Con el novillo arriba de los dos dólares por kilo vivo, la mejor alternativa para agregarle valor al trigo es convertirlo en carne. Y no sólo vacuna, sino porcina o aviar, ya que los altos precios de la primera generan un efecto de arrastre sobre todos los sustitutos.
En el mundo de los negocios, no hay nada más interesante que la aparición de un mercado nuevo para un producto que parecía haber chocado contra el techo. Es lo que sucedía con la mayor parte de los commodities agrícolas en las postrimerías del siglo XX. El mundo nadaba en la abundancia. Los excedentes provocados por la revolución tecnológica en la producción de alimentos deprimieron los precios, sumiendo en una profunda crisis a los países que, como la Argentina, dependían de sus exportaciones agrícolas.
Pero en el arranque del siglo XXI dos nuevos “drivers” invirtieron la tendencia. El primero fue la irrupción masiva de un nuevo contingente de consumidores, que transitaban rápidamente de una dieta vegetariana a una carnívora. El pecado de la carne voló más lejos que la cigüeña: la población de animales domésticos crecía a tasas malthusianas, para satisfacer el hambre de proteínas rojas y blancas en sustitución de las féculas tradicionales provistas por el arroz, los tubérculos y el pan de trigo. La humanidad no crecía tanto como el deseo de poner un huevo frito, una chuleta de cerdo o una patita de pollo en el viejo plato de arroz.
El mundo requería ahora de granos forrajeros y harina de soja, insuperables para las raciones de todo bicho que camina y va a parar al asador.
Mientras esto sucedía, a mediados de la última década, irrumpía el segundo “driver”: los biocombustibles, en especial el etanol a partir del maíz. En pocos años, pasó a ser el principal destino del otrora rey de los granos forrajeros. En 2010, el consumo de maíz para la elaboración de etanol (que se mezcla al 10% con la nafta) en los Estados Unidos superará las 120 millones de toneladas, el 40% de la producción total.
La conjunción de los dos fenómenos significó, sencillamente, que el mundo pasó del paradigma de la abundancia y los excedentes, al paradigma de la escasez. Para países como la Argentina, significó pasar de la crisis externa crónica, a un presente de holgura en materia de divisas y un futuro brillante si finalmente se pone a la política en el sentido de la naturaleza de las cosas.
El intento por mantener a la Argentina desacoplada de la inflación mundial de los alimentos terminó catastróficamente para su producto más emblemático: la carne vacuna. El intento terminó con una violenta liquidación de stocks y una feroz escalada de los precios. Esto genera un panorama absolutamente inédito, que lleva a repensar todo el sistema de producción ganadera.
En este trayecto, es inevitable que la Argentina recorra el camino de los países de agricultura más avanzada. En nuestro país se operó una profunda revolución tecnológica en la agricultura, pero los avances en materia ganadera vienen un paso atrás.
Es cierto que se han operado varios saltos muy importantes, como la incorporación del silo de maíz, el engorde a corral para la terminación de novillos y terneros, y técnicas muy promisorias como la inseminación artificial a tiempo fijo, el destete precoz, la alfalfa híbrida y todos los avances biotecnológicos en la agricultura, que se pueden capitalizar en la ganadería.
En este camino, aparece un creciente interés por utilizar los cultivos de cosecha fina, como el trigo y la cebada, en los planteos ganaderos. Es una tendencia nueva, que estalla de manera sorpresiva, ya que hasta ahora había muchos prejuicios en contra del destino forrajero de los cereales de invierno.
Más de la cuarta parte del trigo que se cultiva en el mundo se destina a la producción ganadera, tanto para carne como leche. Los nutricionistas del Primer Mundo dan como norma que cuando el precio del trigo no supera en más de un 15% al del maíz, la sustitución es ventajosa. Esta situación es normal en los países de la Unión Europea, donde el maíz se destina a ensilaje de planta entera y el trigo ocupa el lugar que aquí se concede al grano.
Pero en estas pampas también hay zonas que tienen mucho más trigo que maíz, como el sudeste. Y como allí también hay ganadería bovina, el destino forrajero del trigo es una alternativa. Sobre todo, cuando aparecen dificultades para colocarlo, como las que en estos días atribulan a los chacareros. Se conforman con que les paguen el “FAS Teórico”, que anda por los 800 pesos por tonelada, menos flete. Si lo convirtieran en carne vacuna, ganarían un 50% más.
Veamos. Una relación de conversión holgada, a la luz de la experiencia de los feedlots bien manejados, es de 7:1 (7 kg de materia seca por kilo vivo). El novillo vale hoy unos 9 pesos. Significaría vender el trigo a 1.200 pesos, sin sacarlo del campo, con ahorro de fletes, comisiones y sin cuestionamientos por calidad.
Ojo, alimentar la hacienda con trigo no es soplar y hacer botellas. Tiene más proteína y un almidón más fermentescible que el maíz. Por eso tiene mayor valor forrajero. Es fundamental consultar a los nutricionistas. Pero hicimos cosas mucho más difíciles nutriéndonos de la experiencia mundial. Que también está disponible.
Sí, el trigo encontró un mercado nuevo. Es el gran novillo argentino, ¡salud!