Si no estuviésemos en veda electoral les contaría que voy a votar a Daniel Scioli. Lo acabo de decidir, después de semanas de profundas cavilaciones. No fue fácil. Un día, en medio de ese mar de dudas, la llamé a Cristina y le dije: "Señora, OK, es nuestro candidato, es el que usted eligió, me cabe la obediencia debida..., pero qué quiere que le diga: tengo miedo de que este tipo nos traicione. Y no dentro de un año. ¡Mañana!" ¿Saben qué me contestó? "Yo lo elegí, no había más remedio, pero lo último que haría en mi vida es votarlo."
A ver, para que quede claro: conozco a Daniel desde hace años, me considero su amigo, he estado decenas de veces en Villa La Ñata (un verdadero recreo intelectual, porque se puede hablar de todo menos de cosas trascendentes); sé de su irreprochable amor a Karina y del irreprochable amor que le profesa Karina, y que siguen divorciados sólo porque él no ha encontrado el momento de poner en orden los papeles; no ignoro su compromiso con las causas populares; me consta que construyó una fortuna gracias al esfuerzo de miles de mañanas surcando aguas heladas en mares de medio mundo; admiro su lealtad a Menem, a Duhalde, a Rodríguez Saá, a Néstor, a Cristina y al que haga falta, y me asombra el papel que ha jugado la ideología en su ya larga trayectoria: ninguno. Además estoy convencido de que asumirá la presidencia no como aspiración personal, sino como sacrificio, como entrega. Es un caso admirable de renunciamiento: pudiendo vivir como un jeque árabe en La Ñata, se instalará en el desamparo de Olivos, un templo de austeridad después de haber sido la casa de Cristina.
En fin, quiero decir que no era la persona la que me suscitaba dudas, sino las circunstancias. Yo amo el populismo y le reconozco una fuerza electoral extraordinaria, pero seamos sinceros: sale carísimo. Como me dijo el otro día Vanoli, el presidente del Banco Central: "Para llegar a octubre sin incendio, en los últimos años nos tuvimos que patinar 40.000 millones de dólares en reservas". Me pregunto cómo va a reaccionar Daniel ante este cuadro. Cristina y Kicillof irían por otra caja, insistirían en los swapschinos, le pedirían una manito a Putin, explorarían un acercamiento con Corea del Norte (aprovechando el parecido físico de su líder, Kim Jong-un, con Máximo) o, de última, le pondrían un precio a la Antártida. La ortodoxia tiene una sola receta: el ajuste. La heterodoxia, un vademécum. ¿Y Daniel, qué haría? Nos dio una pista al decir que la Griega Batakis va a ser su ministra de Economía. Ya conocemos la solución griega: cacarear con la revolución socialista y el desconocimiento de la deuda, y después arrodillarse como un corderito ante el Fondo Monetario, hambreando al pueblo.
Ése era mi temor. Pensaba: si vamos al ajuste, que lo haga Macri, y después, descansados, volvemos nosotros. Por unos días, mi decisión fue votar a Mauricio, que además tuvo la valentía de haber encarado la campaña contando sus sueños y no sus propuestas. Jaime Durán Barba, su gurú, me explicó que "la propuesta es la persona". Mi problema es que de un tipo que se llama Jaimito siempre sospecho que no está hablando en serio. También pensé en votar a Massa, que no sé si sería el mejor presidente, pero sí es el que mejor laburó de candidato. Hasta que caí en la cuenta de que votarlo a él era votarlo a Scioli. Fueron horas de una gran angustia. Mi voto era espantosamente juliocletocobosiano: no positivo. Entonces se me ocurrió pedir el consejo de gente con años en política, de compañeros de tantas luchas, de tipos que me resultan confiables. Por ejemplo, Francisco de Narváez. Fíjense lo que me dijeron:
No me quise quedar en nuestro propio círculo rojo y llamé a Macri. ¿Por qué debería votarte, Mauricio? La respuesta fue un golpe bajo (y lo peor es que me encantó): "Porque me van a votar Campanella, Mirtha y Susana. Sólo faltás vos".
¿Y a vos, Sergio? "Porque prometo movilizar a las Fuerzas Armadas contra el narcotráfico, la inseguridad, la corrupción, la violencia de género, el hambre, la deserción escolar y el cepo."
Por supuesto, también hablé con Scioli. Me dijo: "Yo vengo a ser como los Pumas, me entendés. Tengo un gran equipo, confío en la victoria, lloro con el himno, resisto los golpes, me agrando ante las adversidades, no temo a los poderosos y la gente está conmigo. ¿Viste cómo se llama el conductor de los Pumas? Daniel. Muchas coincidencias, ¿no?"
Alto verso, sin duda. Pero lo dice bien. Por eso mañana le daré mi voto.
Y, con perdón, malditos sean los Kirchner, que en 12 años no supieron parir otro heredero.