Hay atuendos ingeniosos, principalmente uno que se valora mejor de frente: una mujer camina, baila y gesticula con la cabeza en los pies y los pies en la cabeza. Viéndola venir, parece que se acercara haciendo la vertical. Es extraordinario, probablemente el mejor disfraz de la fiesta, y lo viste una licenciada en Matemática de la Universidad de Tucumán. Nada nuevo, si no fuera funcionaria: ya entonces, María Lucila Colombo era, desde hacía cinco meses, subsecretaria de Defensa del Consumidor.

Es difícil que, en adelante, la escudera de Guillermo Moreno pueda hallar una mejor metáfora de la imagen que ha forjado entre los empresarios. Alguien que avanza por la gestión con ideas no ya heterodoxas, sino estrafalarias de la economía, invirtiendo causas y efectos, casi siempre sin buenos resultados.

Es cierto que los hombres de negocios han aprendido a convivir con algunas extravagancias. A los molineros, por ejemplo, no les sorprendió tanto que, la semana pasada, atenta a los aumentos en panaderías, Colombo hubiera publicado en el sitio web de la Subsecretaría una receta de pan casero. "Lo que hacemos es trabajar sobre las problemáticas, darle una vueltita de tuerca y arrimar ideas para que también uno pueda diversificarse", explicó a Radio 10.

Colombo intentará esta semana que los comercios vendan el kilo a 10 pesos. Apelará, en sentido propio, según la famosa ironía de Adam Smith, a la "benevolencia del panadero". Pero el problema viene de antes: por la escasez de trigo, la bolsa de harina subió este año 180%. Como consecuencia de los cupos de exportación y las retenciones, gran parte de los productores ha reemplazado trigo por cebada. Resultado: la Argentina tendrá este año su peor cosecha de trigo en 110 años y está cerca de importar, por primera vez en décadas, el cereal que le valió el rótulo de granero del mundo. La profecía de Hugo Biolcati.

Son las mismas razones que llevaron a Paraguay a superar a la Argentina en exportaciones de carne. No es casual que Cristiano Rattazzi, presidente de Fiat Auto y doctor en Economía, suela evitar el discurso sofisticado en los paneles que integra. "Lo que necesitamos es un país normal", resume. Porque hablar no es gratis. Lo entendió Enrique Cristofani, presidente del Banco Santander Río, después de las críticas que el español Jaime San Félix, máximo ejecutivo del grupo, hizo esta semana desde España: "No es saludable forzar el curso de crédito sin seguir las reglas naturales del mercado", dijo, y desencadenó enojo y reproches en el Banco Central. Justo horas antes de que Mercedes Marcó del Pont, líder de la entidad, se reuniera aquí con banqueros. ¿Cómo no iba entonces Jorge Stuart Milne, presidente del Patagonia, a mantenerse en silencio durante casi todo ese encuentro? Sólo Jorge Brito, del Macro, pidió en nombre de la cámara subir comisiones a los clientes premium , una propuesta que Marcó del Pont desoyó de manera elegante. El último intento similar se había frustrado luego de que trascendiera a la prensa.

Cerrar la boca no parece mala estrategia. Sin protestar en público, los banqueros vienen de frustrarle a Moreno la pretensión de bajar el porcentaje que les cobran a los supermercados por las transacciones con tarjeta. La Supercard, lanzada el jueves con tres meses de retraso, tuvo en sus albores esa única intención. Se suponía que reemplazaría al resto de las tarjetas, y ese impulso inicial llevó a Moreno a sondear como conductor del proyecto al propio Luis Schvimer, CEO de Visa Argentina, que prefirió, sin embargo, quedarse con su empleo privado.

Moreno siempre peca de optimista. Ayer, en la Secretaría, mientras anunciaba el aumento del límite de la Supercard a 20.000 pesos sujetos a aprobación crediticia, alentó a los ejecutivos presentes a usarla en el Mercado de Hacienda para comprar ganado. Algunos empresarios empiezan a advertir en el Poder Ejecutivo cierto desapego a la realidad. "Tuve la sensación de que, mientras le hablaba, ella pensaba en cualquier otra cosa", se sinceró a LA NACION un hombre de negocios que acaba de reunirse con la Presidenta.

La atención parece abocada más bien a cuestiones electorales. Lo acaba de experimentar José Ignacio de Mendiguren, secretario de la Unión Industrial Argentina (UIA), con el revuelo que provocó en la entidad su candidatura a diputado por el espacio de Sergio Massa. Anteanoche, mientras comía sushi en el restaurante Dashi con sus pares Miguel Acevedo, Luis Betnaza, Adrián Kaufmann y Héctor Méndez, planteó la conveniencia de tomarse licencia. Pero ayer, al enterarse de que Méndez, presidente de la UIA, lo alentaba por radio a optar por la licencia o la renuncia, cambió de postura. "Si me voy, es porque quiero, no porque me lo pidan, nada me obliga a hacerlo", se ofuscó. También Marcelo Fernández, de la Confederación General Empresaria, venía de criticarlo después de un asado con Carlos Kunkel. "Sorprende que su participación no haya sido en el oficialismo, como lo hicimos nosotros como empresarios en su momento, en una experiencia exitosa", dijo.

Fue el bautismo político del textil. Pero nada nuevo en el PJ. En la noche anterior al cierre de candidaturas, Scioli recibió de Cristina Kirchner, en el teléfono, el pedido de que él mismo encabezara la lista del Frente para la Victoria y renunciara a la provincia a cambio de, prometió la jefa, respaldo para ser presidente en 2015. El gobernador no le creyó. Al ver que rechazaban su oferta de ubicar a Alberto Pérez, jefe de Gabinete bonaerense, y al ministro Alejandro Collia, propuso a su mujer, Karina Rabolini, y esperó hasta el día siguiente una respuesta que nunca llegó. En la noche del sábado, ya convencido de que se había tratado de un ardid para restarle tiempo a su negociación paralela con Massa, y cuando no tenía un solo lugar en las listas, enfrentó a su alicaída tropa en el Banco Provincia. "No me llamó", les dijo, y oyó la pregunta catártica de Pérez: "¿Y cómo comunicamos esto?" Oscar Cuartango, ministro de Trabajo, instó a poner el acento en la institucionalidad: Scioli acompañaría el proyecto hasta el final. Horas después, Gustavo Nahmias, estratego mediático, le dio forma a esa respuesta que ahora repite todo el sciolismo.

Son los ejes de la discusión argentina mientras urgen otros problemas. La inflación volvió a acelerarse en junio, empujada por aumentos que había postergado el congelamiento de precios. Esta costumbre de soslayar las causas y ocuparse sólo de los efectos no parece haberle reportado al Gobierno beneficios económicos, pero sí iniciativa mediática y política. Lo que la militancia llama "controlar la agenda". Aunque no sea, a la luz de los resultados, más que un gran disfraz que avanza con paso firme, la mirada gacha y los pies en alto.