Asoma un cambio político estructural en el peronismo que tendría sus primeras manifestaciones en Buenos Aires. Aquel cambio obedecería a una extraña combinación entre el vacío y la virtud: la ausencia de dirigentes ponderados en la línea de vanguardia parece estar dando paso a una segunda línea que, durante el ciclo kirchnerista, supo combinar gestión y legitimidad electoral con construcción de poder. Para salir del hermetismo teórico se puede concluir algo: los intendentes prometen adquirir gran relevancia en desmedro de la dirigencia peronista tradicional. Hay una liga de jefes municipales que se insinúa en el horizonte del PJ con mayores posibilidades que la histórica liga de gobernadores.
Bastaría para entenderlo con desmenuzar la forma en que fueron compuestas las listas de candidatos que, con distinta identidad, representarán al peronismo. Sergio Massa lidera el Frente Renovador lanzado desde la intendencia de Tigre. Darío Giustozzi es su principal acompañante potenciado desde la municipalidad de Almirante Brown. En ese espacio político se pasean, entre muchos, Gustavo Posse, de San Isidro; Jorge Macri, de Vicente López y Jesús Cariglino, de Malvinas Argentinas.
Cristina Fernández sacrificó a Alicia Kirchner por dos razones. Su pobre valuación en las encuestas y la necesidad de dar respuesta, además, a la nueva realidad que se vislumbra en el sistema político bonaerense. Martín Insaurralde, el elegido para encabezar la lista K, no posee mejor puntuación electoral que la ministra de Desarrollo Social. Pero es intendente de Lomas de Zamora, forma parte de los dirigentes de la nueva generación de esta década y se liga, como una bisagra, con la maquinaria de varios de los viejos barones. La Presidenta aguardó la certeza de la irrupción de Massa para replicar con una moneda parecida. Insaurralde reúne para el paladar presidencial otra ventaja: es peronista cristinista, protegido bajo el ala de Amado Boudou. Aun en su tiempo de larga desventura, el vicepresidente no deja de ejercer influencia.
La construcción de Francisco De Narváez, por su parte, pareciera menos ceñida a esa lógica. No es que carezca del respaldo de algunos intendentes bonaerenses. Pero su alianza principal prefirió tejerla, con mucha antelación, con el sindicalismo de Hugo Moyano y parte del peronismo disidente.
El cambio político cualitativo en ciernes podría ser incluso de mayor dimensión. Excedería a la puja en Buenos Aires. Aunque reste todavía un extenso y árido camino por transitar.
La liga de intendentes no circunscribe su pensamiento de poder sólo a la Provincia.
Hay proyectos que apuntarían, a futuro, a la gobernación, como el de Insaurralde. Pero hay otros que enfocan sin escalas a la Presidencia en el 2015. Sería el caso de Massa.
La persecución de ambos objetivos, en tan poco tiempo, sería posible también gracias a la defección y el desgaste de los caudillos peronistas tradicionales. El último mandatario provincial en 30 años de democracia que llegó a la gobernación desde una intendencia (Lomas de Zamora) fue Eduardo Duhalde. Pero su verdadero trampolín resultó la vicepresidencia junto a Carlos Menem y su colectivo de barones. Hasta ahora pareció impensado que desde un simple municipio pudiera trazarse una carrera presidencial. Massa amaga con subirse a esa competencia. ¿Méritos? Los debe tener. Pero lo favorece el desierto dejado por los actores de otra época.
¿Cuántos gobernadores peronistas estarían con posibilidades de pelear por el 2015?
Tal vez Daniel Scioli, aunque haya quedado magullado después de su controvertida participación en el cierre de las listas. Duhalde lo comparó, sin proporciones, con Nelson Mandela por su inclaudicable afán conciliador. Otros, menos compasivos, también lo equiparan con el gran líder sudafricano. Porque se acercaría a su ocaso. El gobernador de Buenos Aires carga con otra adversidad: ha quedado rehén del cristinismo y ese cristinismo jamás lo querría como sucesor. Salvo para una derrota segura.
Algunos de los demás mandatarios provinciales (Sergio Uribarri, de Entre Ríos; Jorge Capitanich, de Chaco o Juan Manuel Urtubey, de Salta) podrían arriesgarse si contaran únicamente con la bendición de Cristina. Ese supuesto encerraría, al menos, dos peligros: el condicionamiento férreo de la Presidenta; el aval de una líder declinante en la consideración popular.
Aquel trastocamiento del orden político natural obedece a varias razones. Pero existiría una, quizá, central: los gobernadores se han dedicado demasiado tiempo a la conservación de su poder, apelando a cualquier artilugio sólo para permanecer.
Nunca se animaron a expandirlo por el temor a los Kirchner y por la dependencia financiera del Gobierno central. Varios de los nuevos intendentes bonaerenses, en cambio, supieron en los tiempos de bonanza económica generar recursos propios. Y mantener una proximidad con las demandas sociales de las cuales los mandatarios provinciales, atraídos por juegos más grandes, casi siempre se alejaron.
La fortaleza de Massa, amén de su figura, descansa en los intendentes. Algunos de ellos tienen influencia, incluso, más allá de sus distritos. Giustozzi derrama en Esteban Echeverría y en la misma Lomas de Zamora, tierra de Insaurralde. Como el intendente de Tigre lo hace en San Fernando y San Martín. Detrás de ese beneficio el jefe municipal de Almirante Brown oculta un problema discursivo. Tiende a ser concesivo con el kirchnerismo en una campaña que augura una severa polarización.
Los primeros escozores atravesaron al massismo. Ocurre que entre Massa y Giustozzi existió un debate antes de la salida al ruedo. El intendente de Almirante Brown siempre comulgó con el lanzamiento de su colega de Tigre. Aunque prefería que lo hiciera dentro del FPV para plantearle una lucha directa al cristinismo. Massa lo convenció de que esa variante corría el riesgo de diluir al Frente Renovador como una alternativa ante el grueso de la sociedad. También planteó el albur de competir dentro de un aparato timoneado por el ultracristinismo. Giustozzi comprendió, aunque la heterogeneidad del mensaje no desapareció en las filas del massismo. Esa cautela se hilvanó con la postura de Ignacio de Mendiguren. Pero pareció sufrir un desaire ante la firmeza de Felipe Solá contra el Gobierno o los malos presagios del actor Fabián Gianola, que dijo que el país se encamina hacia una dictadura.
Cristina también recurrió a los intendentes, limitó la angurria de La Cámpora, relegó al Movimiento Evita y marginó a la Kolina, de su cuñada Alicia. Pero su extremo personalismo para decidir sembró igual algunos resquemores importantes. Fernando Espinoza, jefe de La Matanza, se había propuesto no ser ahora candidato. Aspira en el 2015 a luchar por la gobernación. Pero lo tentaron con el cuarto lugar en la lista de diputados.
Lo vivió como una afrenta.
A cambio, la Presidenta incorporó a una joven militante de esa comarca. El intendente de José. C. Paz, Mario Ishii, también se ilusionó con una banca nacional después de su prolongada profesión de fe cristinista. Pero terminó aceptando una senaduría provincial.
Era eso o nada. Varios de los alcaldes optaron por volver a hablar con Scioli, en la pretensión de mantener viva la posibilidad de participar en el proceso sucesorio del 2015. El maltrecho gobernador se sintió vivificado y reflotó el optimismo: supone que el viejo peronismo bonaerense se alinearía con él si después de octubre se extingue el cristinismo y Massa empieza a pisar fuerte. Descree del axioma más mentado: que el PJ corre inexorablemente detrás del ganador.
Los candidatos cristinistas y las campañas, sin embargo, dependerán más de los humores de la Presidenta y las acciones de gobierno que de las estrategias pergeñadas.
¿De qué valdría negar la chance de la re-reelección cuando desde sectores parlamentarios, políticos y judiciales K se trabaja para ella?
La propia titular de Justicia Legítima, María Garrigós de Rébori, reclamó la reforma constitucional y un control rígido para los jueces. Su amiga Carmen Argibay, de la Corte Suprema, está perpleja. No habrá negativa que convenza a la oposición a retirar el tema de la campaña. ¿De qué valdría declamar la democratización de la Justicia cuando todos los días arrecia el embate contra la Corte Suprema que declaró inconstitucional la elección de consejeros?
El objetivo de Cristina es ahora tumbar a Ricardo Lorenzetti de la cima de la Corte. La investigación de la AFIP sobre él no es casualidad. Ni siquiera el subsecretario de Coordinación Técnica del organismo, Guillermo Michel, la pudo negar cuando delegados de Lorenzetti le fueron a preguntar. Es un arma frecuente que ostenta el cristinismo. Julio Grondona, el mandamás de la AFA, le pidió hace semanas a la Presidenta por la deuda del 2012 del Estado con Fútbol para Todos. Junto a una parte de esos fondos fueron los allanamientos del juez Norberto Oyarbide a clubes, futbolistas, dirigentes e intermediarios. Claro, cualquiera se puede hacer un festín con las oscuridades del fútbol. Pero no se trata de explicar eso: se trata de comprender la lógica de los arrebatos presidenciales.
Por esa misma razón el cristinismo volvió con la idea de quitarle a la Corte el manejo de los fondos judiciales. El proyecto presentado en Diputados avanzaría más que eso y sembró sospechas entre los jueces. En su confección habría intervenido algún gran entendedor. Nadie duda en ese universo que Cristina lanzará nuevas batallas. Más allá del triunfo o la derrota que le aguarde en las urnas.