Hay algo que Cristina Kirchner no puede entender: que un intendente la haya derrotado. Si alguien fuera sincero, podría contarle una conclusión de esta semana que significaría una herida más profunda aún en su narcisismo. Sergio Massa, que ha crecido en las encuestas de la provincia de Buenos Aires y en las nacionales, le ganaría ahora cómodamente una elección presidencial.
La Presidenta prefirió, en cambio, sacar la competencia electoral de la disidencia política y llevarla al terreno de los poderes fácticos.
Colocó esa disputa, en efecto, entre ella y las grandes corporaciones, la del dinero, la industria y los sindicatos. Ya le agregará otras. Ésa es una pelea que merece la pena. Jamás aceptará ser corrida por un alcalde, que, además, subió al gran escenario de la política agarrado de su mano. La contradicción más sobresaliente de ese pensamiento es que la "democratización" prometida por el cristinismo está terminando en un diálogo, seguramente ríspido, con unas pocas corporaciones. Ningún puente tendido con la política ni con la sociedad. Ni con Massa ni otra expresión partidaria.
Ése es el presente y el futuro de la Presidenta. El discurso de la conspiración supuesta sirve para explicar la derrota, pero también para definir las razones de una terca y previsible debilidad. Ya no importa que los votos se hayan ido a otro lado. Durante seis años gobernó con la lógica predemocrática de que sólo las mayorías tienen razón. Convertida en una líder minoritaria, la razón sigue siendo su aliada. La democracia es ella. O es una simple trampa de la aritmética si no es ella.
Cristina Kirchner suele deslizar en sus discursos la posterior acción psicológica de su gobierno. La campaña que se viene será más sucia que limpia. No mencionó a Jorge Brito sólo porque es presidente de la Asociación de Bancos nacionales. El rumor dice que Brito tiene una vieja relación personal con Massa. Nadie sabe si eso es verdad, pero es lo que el cristinismo difundirá con datos ciertos o falsos.
El detalle escondido de esa operación es que el kirchnerismo fue el mejor amigo de Brito durante años. La estrecha relación se rompió hace muy poco tiempo, cuando a Cristina le llevaron la confidencia de que el banquero había sido uno de los autores de la corrida del dólar. Otra conspiración presunta que explicó problemas más concretos. Sea como fuere, sólo Brito y el empresario Ernesto Gutiérrez, ex presidente de Aeropuertos Argentina 2000, frecuentaban la residencia de Olivos en tiempos de poder de Néstor Kirchner y en los de su esposa.
La propia Cristina Kirchner, Amado Boudou, Cristóbal López y Brito tienen departamentos en el edificio Madero Center, de Puerto Madero, construido por el Banco Macro, propiedad de Brito. Dicen que fueron incomparables las facilidades con que hicieron esas compras. Esos banqueros y empresarios fueron también durante años los inexplicables aplaudidores de la esmerada escenografía presidencial. Muchos simpatizan ahora con Massa. Ésa no es una novedad. Pero no deja de sorprender que se hayan convertido en ruines sólo cuando se alejaron del corral de la Presidenta.
El relato de la conspiración empeoró aún más la relación maltrecha que ya existía entre Massa y el gobernador Daniel Scioli. Un político cercano a Scioli, Jorge Yoma, explicó que la política estaría buscando un presidente provisional para reemplazar a Cristina, en una Asamblea Legislativa, si el gobernador no hubiera intercedido para que Martín Insaurralde hiciera una mejor elección. En conclusión, Scioli no se equivocó, sino que se sacrificó como un mártir de la estabilidad institucional. Es la manera que el sciolismo eligió para justificar la participación del gobernador en una derrota innecesaria para él.
Massa se siente, en esa descripción, retratado como un golpista. No lo es, pero tampoco quiere parecerlo. Quizá Scioli sólo intentó explicar su compromiso con una presidenta que lo humilló hasta hace muy poco. Pero el resultado de la explicación no le gustó a Massa. Su posición es compartida por todas las expresiones políticas. Nadie quiere que la Presidenta se vaya antes de tiempo, pero todos quieren que ella cumpla con los menesteres necesarios, y a veces desagradables, de un jefe de Estado que se despide.
Cristina no hará nunca eso. Ya ha dibujado en el espacio discursivo el mapa de los culpables si una crisis le estallara en las manos. El rol maléfico de las corporaciones no es sólo un sermón de tribuna. La Presidenta y su entorno más íntimo creen, con una fe propia de la religión, que están en una batalla a todo o nada con "las corporaciones". Carlos Zannini se lo dijo a un político que no es de su redil: El discurso contra las corporaciones durará hasta el fin. Banqueros, empresarios, sindicatos, jueces, periodismo. Todo lo que no controlan todavía, que es también lo que ya nunca controlarán.
El encuestador Hugo Haime, que hizo las mediciones bonaerenses más exactas previas a las elecciones, le pasó al equipo de Massa sus encuestas de la primera semana posterior a la victoria. Trascendió que ahora la distancia de Massa sobre Insaurralde es más grande, de unos 10 puntos, y que la brecha podría ampliarse en las próximas semanas. Massa le está sacando más votos a Francisco de Narváez que a Margarita Stolbizer. Insaurralde ha caído algo, pero no mucho. Massa tiene un deber de agradecimiento con la Presidenta. Ella le está haciendo la campaña; lo colocó en la oposición cuando un prefecto en actividad fue mandado a robar en la casa del intendente de Tigre. Ese día me sentí definitivamente opositor, cuenta Massa en la intimidad. La Presidenta lo sigue encumbrando ahora, cuando la respuesta a la derrota es la furia. Cristina construye, incansable, su próxima derrota.
El péndulo social cambió. El viejo reclamo de reconstrucción de cierta autoridad, que justificó los primeros brotes del autoritarismo kirchnerista, ya no existe. Una amplia mayoría social aspira a vivir en un país más sereno y consensual. Pero Cristina no puede salir fácilmente de su propia creación política. Depositó el control de la economía en manos de Guillermo Moreno y le entregó a La Cámpora la conducción política de la administración. No hay figuras ni organizaciones más impopulares que ésas.
El lunes pasado, cuando ya la derrota era tangible, la militancia de La Cámpora festejó una victoria ausente, con sonoros bombos, en la vieja sede de la Unasur, un palacete reciclado en Juncal y Carlos Pellegrini, que ahora está en poder de esa organización cristinista. Dos días después, el viceministro de Economía, Axel Kicillof, otro camporista, explicó en un seminario del partido gobernante que la economía kirchnerista es una obra perfecta. No habló de la inflación, del déficit fiscal, de la caída de las reservas ni del cepo al dólar. Razonó que el único problema perenne son los economistas privados, a los que ofendió de la peor manera. La organizadora del seminario fue la ex ministra de Economía Felisa Miceli, condenada a cuatro años de prisión en una causa por corrupción. Es un ejemplo notable de la manera de hacer política de La Cámpora: soberbia, agravios, indiferencia ante los datos de la realidad, insensibilidad frente a los reclamos de la sociedad.
Tampoco la Presidenta habla de inseguridad ni de la inflación ni de la corrupción, que son las tres prioridades en cualquier medición sobre el estado de la opinión pública. Moreno será imprescindible mientras la política económica sea la actual. No hay otro en condiciones de aplicarle las dosis creíbles de autoritarismo con estilo barriobajero que la política vigente necesita. O la Presidenta cambia de política o Moreno seguirá al frente de la economía. El diálogo presidencial del próximo miércoles con empresarios, banqueros y sindicalistas ("los dueños de la pelota") será otro monólogo presidencial, lleno de reproches.
La sociedad se está quedando sin harina. Las economías regionales agonizan porque perdieron competitividad; esas penurias explican la derrota del cristinismo más allá de Buenos Aires y la Capital. Faltan en las farmacias muchos medicamentos con insumos importados. Las impresoras carecen de tinta, porque los cartuchos vienen de Brasil. Nadie entiende una conspiración de semejante tamaño cuando escasean las cosas para vivir..