderán en todos los grandes distritos del país. Políticos bonaerenses que militan en el kirchnerismo reconocen también que la ausencia presidencial en el último tramo de la campaña ayudó a encoger la abismal diferencia que las encuestas pronosticaban, poco después de las primarias, entre Sergio Massa y Martín Insaurralde.
Cristina es una buena oradora, pero tiene un estilo empapado de cierta soberbia, una manera profesoral de hablar, que la distancia de la gente común. Suele dibujar paraísos que no están o librar batallas verbales con sobreentendidos para pocos. Más distancia aún con la sociedad lisa y llana. Eso ya lo sabía Néstor Kirchner, que le aconsejó no hacer campaña durante su primera campaña presidencial. No la hizo, en efecto. Ella crece cuando no está en las tribunas.
La gente maduró. No quiere reelecciones y está buscando al próximo presidente, argumenta un caudillo bonaerense que conoce las sensibilidades sociales. Cristina participará de ese proceso de selección. ¿Será Daniel Scioli? ¿O se inclinará por Sergio Urribarri, a quien siente más próximo? Los caciques territoriales odian la derrota. Urribarri es un candidato para sacar menos del 10 por ciento de los votos, dijo uno de ellos, que permanece fiel al kirchnerismo. El candidato de la estructura peronista es definitivamente Scioli. Esa estructura se reduce a una simple fórmula: son los gobernadores y una parte importante de los intendentes del conurbano. Somos nosotros los que ponemos al presidente peronista, se ufanan.
El problema de todos ellos, y de la propia Presidenta, es que la victoria anunciada de Sergio Massa eclipsará al resto de los candidatos presidenciales hasta, por lo menos, después del verano. Cuando llegue el otoño, los problemas serán de Massa. ¿Cómo mantendrá intacta la expectativa popular durante un año, ese desierto que deberá atravesar hasta las próximas primarias presidenciales? ¿Cómo lo hará desde una banca de diputado nacional? No será un diputado nacional. Será un candidato presidencial permanente, aseguran a su lado. El equipo que lo rodea no es el de un simple diputado. Es presidencial. Es una estrategia que podría ser exitosa, pero dependerá, otra vez, de Cristina Kirchner. El fracaso del Gobierno no haría más que instalar a Massa como una alternativa claramente opositora. Éste es el papel que la propia Presidenta le dio al alcalde de Tigre, llevada más por el rencor que por la astucia.
La economía tiene problemas. La Presidenta lo sabe. ¿Cómo podría ignorarlos si autorizó un sacrilegio a la ortodoxia de su discurso? ¿No fue eso, acaso, la orden de pagarles a las empresas que ganaron juicios en tribunales internacionales? ¿No había dicho ella que no les pagaría, a pesar de que Barack Obama le pidió personalmente dos veces que saldara esas deudas?
Necesitaba cierta reconciliación con Obama para liberar dólares de organismos internacionales. Y la necesitaba más para que ese presidente interviniera ante la Corte Suprema de Justicia de su país como amigo de la Argentina. Ese pequeño giro fue bien recibido por Washington. Tenemos otras discrepancias, pero queremos mejorar la relación, dijo una fuente confiable en la capital de los Estados Unidos.
El problema de Cristina consiste en encontrar una fórmula para mejorar esa relación y que, al mismo tiempo, no se decepcione la militancia que creyó, y cree, que está en una batalla final contra "el imperio". Aquellas herejías se cometieron, por eso, sigilosamente. Pero ¿cómo destejer ahora el relato de una supuesta épica antiimperialista? ¿Cómo pedirle favores a Obama mientras sus militantes hablan mal de Obama?
Muy cerca del cristinismo están seguros de que la Presidenta volverá con un cambio de gabinete, sobre todo, económico. Es lo que creen o es lo que les conviene. Sea como fuere, gobernadores e intendentes que siguen leales a Cristina ya se están cansando de hacer gestiones para que se permita la importación de insumos esenciales para industrias instaladas en sus comarcas. Ninguno de nosotros ganará elecciones con trabajadores suspendidos o cesanteados, dijo uno de ellos. Y es lo que está pasando.
La economía necesita de un cambio fundamental. La unanimidad de los economistas advierte que en 2014 podría darse una mezcla políticamente letal de estancamiento y de inflación más alta aún. La industria requiere insumos importados. Sin ellos, la producción caerá y los precios subirán, como cada vez que la demanda fue superior a la oferta. Las prohibiciones para acceder al dólar ahuyentaron la inversión, hasta la de los empresarios nacionales. La emisión descontrolada de dinero significa más fuego en el incendio inflacionario.
La influencia política de Cristina Kirchner en los próximos dos años dependerá en gran medida de lo que haga cuando regrese. Tiene capital político como para huirle a la fragilidad de cualquier tipo, pero el kirchnerismo es célebre por su capacidad para destruir todo lo que construye.