Si alguien obliga a fijar un precio por debajo del de equilibrio, caerán las cantidades ofertadas y habrá desabastecimiento o exceso de demanda. Algo así como decir que el agua moja. En la Argentina de hoy, hacerle entender esto al Gobierno es casi tan duro como lo fue para Galileo difundir su acertada teoría de que era la Tierra la que se movía en torno al Sol y no a la inversa.

¿Dónde hay desequilibrios? Más bien habría que preguntar dónde no los hay. La situación es la consecuencia de lo que un empresario local describe como "concepción K de la economía". Afirma que, para el kirchnerismo, "el sector privado no es dueño de nada, sino concesionario de negocios que el Gobierno graciosamente otorga, en las condiciones que le parece, y, cuando quiere, arbitrariamente quita".

El tema de estos días es el del pan. El Gobierno quiso controlar los precios del trigo y lo hizo. Toda clase de intervenciones para "cuidar la mesa de los argentinos", que está ahora a punto de quedarse sin pan. ¿No es negocio el trigo? No se siembra. Las áreas sembradas son de las más bajas de la historia argentina desde hace años. El resultado está a la vista de todos, menos de Cristina Kirchner, Guillermo Moreno y "Pimpi" Colombo, que no quieren ver que sus políticas son el problema, no la solución.

El Gobierno ha querido tocar, desequilibrar todos los precios para "hacer justicia redistributiva". Entonces, para cuidar la industria hay que tener ropa, calzados y electrónicos mucho más caros que los valores internacionales. Y comida mucho más barata.

El resultado es que en localidades de frontera los extranjeros se cruzan para comprar aceite y harina a manos llenas y los argentinos hacen lo propio para vestirse, calzarse y equipar la casa.

El problema es que el dólar está demasiado barato. Entonces la demanda supera a la oferta.

El Estado es el gran beneficiario de esta política parecida a la que llevó a la ruinosa "plata dulce" de Martínez de Hoz. El Gobierno consigue dólares baratos para pagar las colosales importaciones de energía. Porque, como mantiene hace una década precios por debajo de los de equilibrio, la demanda supera a la oferta.

También consigue dólares baratos para pagar la deuda externa, esa que supuestamente ya no era un problema. Los funcionarios tienen razón. Si se mantiene el default con el Club de París, con los bonistas que no aceptaron los canjes, con las compañías que ganaron arbitrajes en tribunales internacionales, si se pueden seguir emitiendo pesos a mares para comprar dólares y financiar un fuerte déficit fiscal, seguir sin pagar a los jubilados las actualizaciones, entonces sí, la deuda no es un problema.

El Gobierno mantiene un precio artificialmente bajo del dólar y regula las cantidades. Prohíbe atesorarlos. Los mezquina o los niega para el turismo.

¿Aparecerá en las localidades de frontera el trueque? Los argentinos podrían cruzar la frontera munidos de harina y aceite para canjearlos por zapatillas, remeras, celulares y aparatos Led TV.

La última intervención que llevó al desequilibrio fue la que el viceministro de Economía, Axel Kicillof, hizo en el mercado de biodiésel. A los pocos días tuvo que corregirla. Una desautorización importante para el supuesto joven maravilla del equipo gubernamental.

Sobre todo las empresas pequeñas y medianas han sido muy afectadas por la pérdida de rentabilidad. Se perdieron mercados por la expropiación de YPF a Repsol. Y hay plantas que dejan de producir porque no tienen grano para moler. A la Argentina del discurso reindustrializador se le van muchas toneladas de porotos sin procesar. Y el polo aceitero se queda sin insumo. Hay un régimen que permite importaciones temporarias de soja de Paraguay, para exportarla como aceite. Pero las grandes compañías del mayor polo aceitero del mundo dicen que están inhibidas de hacerlo por reclamos y sanciones, según ellas injustas, aplicados por la AFIP y que están en litigio.

Cristina dice que no hará "el ajuste". Pero la inflación es el síntoma más claro de un enorme desequilibrio. Y el Gobierno propone el ajuste que niega. Hay que dedicar el tiempo que antes era libre para peregrinar al Mercado Central a comprar lo que se adquiría en el propio barrio. Y hay que dejar de descansar o de trabajar para hacer en casa el pan que se compraba al panadero. ¿Eso no es ajuste?