Ellos decidieron dedicar sus vidas completas para mantenerse en el poder y pasar a la historia.
Ese voluntarismo extremo, esa religiosidad política, es lo que los hace distintos, y difíciles de enfrentar y derrotar. Igual que el ex presidente Néstor Kirchner, Cristina Fernández vive para y por la política. Y desde que El murió, Ella encontró en el ejercicio del poder una variante todavía más irresistible. Ahora la jefa de Estado sabe que no tiene ningún límite para hablar, en público y todo el tiempo, sobre ella misma, sin que semejante muestra de yoísmo sea considerada un gesto de desequilibrio emocional.
Durante el último discurso de apertura de sesiones, además de amenazar la independencia del poder judicial, de empalagar con cifras infladas, manipuladas o tomadas de una manera que hacen aparecer a la Argentina como Suecia, la jefa de Estado se la pasó haciendo referencias sobre su propia persona, y llegó al clímax cuando sugirió que también era responsable de que en la Argentina hubiera aumentado en un año la expectativa promedio de vida.
No hay nada más que se pueda decir sobre su defensa al memorándum de entendimiento con Irán, los falsos datos sobre los niveles de pobreza, indigencia o aumento del salario mínimo vital y móvil, el silencio sobre la creciente inflación, la tragedia de Once o la responsabilidad del gobierno nacional sobre la inseguridad. Tampoco sobre la deplorable transmisión televisiva que se hizo.
Ya lo habrán visto: como si fuera una entrega de los Martín Fierro, a los amigos les avisaban que los estaban por poner en el aire; y a los enemigos los mostraban comiendo o cabeceando y como si fueran responsables de las tropelías políticas que Cristina le iba adjudicando a la oposición. Me dio vergüenza ajena ver como Juan Manuel Abal Medina y Darío Grandinetti cambiaban de expresión cuando sentían que la cámara los empezaba a enfocar. Y también me dio mucha tristeza cuando la Presidenta mencionaba a fieles y opositores, cuando todo el mundo sabe que ninguno tendría la oportunidad de responder, dialogar o contradecirla.
Todo, desde lo mínimo, hasta lo máximo y más delirante, está puesto al servicio de quedarse en esta gran maquinaria millonaria que es el Estado. Y todo, desde lo, en apariencia, menos relevante, hasta lo más decisivo, ahora pasa por el filtro de Ella, igual que antes nada se hacía si la decisión no la tomaba El. Desde el futuro de Marcelo Tinelli y su Gran Cuñado hasta la facturación de Cablevisión, Clarín, Canal 13 y el resto de su grupo de medios.
Desde los bonos de YPF hasta la vida privada y pública de Ricardo Lorenzetti, el resto de los miembros de la Corte, los jueces Federales y cualquier integrante del Poder Judicial que se haya atrevido a fallar contra un deseo de la Presidente, o un funcionario al que ella decidió proteger. Ella, pero también su grupito de fieles, lo han dicho hasta el cansancio: no hacen otra cosa que vivir para el poder. Ellos le llaman militancia, pero el cristinismo es la mayor corporación de poder que se conoce desde 1983, cuando se restauró el sistema democrático.
Los que trabajan para sucederla son más normales y, en general, tienen una vida más allá de la política. Mauricio Macri, más allá de su innegable deseo personal de ser Presidente, hace todo lo posible por compartir tiempo con su esposa, Juliana Awada, y su hija más chica, Antonia. (A propósito: el haber mostrado una y otra vez al hermano de Juliana, el excelente actor Alejandro Awada en el Congreso, es otro de los datos que muestran que la cobertura televisiva del acto no fue nada inocente).
El ex gobernador Hermes Binner, es una persona austera y sencilla, que tiene a su familia como absoluta prioridad y a la política como una pasión, pero no descontrolada. El gobernador Daniel Scioli necesita, cada tanto, desenchufarse o viajar, porque la presión a la que lo somete el cristinismo le genera un estrés del que la mayoría de los mortales no está debidamente informado. José Manuel de la Sota es un veterano de la política, pero tiene un espacio para ir al cine o a comer conamigos. Sergio Massa, otro animal político digno de analizar, le presta mucha atención a sus hijos, porque forma parte de una generación que ubica a la familia entre sus prioridades.
Pero Ella no. Solo vive para esto. Los que se imaginan a la presidenta dedicando su tiempo a otro hombre que no sea Néstor Kirchner no tienen la menor idea de lo que es su vida real. Y los que suponen que cada vez que viaja a Río Gallegos a ver a su hijo o a la casa de Calafate que construyeron con Néstor lo hace para desconectarse o darse un baño de afecto familiar es porque jamás la vieron en acción un fin de semana.
Cristina fatiga el teléfono tanto o más que Néstor. Y tiene en vilo a todo el mundo, porque su radio de acción incluye a la comunicación política, me dijo un ex ministro que la conoce muy bien. Incluso, cuando se comparan los discurso de Ella con los de Scioli y los de Macri, queda muy claro hasta dónde está dispuesta a llegar la presidente en su proyecto fundacional y cuáles son los objetivos de quienes gobiernan la provincia de Buenos Aires y la Ciudad. Cristina Fernández ha dado comienzo al año más importante de su vida política y personal.
El año cuyas elecciones servirán para definir si su mandato se termina en diciembre de 2015 o si tiene espacio y posibilidades de soñar con la eternidad. Como para Ella y su pequeño círculo de religiosos este es un asunto de vida o muerte, jugarán un juego sin reglas, o irán cambiando el reglamento de acuerdo a su pura conveniencia transcendental. Comprender esto cuánto antes será crucial para la oposición. Nadie está sugiriendo que para competir y ganar se empiecen a poner al margen de la ley o de las mínimas normas éticas.
Sin embargo, quedarse sentado esperando que la inflación, la Constitución, el periodismo crítico o los jueces independientes le pongan los límites que el resto de la sociedad no le puede colocar es una ingenuidad. Dentro de un rato, nomás, se realizarán las Primarias Abiertas y Simultáneas. Y los únicos que tienen los fiscales suficientes para controlar los votos son el Frente para la Victoria o el Estado, que en este momento vendría a ser casi lo mismo.