Están contenidos en una frase: "Es importante saber de qué lado elegís estar cuando se dan los debates por la distribución del ingreso". La Presidenta comunicó que tratará de forzar a sus rivales a definirse a favor o en contra de su administración. Y que identificará a esa administración no con su aspecto institucional, muy desfigurado, sino con una gesta de vindicación igualitaria.
Esas reglas demuestran que el desvelo principal de la señora de Kirchner es la irrupción de Sergio Massa en la competencia bonaerense. ¿A qué otro candidato cabría reprocharle alguna ambivalencia respecto de la política oficial?
Massa eligió la indeterminación como vector de su carrera porque pretende provocar una transferencia de votos desde el kirchnerismo al poskirchnerismo. Las encuestas le estarían indicando que sin ese traspaso es imposible el triunfo. Esos sondeos revelan que hay una corriente caudalosa de votantes que espera que la gestión social de los últimos años no sea cancelada.
La Presidenta se dirigió a ella cuando advirtió, con el tono de quien vende una pócima prodigiosa, que "este proyecto es el único que garantiza los logros de la década ganada". Por si alguien no había entendido, insinuó una pasable extorsión: una derrota de sus listas traería consigo la abolición de la Asignación Universal por Hijo o la restauración de la jubilación privada.
La preocupación de Cristina Kirchner es correcta. El riesgo que Massa representa para ella no es, si sirviera la metáfora, el del pagano, sino el del hereje. Massa no profesa otra religión. Modula la misma fe, pero en otros términos.
Enfrenta a su antigua jefa con un arma irritante: el parecido. Ella se defiende: "No nos gustan los disfraces".
Sin embargo, Cristina Kirchner cometería un error si redujera la amenaza del intendente de Tigre a una mascarada. Massa no está ejecutando una parodia del oficialismo. Massa lidera un cisma. Su operación excede la virtualidad del discurso. Tiene efectos materiales en el aparato de poder.
El Frente Renovador es, además de una formación electoral, el desprendimiento de once intendentes de la provincia de Buenos Aires del tronco kirchnerista. La mayoría rige municipios populosos: Tigre, Escobar, Pilar, Malvinas Argentinas, San Miguel, San Martín, Hurlingham, Almirante Brown, General Villegas, Olavarría y Trenque Lauquen. El inventario no incluye San Isidro ni Vicente López, administrados por el macrismo, ni Junín, del radical Meoni. Además, Massa arrastró detrás de sí a un grupo de secretarios generales de la CGT-Balcarce: Carlos West Ocampo (Sanidad), Armando Cavalieri (Comercio), Oscar Lescano (Luz y Fuerza) y Alberto Roberti (petroleros). Esos dirigentes confluyen con los de la CGT Azul y Blanca, de Luis Barrionuevo.
En otras palabras: en medio de los festejos por la "década ganada", el proceso electoral precipitó una fractura que tiene su propia dinámica y que alberga consecuencias prácticas independientes de los resultados que arrojen las urnas. Si Cristina Kirchner acota ese fenómeno a un ardid proselitista renunciará a examinar algunas dificultades de su modelo de liderazgo.
La fragmentación del peronismo bonaerense pone en tela de juicio una premisa mayor del análisis político de los últimos años. La idea de que la Casa Rosada tenía asegurada la obediencia gracias a la centralización fiscal. La secesión de Massa sugiere que la dictadura de la caja se ha reblandecido. Las razones son, primero, políticas. Muchos intendentes advierten que la pérdida de atractivo electoral de la Presidenta pone en peligro sus jefaturas. El fracaso inicial de Alicia Kirchner los dejó sugestionados. No hace falta observar a los apóstatas del Delta. Fernando Espinosa, de La Matanza, encabeza su lista de concejales como candidato testimonial por temor a que la propuesta de Olivos no le garantice el control de la comuna.
Este pesimismo ante la eventualidad de una derrota convive con el pesimismo por la posibilidad de una victoria. Algunos caudillejos de la provincia creen que también es riesgoso que la Presidenta consiga un triunfo contundente. Suponen que, consolidada, querrá reemplazarlos por militantes de La Cámpora. El "fin de ciclo" también es empujado desde adentro. Si la avanzada sobre el viejo plantel no se registró este año fue porque la aparición de Massa obligó a la Presidenta a ser más concesiva con sus propios intendentes.
Néstor Kirchner se había prometido recolonizar el conurbano. En 2009 advirtió que en muchas ciudades donde había perdido sus intendentes habían ganado. Encargó entonces a uno de sus hombres que armara un grupo para contener a los eventuales disidentes. Dicho de otro modo: que se disfrazara. El delegado se asoció a Pablo Bruera (La Plata), a Joaquín de la Torre (San Miguel) y a Sandro Guzmán (Escobar). La muerte de Kirchner lo encontró tejiendo la red. Como la viuda no manifestó interés alguno en la tarea, la continuó para sí mismo. Ese gerente de Kirchner, que debía evitar lo que Massa acaba de producir, era Massa.
Así germinó el actual Frente Renovador. Desde hace un par de años funciona como un club en el cual los intendentes intercambian experiencias, sobre todo para bajar los costos de servicios y desarrollar proyectos ambientales o productivos. Se asesoran en la Fundación Metropolitana, del ex senador del Frepaso Pedro Del Piero.
Convertido en primus inter pares, Massa está obligado a consultar cada decisión con sus colegas. De ese método hace un arma. "Todo lo resolvemos en conjunto", dice, para contagiar la rebelión entre los intendentes subordinados al Gobierno, hartos de acatar determinaciones inconsultas. Julio De Vido se dio cuenta un poco tarde del costo de ese estilo. Tal vez fue cuando ofreció a Massa, según dicen los amigos del intendente, una impactante suma de dinero para que no dejara el redil. Se sobreentendió que era para obras. Ahora De Vido está alarmado. "Por temas del ministerio hablen con Baratta; yo estoy dedicado a la campaña para que esto no se desmorone", le escuchó decir un empresario.
Aun de no actuar estas motivaciones políticas, el imperio de la caja sería también dudoso. La lista de Massa es otra consecuencia de la crisis fiscal. De Vido, responsable del rebaño bonaerense, solicitó a cada municipio el envío de un listado de obras. Debían emplear a mucha gente, ser pequeñas y de rápida inauguración. Los alcaldes escribieron la cartita, pero Papá Noel no cumplió. En muchas localidades los emprendimientos de De Vido son contraproducentes: se limitan al cartel ya oxidado del anuncio. En cuanto a Daniel Scioli, los intendentes sólo esperan de él la coparticipación municipal. Ya es bastante.
Frente al gremialismo, Cristina Kirchner mantuvo la misma indiferencia con los mismos resultados. Los verticalizados Víctor Santa María y Andrés Rodríguez soñaron en vano convertirse en diputados nacionales. Su lugar fue ocupado por La Cámpora. El "Centauro" Rodríguez hasta había confeccionado los volantes. West y Lescano se convencieron de que el éxodo hacia Massa fue correcto. El único que duda es Cavalieri, temeroso de perder ese café al que, de tanto en tanto, lo invita Carlos Zannini. Pero el intendente de Tigre lo presiona: ya les tomó a los secretarios generales de Comercio de La Matanza (Ledesma), de Mar del Plata (Mezzapelle) y de San Martín (Guiot).
El nuevo orden sindical depende de los resultados electorales. Hace un mes y medio, en el máximo secreto, ocurrió un encuentro que parecía imposible: el de Hugo Moyano con quien fue su verdugo, Oscar Lescano. Pero Moyano ató su suerte a la de Francisco de Narváez.
La idea de regular a la dirigencia gremial con la caja, en este caso la de las obras sociales, también resultó errónea. Si el kirchnerista Martín Insaurralde no obtiene un triunfo contundente, el Gobierno deberá enfrentar a un sindicalismo unificado. Es razonable: después de diez años de expansión, el salario real es declinante.
La reconciliación sindical es, acaso, el único objetivo de política doméstica por el que el papa Bergoglio ha movido un dedo. Sorprende que ese proceso esté ligado a Massa, que nunca fue su amigo, como sabe el obispo de Campana, Oscar Sarlinga. La semana pasada, después de una visita al Vaticano, el prelado alabó en su blog la "clemencia" del Pontífice.
Cuando, hace dos años, Beatriz Sarlo reprochó, en el programa 6,7,8 , que la Presidenta designara a dedo a los candidatos, Gabriel Mariotto explicó: "La única que tiene votos es Cristina. Las listas son excusas". En mayo de 2012, la señora de Kirchner arguyó que nadie recuerda al secretario de la CGT de los años 50, "porque el bienestar se debía a Perón y a Evita".
La concepción que opera en esas afirmaciones imagina que una construcción política y sindical compleja se puede sostener sin mediación alguna entre el líder y su base. La Presidenta insiste en asentar una mole de poder sobre un solo punto: su aparato fonador. El experimento Massa le debería estar avisando, cualquiera sea su destino electoral, que se ha abierto un grieta en esa audaz arquitectura.