Cristina Kirchner tropezó con el peor obstáculo que puede encontrar un gobierno peronista: la están abandonando la provincia de Buenos Aires (sobre todo el inmenso conurbano) y gran parte de los sindicatos. Ése es el núcleo duro del poder peronista. Son las columnas que sujetaron en el gobierno a Menem, a Duhalde y a los Kirchner.
El peronismo está descubriendo un liderazgo en condiciones de sucederla. Está encontrando el atajo que le faltaba para retener el poder, que es su único e invariable proyecto político.
Ese liderazgo es el de Sergio Massa, que ha tenido hasta ahora el arte de construir una imagen de político exitoso. Resta todavía que demuestre que tiene también talento para convertir esa imagen en victoria electoral.
El cristinismo está fatigado. Ha dado en los últimos tiempos síntomas evidentes de extenuación. Carece de iniciativa política para imaginar soluciones nuevas a viejos problemas. El nivel político e intelectual de sus funcionarios es crecientemente mediocre. Los trenes no frenan y el Gobierno es incapaz de sofocar el salvajismo del gremio ferroviario. La "mesa de los argentinos" (una vieja frase populista de Guillermo Moreno) se quedó sin harina y podría quedarse sin carne. El deslumbrante vacío de una alternativa a Cristina era lo que explicaba el permanente equilibrio de ella en un vasto y largo poder.
Quince días después de haber aceptado encabezar una lista que confrontará con el cristinismo, la encuesta que publica hoy LA NACION confirma que Massa le lleva una ventaja de 11 puntos a la Presidenta en el distrito más populoso e importante del país. Es necesaria una aclaración: le está ganando a Cristina, no a Martín Insaurralde. A éste, que tiene un 60 por ciento de desconocimiento, lo sepultaría aún más. La Presidenta no quiso que su cuñada, Alicia, fuera candidata para que no perdiera una Kirchner. La Presidenta tendrá ahora que ponerse al hombro la campaña bonaerense. Con Insaurralde solo no basta. Pero ¿quién es Cristina si no la figura más importante de la familia que lleva el apellido Kirchner?
Massa no ha hecho casi nada en estas dos semanas para tener casi 34 puntos de intención de votos. Caracoleó para esquivar las definiciones precisas sobre su pensamiento político. Muchos que lo votarían no saben por qué lo votarían. El alcalde de Tigre es, al fin y al cabo, también un producto de Cristina. Fue ella quien lo señaló como su principal adversario, quien lo marcó como el candidato que sus opositores deben votar para desencajarla. La campaña electoral, en la que Massa deberá entrar de lleno, podría ampliar o disminuir ese margen de ventaja con que cuenta de antemano.
La campaña de Massa transcurrirá por un desfiladero estrecho y escarpado. La encuesta de Poliarquía señala que el intendente tiene votantes propios, pero que también le está hurtando votos al cristinismo. Este deslizamiento lo obliga a cierta moderación para que los incipientes desencantados del kirchnerismo no sientan que están cometiendo una traición cuando se van con él. Massa está, además, ante una Presidenta que todavía tiene buenos índices de imagen y de aprobación de gestión en la provincia de Buenos Aires.
Los seguidores de Cristina se encuentran fundamentalmente en los sectores bajos del conurbano. Son núcleos socialmente vulnerables. Han sido siempre los últimos en abandonar al peronismo gobernante. Hasta les costó desertar de Menem para abrazar a Duhalde, que es un bonaerense de cabo a rabo. Son sectores que necesitan del Estado para subsistir. Son también el resultado perverso de una ingeniería clientelar que el peronismo no ha hecho más que alimentar en 22 años de casi constante gobierno. Massa no debería ignorar que ese fenómeno existe si quiere alzarse con una victoria más amplia que la que podría incluir sólo a los críticos.
Massa se lleva gran parte de los sectores medios, altos y bajos, tanto del norte como del sur bonaerense. Lo poco que ha dicho hasta ahora está dirigido a conformar a esos núcleos: su negativa a una reforma constitucional, su apoyo a una Justicia independiente y su rechazo a la política de fracturas y crispaciones sociales. Sólo ha mencionado dos conflictos, la inflación y la inseguridad, que podrían generarle más simpatías entre los sectores bajos de la sociedad, porque ellos son las principales víctimas del costo de vida y del delito. Es probable que una parte importante de su campaña la dirija en adelante a esos potenciales votantes que todavía no quieren abandonar lo que tienen.
Cuenta con el apoyo de la Presidenta, indiferente a sus propios errores políticos. El día en que lanzó a Insaurralde pronunció un discurso sobre la reforma judicial que acababa de fracasar en la Corte Suprema de Justicia. Ningún político se pavonea con una derrota como trofeo. Ella lo hizo. Poco después, envió a San Martín, un bastión massista, a una delegación de cristinistas decididos a batir a Massa. El jefe de la delegación fue Amado Boudou, uno de los tres políticos más impopulares del país. A la Presidenta le cuesta cada vez más descubrir el límite entre la realidad y su deseo político.
A veces, también cambia aviesamente la realidad. La dura ofensiva del jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, contra el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, fue un gesto de desprecio hacia los sectores sociales más sensibilizados por las cuestiones institucionales, pero fue, también, una operación política que se proponía cambiar los términos de la realidad.
Esa desafección hacia los sectores medios, ese descuido del electorado, permite la conclusión de que Cristina decidió hablarles sólo a sus simpatizantes. Ya se conforma con abroquelarlos sólo a ellos. ¿Un 30 por ciento del electorado? Tal vez. Eligió que prevalecieran la disciplina interna y la fe arrebatada en una épica incomprobable. No quiere saber nada con los espíritus gaseosos de la política.
Un resultado sorprendente de la encuesta es la situación de Francisco de Narváez, que hace cuatro años le ganó directamente a Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires. Ahora está compitiendo por el tercer lugar con el frente de Stolbizer y Alfonsín. Su descenso electoral es una cruel línea horizontal. Gran parte del voto opositor que iba ciegamente a De Narváez se desplazó a Massa. Eso es cierto, pero también es verdad que De Narváez se despreocupó durante cuatro años de sus electores. En ese tiempo no hubo de parte de él ninguna idea novedosa y ningún plan político para seducir al electorado.
Abandonado por Daniel Scioli a último momento, despreciado por Massa por carecer de Scioli y renuente él mismo a una alianza con Mauricio Macri, que le hubiera dado otra envergadura, De Narváez se quedó solo con Hugo Moyano. Moyano forma parte de otra galaxia. Es la del sindicalismo que busca alternativas al cristinismo en De Narváez o en Massa. Lo prefieren a éste, porque significa un salto menos impúdico.
A Cristina sólo le quedan, entre los grandes gremios, los metalúrgicos y los mercantiles. Pero el jefe metalúrgico, Antonio Caló, se está acercando sigilosamente a Moyano para empezar a verbalizar una nueva unidad del gremialismo. El líder mercantil, Armando Cavalieri, suele anestesiarlo con palabras al poderoso cristinista Carlos Zannini. Pero Cavalieri es sólo Cavalieri; el sindicato mercantil de la Capital, por ejemplo, está con Massa. La Fraternidad, que hasta les prestaba su sede a las reuniones de la CGT oficialista, acaba de propinarle al Gobierno el paro de trenes más salvaje y depredador de los últimos tiempos.
El Gobierno anda de sorpresa en sorpresa. Políticas y sindicales. Cristina teme que la ex SIDE le esté pasando mala información. Entrevé una rebelión silenciosa de los espías. El ascenso del general César Milani como el militar más importante de estos tiempos tiene su explicación en esa certeza. Milani es un viejo jerarca de los servicios de inteligencia militares. La Presidenta quiere contar con otro afluente de información reservada. Tal vez ni la rebelión de los espías sea cierta, pero Cristina la terminará provocando si colocara a los militares en el espionaje interno, del que luego no se irán fácilmente. El espionaje militar interno es ilegal en el país. La visión conspirativa de la historia es siempre un pensamiento circular.