Se acerca inexorablemente un momento en que la democracia se traduce en números, acordándoles a unos la victoria y relegando a otros al llano. Es el momento aritmético de la democracia. Si recordamos que el filósofo presocrático Pitágoras sostenía que la realidad, en su esencia, consiste en los números y sus infinitas combinaciones, también tendríamos que reconocer que nuestras opiniones, en definitiva, cuentan porque se cuentan . Los que demuestran ser "más", ganan y obtienen, por un plazo, el poder. Los perdedores quedan en la oposición, esperando su turno.
En aquellas ocasiones en que impera la normalidad democrática, la determinación de quiénes ganan y quiénes pierden ocurre cíclicamente, según lo hizo notar Jorge Luis Borges en aquel poema donde decía " lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras, los astros y los hombres vuelven cíclica mente ". La democracia sería tanto más perfecta o, mejor, sería tanto menos imperfecta (la perfección está vedada a los hombres) en la medida en que sus ciclos resultaran regulares, tan regulares como las estaciones del año.
Por lo menos en el papel, así ocurre entre nosotros. Como estamos a comienzos del mes de julio, el calendario electoral nos va llevando como de la mano a las elecciones intermedias que ocurrirán el próximo 27 de octubre. En las anteriores elecciones de 2011, que no fueron intermedias sino "finales", "presidenciales", la amplia victoria de la Presidenta produjo un gran impacto por su rotunda cifra del 54 por ciento, que llenó de euforia el Gobierno y que abatió en el desánimo, del cual aún no ha salido, a la oposición.
La pregunta que deberemos responder los argentinos el 27 de octubre es, entonces, ésta: ¿podrá conservar este gobierno, de aquí a pocos meses, el alto porcentaje que obtuvo hace dos años? Y si llega a ganar otra vez en 2013, ¿se conformará con cumplir su segundo ciclo constitucional de gobierno, que culmina en 2015, o pretenderá forzar un tercer ciclo, no previsto en la Constitución, al que casi todos llamamos la re-reelección ? Y si al contrario llega a perder en 2013, ¿se precipitará el Gobierno en el desmoronamiento político o conseguirá asegurar una transición ordenada en beneficio de aquellos destinados a sucederlo?
La respuesta a esta pregunta dependerá de otra, quizá más profunda: la presidenta Kirchner, ¿es en resumidas cuentas autoritaria o republicana ? ¿Coincide su ambición con el espíritu republicano de nuestra Constitución o ella es, en el fondo, una autócrata que se quedaría con un poder sin límites en el tiempo si la dejaran? La república es un sistema político en virtud del cual ni los gobernantes ni los opositores deben pretender un poder sin plazos . ¿Es ésta la vocación auténtica de Cristina? ¿O, mirada desde la democracia, Cristina la finge pero no la siente ?
"Por sus frutos los conoceréis", advierte el Evangelio. Aquellos que desconfían de la supuesta intención democrática de la Presidenta utilizan este fuerte argumento: que si fuera verdaderamente republicana, ya le estaría dando curso a la competencia entre los que aspiran a sucederla. El poder de Cristina, empero, es cada día más cerrado, más absoluto. A su lado nadie se atreve ni siquiera a chistar. ¿Es ésta la manera de preparar una sucesión "republicana"? Al aferrarse al poder hasta el último minuto, ¿anticipa acaso Cristina la voluntad de abandonarlo dentro de muy poco tiempo? Una presidenta que no delega ni una pizca de su poder pese a que el tiempo corre, ¿en verdad está dispuesta a dejarlo?
El argumento de aquellos que aplauden esta indefinición presidencial es que, si Cristina anticipara hoy su decisión de bajarse de la presidencia en 2015, empezaría a sufrir desde ahora el conocido síntoma del pato rengo que afecta a los presidentes débiles. ¿Por qué, sin embargo, a los presidentes latinoamericanos que en Brasil, Uruguay o Chile han cumplido sin temblores con sus plazos, este tan temido síntoma no los afectó? ¿Será porque previamente no habían dejado traslucir intenciones continuistas? En quienes no permiten que se sospechen este tipo de intenciones, el clima que rodea a una sucesión presidencial es, digamos, "normal". El clima se altera, por lo contrario, cuando el presidente saliente ha revelado intenciones continuistas que iban más allá de la Constitución. Si Cristina se allanara al fin a cumplir su plazo constitucional en 2015, ¿no lo interpretarían ahora tanto sus seguidores como sus adversarios como la confesión de una derrota? En este caso y sólo en este caso correspondería aplicarle la hipótesis del "pato rengo" a una gobernante porque ella, a todas luces, aspiraba a más.
Hay que notar, en este sentido, que coexisten en la Argentina dos ritmos políticos. Uno, el que ha trasuntado la propia Presidenta, es un ritmo monocorde y unitario a través del cual se expresa una única voluntad de poder. Según este ritmo, que ya se había manifestado en Santa Cruz antes de arribar a Buenos Aires, la política sería binaria , reduciéndose a una opción por el sí o por el no a los Kirchner. Pero este reduccionismo no corresponde al esquema republicano de nuestra Constitución, que hizo eclosión esta semana, al mismo tiempo, en el impetuoso florecimiento de cientos de listas de candidatos todo a lo largo del territorio nacional. En este contraste entre dos escenarios políticos, uno solitario y multitudinario el otro, ¿por dónde asoma la república democrática?
Quizás habría que señalar aquí que entre nosotros los argentinos conviven dos generaciones . Una, más entrada en años, lo vivió todo, desde el militarismo hasta la guerrilla, y una sucesión que parecía interminable de golpes de Estado seguidos por restauraciones democráticas. A aquellos que hemos atravesado estos vertiginosos vaivenes, la calma institucional que hoy se vive en el país nos parece un milagro. A la otra generación, que acaba de cumplir los cuarenta años y que conoció el ejercicio continuado de la democracia desde 1983, la paz institucional de la que hoy gozamos los argentinos no le parece, al contrario, sorprendente.
La generación de los "viejos" cometimos innumerables errores. Nos queda el consuelo de pensar que los aciertos de hoy quizás sean el fruto de los errores de ayer. Sólo aspiramos que a la generación de los jóvenes no la afecte también la temible "ley del olvido". Entre 1810 y l852, la Argentina inicial vivió en guerra civil. Pero este desgarramiento interior también le enseñó a valorar la convivencia. A partir de entonces, con el Acuerdo de San Nicolás y la Constitución de 1853, aprendimos a convivir. Por ochenta años, como consecuencia, fuimos la nación más progresista de la Tierra. ¡La letra con sangre entra! Desde el golpe militar de 1930 en adelante, empero, los argentinos volvimos a las andadas. Esta es la otra lección de nuestra historia: lo que trabajosamente construye el aprendizaje, en un instante el olvido lo puede borrar. Estamos sometidos, por lo visto, a un doble proceso. En las malas, aprendemos. En las buenas, nos olvidamos. E incluso hoy mismo, cuando podemos felicitarnos por los treinta años consecutivos de aprendizaje democrático que antes nunca habíamos alcanzado -el ré cord anterior sólo llegó a los 18 años, entre la ley Sáenz Peña de 1912 hasta el golpe de l930- también tenemos que incluir en el "debe" de este balance parcialmente positivo el escandaloso avance de la pobreza. No podríamos olvidar en este apretado resumen, así, lo que dijo el benemérito papa anterior a Francisco: que en un país tan rico como la Argentina, la pobreza es un "escándalo".