Apenas salió la nota, dos funcionarios me llenaron la cara de dedos. "Idiota, no entendés nada. En medio de esta debacle te largás a hablar de triunfo y de festejos. Sos irrecuperable."
Lo de idiota irrecuperable, vaya y pase. Pero eso de que no entiendo nada me ofendió. "La que dijo que habíamos ganado fue la señora", argumenté. Fueron mis últimas palabras. Recibí el adoctrinamiento contracultural más feroz que recuerde. Se los voy a contar, con la condición de que no salga de acá. Si esto se filtra, me matan.
La cosa es así. En la mesa chica de la Casa Rosada han llegado a la conclusión de que Cristina no está bien. Hablan de estrés, de depresión poselectoral, de un trastorno multisistémico vinculado con el opacamiento del yo supremo y de otras patologías de origen más político que psicológico cuya existencia, sepan disculparme, yo no conocía. "Los síntomas están a la vista -dijeron-. No se puede ocultar una terrible derrota como la del domingo diciendo que ganamos en la Antártida. A ver si entendés: ¡perdimos 4 millones de votos y ella habla de los 46 votos de la Antártida!"
También comentaron el desorden que supone pasar de la euforia careteada del primer momento a los berrinches de su discurso del miércoles, seguido por esa serie "inverosímil" de tuits. "Fijate que a Massa lo trató de suplente de los poderes corporativos. Si con el suplente perdimos así, habría que agradecerles a esos poderes que no nos hayan puesto al titular."
La verdad, no podía creer lo que escuchaba. Estos miserables son los mismos que, hasta hace unos días, cuando la señora estaba resfriada ellos estornudaban, para ahorrarle trabajo. Siguieron las críticas. "Se enojó con los medios, con Scioli e Insaurralde, con las corporaciones, con intendentes y gobernadores, con los que no le avisaron cómo venía la mano. Y lo peor de todo es que no podía ocultar que estaba enojada con la gente. En la intimidad llegó a comentar que la providencia le ha dado todo, inteligencia, belleza y fortuna, pero se quedó corta con el pueblo que le dio para gobernar." Parece que remató así su lamento: "¿Por qué a mí tanto y a los argentinos tan poco?"
Después insistieron en los tuits. Si bien no son los más felices que le hayamos conocido, es irrespetuoso decir que "están escritos por alguien que no consigue dormir bien", y llamar "ensalada" las referencias que hizo a Lanusse, Duhalde, Jauretche, Salieri, Magnetto, San Martín y Belgrano. En lo personal, que haya considerado a LA NACION un diario "paquete" me parece una reflexión extraordinariamente profunda, que denota una fina sensibilidad sociológica.
Ellos repararon en algunas salidas poco convencionales de la señora en esa serie, y no pueden digerir el reiterado uso de palabras en inglés. ¿De qué se sorprenden? Hace rato que ha decidido ser más ella que nunca. Ha reconocido en público que le sienta más Harvard que La Matanza, y Venecia que Villa Martelli. Deberíamos estar agradecidos de que alguien que ha leído a Shakespeare en su lengua todavía meche palabras en castellano, para que podamos entenderla.
Deberíamos agradecerle también que se muestre tal cual es. A mí nunca me gustó esa "presidenta de la institucionalidad" que nos había vendido Néstor. Me resulta más genuina ésta que desprecia a la gente cuando no la vota, que convierte las derrotas electorales en victorias épicas y que no le reconoce el triunfo a Massa y lo descalifica como empleaducho de las corporaciones. Ella nos muestra el camino: hay que sacarse las caretas. ¿Democracia? Convengamos: es una palabreja políticamente correcta para encubrir la colonización de la Justicia, pero en las urnas puede convertirse -acabamos de verlo- en la consagración de la ignorancia de un pueblo. Señora, no guardemos más las formas. Aplique el dedazo y elija como sucesor a Máximo. Es lo máximo que nos merecemos.
¿Derechos humanos? Sí, por supuesto. Hay que defender los derechos humanos de Milani, acusado de violar los derechos humanos por una entidad de la que no podemos tener más que sospechas: las Madres de Plaza de Mayo de La Rioja. Ya hablamos con Hebe para que discipline a esa gente. ¿No les encanta? Hebe fiscal de las Madres y defensora de un milico sospechado de represor. Cristina, esta Cristina auténtica, está blanqueando la política argentina. En cualquier momento nos dice lo que realmente piensa de Boudou (tengo miedo de impresionarme), de la inflación, de Lorenzino, del acuerdo con Irán y de Scioli. Y después de octubre hablará a corazón abierto de Insaurralde, con una frase tipo: "A los que todavía no conocen a Martín les digo que no se hagan problemas: no se pierden nada".
El adoctrinamiento del que fui objeto -siempre calladito, absorbiendo todo- terminó de la peor forma. Me hicieron saber que hay que empezar a imaginarnos un país post Cristina. Asentí con un leve movimiento de cabeza y me fui. Ya en la calle, atormentado por los ominosos influjos de estos tipos, me pregunté si habrá país después de Cristina. Y qué país.