Por primera vez en más de 70 años el electorado llevó a la jefatura del Estado a un candidato ajeno a las filas del PJ y de la UCR. Es la última manifestación de una ola que ya había instalado a María Eugenia Vidal en la gobernación de Buenos Aires.
La política argentina se ha reconfigurado. Ayer se terminaron de verificar
una distribución más equilibrada del poder y otra dirección conceptual para el
país. Desde una perspectiva externa, el giro cobija un significado regional: se
consumó el fracaso de una receta populista llevada adelante por un matrimonio
con ensoñaciones hegemónicas.
El éxito de Macri es peculiar. Más de la mitad de los votos con que llega a la Casa Rosada es, si se quiere, prestada. Un fenómeno que habría protagonizado también Néstor Kirchner si en 2003 se hubiera celebrado el ballottage. Ayer Macri alcanzó el 51,45%, cuando en las primarias su fórmula había sacado el 24,43%.
Esto significa que deberá consolidar una base electoral volátil. Uno de los ejercicios para lograrlo es la negociación con la UCR y la Coalición Cívica en el seno de Cambiemos. Con los resultados de ayer esos socios se vuelven más imprescindibles. Macri está obsesionado por preservar la calidad técnica de su administración. Pero deberá arbitrar ese desvelo con la necesidad de compartir porciones de poder con los otros miembros de su liga. Las conversaciones comenzarán mañana cuando el nuevo presidente se encuentre con el radical Ernesto Sanz. La UCR encara este proceso en una situación compleja: elegirá a su próximo presidente -Luis Naidenoff es el candidato más visible- el próximo 4 de diciembre, seis días antes de la asunción de Macri. Mientras tanto, los negociadores serán, además de Sanz, Ángel Rozas, futuro presidente del bloque de senadores, y Mario Negri, jefe de la bancada de diputados. Más allá de las formalidades, hay dos radicales que tienen una relación muy cercana con Macri: Gerardo Morales y Alfredo Cornejo.
Debajo de esos acuerdos opera un interrogante: ¿Qué es Cambiemos? ¿En qué consiste su identidad? ¿Cuál es su consistencia? La profundidad de estas incógnitas sólo es perceptible a la luz de la crisis de 2001. Ese año se produjo el derrumbe del radicalismo, que había sido por décadas el principal instrumento de los sectores medios para intervenir en la vida pública. La expresión de esa capa social pasó a estar en manos de un mosaico de organizaciones. Sin esa fragmentación el poder del kirchnerismo sería difícil de explicar. ¿Cambiemos viene a cerrar ese ciclo? ¿Será un sujeto estable? Es parte del misterio que se está inaugurando este año en la Argentina.
Una segunda frontera de Macri en este movimiento es la negociación con Sergio Massa y José Manuel de la Sota: muchos de los que optaron ayer por el líder de Pro lo habían hecho por esos dos peronistas en la primera vuelta.
Para la consolidación de su poder Macri se respaldará en algunos rasgos sobresalientes de la elección de ayer. Él obtuvo una diferencia de poco más de 3 puntos sobre Daniel Scioli. Estuvo muy lejos de arrasar, como pronosticaban algunas encuestas. Para muchos dirigentes de Cambiemos, el miedo al ajuste sembrado por Scioli gravitó más de lo esperado. ¿Influirá este balance en el plan que debe ejecutar el próximo gobierno para remediar el desaguisado económico que deja Cristina Kirchner? Tal vez se explique mejor la insinuación de Macri desde Jujuy: ministro desarrollista, programa gradualista.
Un aspecto significativo del triunfo es su extensión territorial. Sobre todo porque condiciona la conducta del PJ. El nuevo presidente se impuso en numerosos distritos gobernados por opositores, algunos de ellos peronistas. El caso más notorio es el de De la Sota: en Córdoba Macri obtuvo más del 71% de los votos. Quiere decir que De la Sota queda convertido en un accionista subliminal del nuevo oficialismo. Macri también ganó en La Rioja, San Luis, La Pampa y Entre Ríos. Además de Santa Fe, donde revirtió la derrota de la primera vuelta. Por supuesto, se impuso también en la Capital Federal, Jujuy y Mendoza, gobernadas por Cambiemos.
Sin embargo, Macri no conquistó Buenos Aires, como algunos sondeos preveían. Y Scioli recuperó Lanús, una plaza capturada por Cambiemos en la primera vuelta. Un enigma principal: ¿adónde fue el voto de Massa? Sin duda no tuvo la inclinación casi automática hacia Macri del electorado cordobés de De la Sota. Esta tendencia guiará a Massa en su relación con el nuevo oficialismo bonaerense.
Estos alineamientos del electorado condicionarán la conducta opositora. Sobre todo en el Congreso. Habrá que observar esta semana las señales del Senado sobre este nuevo orden. La Presidenta pretende aprobar un paquete de leyes conflictivas durante las sesiones extraordinarias. Es posible que esa aspiración esté en la agenda que trate con Macri mañana. Cualquiera que sea el resultado de ese diálogo, el nuevo presidente deberá tener en cuenta que el peronismo no fue aplastado. Tendrá que seleccionar negociadores eficaces, ya que otra singularidad de su ascenso es que no contará con mayoría en Diputados. Corolario: al cabo de un largo ciclo de dese-quilibrio de poder, la gobernabilidad exigirá a la política recuperar la capacidad de diálogo.
La derrota sumergirá a los peronistas en un debate interno que guarda un aire de familia con el de 1983. Apenas se conocieron los resultados, anoche salió a luz un movimiento de autoconvocados que pidieron separar al partido del Frente para la Victoria. Durante un tiempo será difícil detectar en el PJ dónde está el poder. Pero ya comienzan algunos contactos reveladores. Juan Manuel Urtubey tendió un eje con el bonaerense Julián Domínguez, por ejemplo. Y Massa entró en conversaciones con sobrevivientes del oficialismo: de Martín Insaurralde a Diego Bossio.
La víctima principal de esta dinámica será la señora de Kirchner, quien -para utilizar un verbo que adoran los hijos de Perón- condujo al movimiento a la derrota. Muchos dirigentes buscan la razón de ese fracaso en el modo en que dirigió la interna oficialista, lo que incluye la selección del candidato y el armado de las listas. Es una forma de bloquear cualquier debate conceptual. Porque el cambio que se verificó ayer tuvo manifestaciones mucho más tempranas. El kirchnerismo soportó tres cacerolazos multitudinarios. Y perdió las elecciones bonaerenses dos años atrás. Pero no tuvo plasticidad para interpretar esas señales. La economía se siguió deteriorando. La corrupción se volvió cada día más evidente. Y el escándalo de la denuncia y la misteriosa muerte del fiscal Alberto Nisman terminaron de definir la imagen internacional de la administración. La respuesta a esa tragedia fue la exhibición obscena de una mafia ligada al espionaje que la misma Presidenta y su marido habían utilizado en su favor.
Para superar ese panorama, la señora de Kirchner protagonizó decenas de cadenas nacionales, recurrió a la propaganda mediática y postuló a Aníbal Fernández como gobernador.
El triunfo de Vidal y el éxito de Macri para revertir su derrota en la primera vuelta parecen sorprendentes. Como si se hubiera producido un giro impensable de la historia. Sin embargo, lo que debería haber llamado la atención es que, en semejantes condiciones, el oficialismo hubiera perdurado.