¿Por qué nos tomamos el trabajo de votar, si el sufragio de cada uno de nosotros no tiene ninguna chance de modificar el resultado?, se preguntó Anthony Downs en Una teoría económica de la democracia , publicado en 1957. En la Argentina votamos, y votamos porque queremos, no porque es obligatorio, dado que al que no vota en los hechos no le pasa nada.

Al respecto entrevisté al escocés Duncan Black (1908-1991), considerado el padre de la moderna teoría de la elección pública.

Comenzó a elaborar sus ideas en 1934, culminándolas en La teoría de los comités y las elecciones , publicado en 1958. En 1962 James McGill Buchanan y Gordon Tullock fundaron la Sociedad de la Elección Pública. Las ideas de Black no fueron fácilmente aceptadas, porque en su momento se consideraba una excentricidad aplicar herramientas matemáticas al análisis político, apunta Ronald Coase.

-¿ Cuál es la idea central de la teoría de la elección pública?

-Analizar al votante como un comprador y al político como un empresario.

-Pero esto, ¿no banaliza esa actividad?

-Los análisis deben ser juzgados por si sirven o no. El enfoque de la elección pública toma al ser humano como es, no como debería ser, y por consiguiente resulta más útil que otro basado en que el mismo ser humano, que como empresario sólo piensa en sí mismo, en cuanto se transforma en funcionario se convierte en abnegado. Este último enfoque podrá ser deseable, pero al parecer tiene poco que ver con la realidad.

-Desde hace mucho tiempo matemáticos y economistas analizaron los sistemas de votación.

-Así es. El marqués de Condorcet en el siglo XVIII, Jean Charles de Borda, Lewis Carroll después y Kenneth Joseph Arrow a mediados del siglo pasado mostraron que no es fácil diseñar sistemas de votación para que los candidatos que resultan elegidos representen mejor las preferencias de los ciudadanos. Las dificultades aparecen en cuanto hay por lo menos tres votantes; la referida paradoja de Downs supone un electorado compuesto por un gran número de sufragantes.

-No obstante lo cual, la gente vota, y yo no la calificaría de irracional por ello.

-Irracional es un calificativo muy fuerte. Por empezar, porque nunca hay que descartar lo altísimamente improbable. En 2000 alrededor de 100 millones de votantes fueron a las urnas en Estados Unidos, para elegir presidente entre George Walker Bush hijo y Al Gore. Obtuvieron una cantidad de votos tan parecida, que la diferencia era menor a los votos impugnados por fallas en algunas máquinas de votar. Finalmente, por 5 votos a 4, la Corte Suprema de ese país dispuso que Bush "había ganado", decisión que Gore aceptó [¿se imagina tener que volver a votar?].

-¿Sólo por eso la gente vota?

-En comicios legislativos, la diferencia determina cuántos legisladores ingresan por cada partido, de manera que ahí la cuestión no es simplemente ganar o perder, sino por cuánto. En una elección presidencial, la diferencia también puede servir para darle fuerza al vencedor (lo cual a veces es bueno, a veces no). De manera que, más allá de lo que dice Downs, hay razones para votar.

-¿Sobre la base de qué se vota?

-Hace algunas décadas las propuestas, reunidas en una plataforma, tenían más importancia que la que tienen actualmente, a la hora de elegir. Hoy se le presta más atención a la imagen, a los gestos, al clientelismo, etc. Escuchando lo que afirman los candidatos, parecería que la ley de Thomas Gresham, según la cual la moneda mala desplaza a la buena, no solamente se aplica al plano monetario.

-¿Está usted diciendo que no es cierto eso de que "el pueblo nunca se equivoca"?

-Me quedo con la afirmación de Winston Churchill, de que la democracia deja bastante que desear, pero que es mejor que cualquier otro sistema de gobierno. En la Argentina, se han pagado grandes precios por olvidar esto, así que, por favor -no importa lo que ocurra-, no se dejen tentar. Lean a Downs, pero voten.

-Don Duncan, muchas gracias.