Hace cuatro años, en plena campaña contra Francisco de Narváez, Néstor Kirchner fue incapaz de revertir una diferencia que era apenas un tercio de la que separa ahora a Sergio Massa de Martín Insaurralde. ¿Podrá la Presidenta ponerse al frente de este desafío y revertir aunque sea parcialmente esta situación? ¿Deberá recurrir a Daniel Scioli, que por los esfuerzos del cristinismo más radicalizado sufrió un desgaste más acotado y sigue siendo la figura más popular del oficialismo? El contexto de apatía y malestar obliga a ser prudentes respecto de potenciales cambios y realineamientos de aquí al 11 de agosto y, mucho más aún, al 27 de octubre. También es prematuro para especular con potenciales transformaciones en el sistema político si se confirman estas tendencias y el oficialismo es derrotado por amplio margen en provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, es un período trascendental para comprender la profundidad y el sentido de la metamorfosis que podría experimentar el desarrollo político en el país. Buena parte de la sociedad, incluyendo los principales líderes de nuestro complejo entorno político, económico, social y cultural, se plantean interrogantes significativos. Esas especulaciones pueden afectar el nuevo equilibrio de poder: como si fueran operadores financieros, los políticos tratan de descontar escenarios futuros y de proteger sus intereses desplegando tácticas y estrategias acordes. No son pocos los que podrían poner proa al Tigre, o ya lo están haciendo.
¿Cuántos intendentes que aún se identifican con el oficialismo jugarían a perdedor en octubre, teniendo la posibilidad de mandar a cortar boleta y garantizar así su supremacía territorial? No hace falta que adhieran al Frente Renovador: simplemente no votando al Frente para la Victoria pueden resguardar su liderazgo. La Presidenta ya no pudo influir en las listas de concejales, doblegándose ante los barones del conurbano y reconociendo que en los últimos 20 meses su liderazgo se devaluó.
Nadie sabe cuántos diputados tendría el bloque que responderá a Massa, pero los conocedores de la dinámica parlamentaria admiten que ese número sería muy superior a la docena y pico que cosecharía en estos comicios. ¿Cuántos miembros del bloque del FPV defeccionarán para sumarse al Frente Renovador?
¿Podría extenderse este fenómeno a otras provincias, federalizándose la influencia de Massa? Su irrupción significa una señal de alerta para los gobernadores peronistas, pues expuso un vacío de liderazgo dentro y fuera del peronismo que estaba vacante. Pero los riesgos pueden ser mayores: la propuesta de Massa podría generar cismas en los delicados equilibrios provinciales.
Mucho se ha especulado con la eventual reconfiguración de la liga de gobernadores, como forma de retomar influencia frente al presidencialismo imperial desplegado por Cristina desde la muerte de su marido. Algunos gobernadores argumentan que su papel adquirirá más relevancia luego de octubre, cuando se plasme en las urnas el fuerte debilitamiento que ha venido experimentando la Presidenta. Podrían constituirse en una garantía de gobernabilidad y moderación frente a los riesgos que para ellos y para el justicialismo significaría una radicalización de la agenda de gobierno.
Nadie sabe cómo reaccionará Cristina. ¿Predominará la Presidenta pragmática,
que en menos de 24 horas entendió que debía aceptar la autoridad y prestigio del
Papa, o la Presidenta ideológica que sigue empecinada en agredir a la Corte? En
cualquier caso, se trata de una Presidenta debilitada no sólo por la
imposibilidad de ser reelecta, sino por los errores y problemas que ella misma
generó y que se niega a reconocer.