Por fin alguien que decide escribir un texto en broma, como un borrador, y en vez de tirarlo a la basura, me lo manda. ¡Por fin alguien que no se toma al Papa muy en serio!"
Sí, Francisco estaba contentísimo. Hay que entenderlo: cada día recibe miles de mensajes de una insoportable formalidad, siempre cuidados, siempre horriblemente atildados. Nunca un chascarrillo, nunca un comentario sanamente atrevido, nunca una picardía que le arranque una sonrisa. Tenía que ser la señora, cuándo no, la que viniera a cambiar todo, a cargarse de un plumazo siglos y siglos de espantosa levedad protocolar.
¿Lo común es que estas cartas las escriban expertos en la materia, funcionarios de buena pluma que saben cómo se hace? Pues bien, Cristina decidió hacerla ella. Decidió que nadie la iba a ayudar. El resultado, ya lo habrán visto, son unas líneas descontracturadas, frescas, espontáneas. Nada de hablar de Francisco, de la misión del sucesor de Pedro en un mundo convulsionado y todas esas menudencias. Habla de ella. De los ocho párrafos que tiene el texto, siete son autorreferenciales, lo cual no es poco mérito para una persona a la que también se le reconoce una proverbial humildad.
Al principio admite que no tiene "ni idea" de cómo se escribe una carta de ese tenor. No sé si hizo bien en decirlo, porque nadie se hubiese dado cuenta. Al contrario. Estoy convencido de que ha impuesto una nueva forma de dirigirse al Santo Padre. Desde ahora la onda va a ser escribir lo que a uno le salga, decir "bla, bla, bla" (en mi opinión, uno de los tramos más logrados de la carta), olvidarse tildes, poner varios guiones donde no corresponden, que sobren comas o que falten. La onda va a ser que la cosa fluya naturalmente, no atarse a reglas ortográficas y de sintaxis y, sobre todo, cortarle las manos al tipo que quiera corregir o emprolijar eso. Se viene la era de cartas en las que lo importante es quién escribe y no qué dice, cómo lo dice y a quién va dirigida.
Se sabe: las cartas convencionales con motivo de aniversarios son de lectura imposible. La de la señora es distinta. Por ejemplo, no tiene reparos en calificar de "ya célebre" el mate que ella le regaló, y, siempre frontal, le pregunta si ha recibido "el cuadro con sellos postales" que le hizo llegar, lo que parecería indicar que le está echando en cara que nunca se lo agradeció. El Papa, que probablemente se debe de quedar dormido leyendo las cosas aburridas que le mandan, con esta carta seguro que ha estado a los saltos, de lo más entretenido.
Otro momento sublime del texto es la despedida: "Hasta siempre y cuídese.- Tome mate.- Usted me entiende.-" Esas nueve palabras han hecho correr ríos de tinta. Hay allí misterio, intriga, suspenso. Códigos. Un guiño cómplice, intimista, pero que al hacerlo público nos pone a pensar. ¿Qué le estará diciendo?
Me permito esbozar una teoría. "Cuídese" es claramente una advertencia de amiga. Cuídese, por ejemplo, de Echegaray y la AFIP, que si se le animaron a Lorenzetti después pueden ir por usted. Cuídese del Banco del Vaticano, y si le propone un blanqueo, sospeche: seguro que atrás hay gato encerrado; cuídese de Scioli [al que recibió anteayer], porque es un tipo que si te descuidás?; cuídese del voluble fervor de las masas, y cuídese sobre todo de gente voluble como Massa. Cuídese de los guardias suizos y cuide su plata en bancos suizos. Cuídese de todas esas estatuas que hay en el Vaticano: duro con ellas. Me dicen que San Pedro está lleno de bóvedas: póngalas al cuidado de Lázaro Báez. Ya sé que está obligado a hablar a diario, pero cuídese de no repetirse, de no hablar siempre bien de usted y su gestión. Y cuídese sobre todo de Benedicto: no estaría tan segura de que realmente no quiere volver; tenga siempre a mano la acusación de destituyente.
"Tome mate" puede querer decir: "Ábrase a los demás, escúchelos, no tome decisiones en soledad, comparta la bombilla como yo comparto el micrófono". Puede querer decir también que tenga presente en sus oraciones a las economías regionales del país, hoy en estado crítico. Y puede querer decir: "Recuerde que todo lo que yo toco se convierte en celebridad".
En cambio, el "usted me entiende" del remate tiene una sola lectura posible, ciertamente generosa con el Papa: "Gracias a Dios usted me entiende. No es como tantos argentinos. No es como los oligarcas que salieron a protestar a las calles. No es como los que se me están dando vuelta. No es como Estados Unidos y Europa. Gracias a Dios usted me entiende tan bien como Maduro y Ahmadinejad. Como Angola y Vietnam. Como Gils Carbó y no como Lorenzetti. Como Kicillof y no como Máximo, que no entiende nada. Usted me entiende, y si alguna vez no me entiende algo, avíseme que le mando a Hebe, Moreno o DElía".
Desde luego, apenas terminó de leer la carta Francisco se sentó a escribir la respuesta. Dice así: "Señora Presidenta, gracias por su cariñoso saludo. Créame que rezaré por Usted. Atte., Francisco".
Pobre, nunca tuvo mucha facilidad de palabra.