Hace noventa meses que los argentinos lidiamos con una tasa de inflación de dos dígitos anuales. Caso casi único en el mundo, por nivel y persistencia del fenómeno. Después de tanto tiempo (siete años y medio), está más que claro que este Gobierno no tiene interés en bajarla en serio, no está entre sus prioridades o no sabe cómo hacerlo.
Por el contrario, persiste en aplicar una política fiscal y monetaria extremadamente dispendiosa, propiciadora de alta inflación. Y no hay vuelta que darle. Haber desempolvado la "maquinita" de emitir moneda para financiar, particularmente, el agujero fiscal del Tesoro y usarla sistemática y crecientemente termina generando inflación, acá y en la China.
Definitivamente, bajar la inflación en la Argentina actual requiere una política gradual de objetivos secuenciales. Lo único que se hizo en estos años fue cambiar de la noche a la mañana el método de medición de la inflación, controlar algunos precios, congelar las tarifas públicas y parar exportaciones de trigo, carne y maíz. Eso fue todo. Inefectivo, sin atacar el problema macroeconómico de fondo.
A estas alturas, y lamentablemente, erradicar la inflación será tarea de otra administración, después de 2015. Es muy poco probable que la actual encare el problema y, aun si lo hiciera obligada por los acontecimientos, no tendría la credibilidad mínima necesaria para emprender esta tarea con éxito, dado que no se trata sólo de medidas.
Sí creo que, como aspiración de máxima, el objetivo debería ser por lo menos una inflación alta, relativamente estable, que no se salga de cauce, que no se espiralice con los salarios o el tipo de cambio, como en décadas pasadas. Pero de todos modos esto requerirá que el Gobierno no se pase de rosca con el expansionismo fiscal y monetario, que pueda moderar la puja entre precios y salarios, y que encuentre atajos efectivos para lidiar con el atraso cambiario y el dólar informal.
La inflación en la Argentina se puede bajar. Y con consecuencias virtuosas, no ajustadoras. Pero deberá cumplirse un conjunto de pasos que definitivamente no están a mano ni cerca.
Cualquier medida deberá tener un respaldo político básico entre los tres poderes del Estado, el sector empresarial y los sindicatos Primero, cualquier medida deberá tener un respaldo político básico entre los tres poderes del Estado, el sector empresarial y los sindicatos. Bajar la inflación y recuperar una moneda local estable no es una cuestión macroeconómica. Se trata de una prioridad nacional, a ser planteada como una política de supervivencia social.
Segundo, debe contarse con un equipo de profesionales fiable y con reputación, tanto en el área económica del Poder Ejecutivo como en el Banco Central.
Tercero, las medidas concretas para bajar la inflación tienen que estar insertas en una reformulación de la organización económica global que tienda a reinsertar a la Argentina en el mundo real y financiero, a resolver la crisis energética, darle sustentabilidad a la previsión social, ordenar la relación fiscal entre la Nación y las provincias, replantear la política agropecuaria, redefinir el papel del Banco Central, entre varias otras. No son iniciativas directas para bajar la inflación, pero sí son imprescindibles no sólo para dar un marco de estabilidad y credibilidad general que hoy no hay, sino para instalar el mecanismo virtuoso de convivencia mientras baja la inflación.
Cuarto, deberá reducirse gradualmente el financiamiento al fisco y recuperar el superávit primario genuino, por lo menos de dos puntos del PBI o más, que se disponía hasta 2008. Para ello, habrá que trabajar con el reordenamiento del gasto público y con la racionalidad del sistema tributario. El candidato número uno son los subsidios en su sentido más amplio, desde la energía al Fútbol pagado por Todos. Este último no necesita cortarse. Lo que no puede hacer el Estado es poner la plata habiendo otras necesidades.
Quinto, la política monetaria del BCRA recuperará su autonomía (al no tener que financiar al fisco) y tendrá que ser consistente en cuanto al ritmo de expansión monetaria y al nivel de la tasa de interés con el objetivo de bajar la inflación.
Sexto, se deberán ir eliminando las restricciones en el mercado cambiario hasta volver a un mercado único con flotación administrada, como en Chile o Brasil. El tipo de cambio podrá subir o bajar, según las circunstancias, bajo la supervisión del BCRA.
Séptimo, podrá implementarse transitoriamente (seis meses) un esquema de coordinación de precios y salarios para facilitar el descenso de la inflación mientras surten efecto las medidas de política macro anteriores. Los acuerdos de precios y salarios pueden usarse como instrumentos complementarios, nunca como el instrumento central de un plan antiinflacionario porque está condenado a fracasar y a generar inflación reprimida.
Definitivamente, bajar la inflación en la Argentina actual requiere una política gradual de objetivos secuenciales. No necesariamente una acción de shock porque son varias las cosas que hay que corregir y "tocar". No es "soplar y hacer botellas": adecuar las tarifas y subsidios, anular el control de cambios, resolver la cuestión de la competitividad, etcétera. No será un proceso lineal. En un primer año habría que bajar la inflación hasta cerca del dígito anual; en el segundo, llegar al dígito y, eventualmente, en el tercero o cuarto tender a las tasas de inflación que se observan hoy en la mayoría de los países de la región (incluso en Bolivia y Ecuador). No será tarea sencilla. Pero cuanto más se demore en encararla y más se patee el problema en el tiempo, más complicado será.