El significativo triunfo de Macri constituyó también una considerable derrota para Cristina Kirchner, para su modelo económico y político, y para su manera de gobernar.
Más del 50 por ciento del país enterró ayer un estilo de permanente
confrontación interna, de fracasados desafíos a las leyes de la economía, de
aislamiento internacional y de impunidad judicial. Se trata de un notable giro
de la sociedad, que significará dejar atrás la excepcionalidad argentina que
duró doce años y que apartará al país del eje bolivariano en América latina.
Macri no es el único autor de su victoria. Recibió el apoyo involuntario y decisivo de Cristina y de Scioli. La Presidenta salió mal parada en cuatro de las cinco elecciones que debió enfrentar como jefa del Estado (en 2009, en 2013 y las dos de 2015). Sólo ganó ampliamente los comicios de su reelección en 2011, poco después de la inesperada muerte de su marido. Ella manejó en forma personal todas esas elecciones y sus campañas.
El propio Scioli corrió en busca del electorado independiente prendido de las
faldas (y del discurso) del kirchnerismo más rancio, crispante y difamador.
Según las encuestas, Scioli iba perdiendo votos con cada semana que pasaba.
Insistió con esa estrategia y no aceptó ningún consejo sensato. Sólo anoche,
cuando ya había perdido, Scioli volvió a ser Scioli. Así, ayer el peronismo se
sumió en una profunda derrota: perdió en el país y casi pierde otra vez la
provincia de Buenos Aires.
Todo relato tiene un final marcado por la realidad. Este final es dramático para cualquier proyecto de supervivencia kirchnerista, pero la realidad que heredará Macri es extremadamente compleja y crítica. La crisis de la economía no está, en su magnitud al menos, en la conciencia social. No es la misma situación que la de 1991, cuando Domingo Cavallo tenía a su favor una sociedad harta de la hiperinflación. Ni la de Eduardo Duhalde en 2002, cuando los argentinos clamaban por otra cosa, por cualquier cosa que fuera diferente. "No puedo entender cómo lograron esconder el colapso de la economía durante tanto tiempo", se lo escuchó decir ayer a Macri. El presidente electo repitió la historia conocida por cualquier cronista de la política de los últimos 30 años: contó que la situación económica que recibirá es mucho peor que la que imaginaba.
Macri se recibió de político audaz y certero cuando descartó los consejos
para que hiciera un acuerdo con Sergio Massa antes de las primarias de agosto.
Los resultados de ayer le dieron la razón. No era necesario ese acuerdo y, al
revés, habría provocado una notable confusión en el electorado sobre la opción
entre el cambio o la continuidad. Refutó esos consejos de lo que él llama el
"círculo rojo", integrado por los empresarios importantes del país. Demostró en
ese momento más carácter frente a ellos que los que exhibieron Scioli o Massa.
Macri los conoce a todos los principales empresarios, pero no reconoce en ellos
perspicacia política. "Se han equivocado demasiadas veces y se han equivocado,
sobre todo, haciendo kirchnerismo en los últimos 12 años", suele decir. Siente,
en cambio, cierta admiración por los ejecutivos que han manejado empresas
exitosas. El caso de Juan José Aranguren, el ex CEO de Shell que combatió
durante más de una década las prácticas del kirchnerismo sin perjudicar a su
empresa, es el ejemplo cabal de los ejecutivos a los que aprecia Macri.
Sin embargo, una cosa fueron las elecciones y otra cosa será el gobierno. Macri no tendrá mayoría propia en el Congreso y el bloque de Cambiemos, que será la segunda minoría en la Cámara de Diputados, es una mezcla de macristas, radicales y lilitos. Macri tiene una impronta propia que lo acerca a la negociación más que a la confrontación. Hizo largos ejercicios de acuerdos en la Capital, donde nunca tuvo mayoría propia en la Legislatura. Pero más allá de su carácter y de su predisposición, a partir del 10 de diciembre se impondrá la necesidad política de amplios acuerdos políticos y sociales.
Basta mencionar cuatro de las muchas obligaciones que tendrá el próximo presidente: resolver el conflicto inhumano de la pobreza, bajar el monumental déficit fiscal, sincerar el tipo de cambio y revisar el descontrol de un Estado clientelar. Sólo eso (hay muchas más cosas por hacer) le impondrá la obligación de acercar a su despacho a otros dirigentes políticos, a empresarios y a sindicalistas. El triunfo de ayer le abre importantes espacios políticos como para ensayar esos acercamientos. Macri ha dicho que la negociación y el acuerdo no son para él síntomas de debilidad, sino una exigencia que impone la práctica democrática. Es el reverso de la moneda que acuñaron los Kirchner, para quienes toda negociación era una deserción política y una derrota ideológica.
El desafío de Macri es convertir a la Argentina, cuanto antes, en un país homologable por el mundo para que éste se olvide de la excepcionalidad kirchnerista. Sus economistas están preparados para eso. El propio Macri ya anticipó su política exterior, que en la región colocará a la Argentina cerca de Uruguay, de Chile, de Perú y de Colombia, lejos de Venezuela, de Ecuador y, en menor medida por su vecindad, de Bolivia.
Brasil es un caso aparte. Macri sabe que tanto Dilma Rousseff como el ex presidente Lula hicieron todo lo posible para que ganara Scioli. Lula le dijo a Scioli que de él dependía la preservación del viejo equilibrio en la región. Dilma le deslizó, equivocada, que el Acuerdo Transpacífico (que agrupa a varios países americanos con otros de Asia) es "el nuevo nombre del ALCA". Scioli les creyó a los dos. A pesar de todo, Macri está dispuesto a olvidar rápidamente esas imparcialidades brasileñas. Brasil seguirá siendo una prioridad de la política exterior argentina. "La presidenta Rousseff sabrá que es más fácil acordar conmigo que con Cristina", zanjó Macri la polémica por el pasado. Tampoco Macri imagina una rápida asociación de su país con el Acuerdo Transpacífico: "La economía argentina está muy cerrada como para llevarla de inmediato a una asociación con economías tan abiertas", ha dicho.
El kirchnerismo trató de usarlo siempre, y hasta último momento, al papa Francisco en su competencia electoral. El Pontífice debió hacer varias aclaraciones de que él no estaba comprometido con políticos ni candidatos de su país. "Que voten a conciencia", es lo último que dijo. Si se leen las viejas homilías del cardenal Bergoglio se puede interpretar cabalmente lo que quiso decir: el voto es un compromiso del ciudadano con él mismo y con Dios, no con las apetencias de dirigentes o punteros. Macri ha tenido una muy buena relación institucional con el entonces cardenal Bergoglio y la vicepresidenta electa, Gabriela Michetti, era una interlocutora frecuente del entonces cardenal. Macri colocó en sus listas de candidatos porteños a algunos amigos del Papa. Un amigo común es el mensajero más habitual entre el Papa y Macri : el dirigente de la comunidad musulmana Omar Abboud.
Un ex dirigente deportivo, líder de un partido casi provincial hasta hace cuatro años y audaz candidato presidencial en los últimos meses, les devolvió ayer a los argentinos la libertad plena perdida en los años kirchneristas. Más allá de los aciertos o errores por venir, ya tiene un párrafo escrito en las páginas de la historia.