Sin embargo, no bien se empieza a desmenuzar estas dos opciones en apariencia tan simples se multiplican sus ramificaciones. Aníbal Fernández y Julián Domínguez pasan a presidir, a partir de aquí, un laberinto de alternativas difíciles de rastrear. Al parecer, empero, estas dos alternativas son ideológicamente similares, lo cual dificulta aún más la tarea de distinguir entre ellas. En un mundo que deja al desnudo las ambiciones de poder, ya las ideologías no nos pueden ayudar. Quedamos entonces frente a los meros apetitos políticos, a la política en estado puro, ya sin el disfraz mentiroso de sus simulaciones.
Cuando Alejandro Magno yacía en su lecho de enfermo, se le preguntó a quién dejaba su imperio, a lo cual contestó "al más fuerte". Aníbal Fernández y Julián Domínguez podrían contestar lo mismo frente al dilema del poder, hoy, en la provincia de Buenos Aires. ¿Quién demostrará ser, en este sentido, el más fuerte en el distrito clave de la Argentina? El que se quede, finalmente, con el poder. Las preferencias ciudadanas debieran circular en este mismo sentido, para reforzar el orden político.
La vigencia de estas dos ambiciones contrapuestas y, en principio, mutuamente excluyentes se resolverá de un modo u otro, sin que pueda haber empate, ya que el empate queda excluido de la lucha por el poder. Lo mejor sería, sin duda, que alguien gane claramente para que no quede turbia la cuestión del mando. Que alguien gane, cuanto antes. Éste sería nuestro deseo, con un agregado: que su triunfo sea relativamente breve, para dejar su lugar a la alternancia.
La prioridad es que alguien mande cuanto antes. El cumplimiento de esta prioridad sería beneficioso para el orden republicano, para la salud de la democracia.
La incertidumbre es, en tal sentido, nuestro principal enemigo. En los sistemas de larga estabilidad, las reglas de la sucesión se establecen al fin con el paso del tiempo. En los sistemas fugaces hay, por lo contrario, un amplio lugar para la sorpresa. La imprevisión es, en tal sentido, el principal obstáculo de la estabilidad. La regla que debieran buscar los contendientes, por consiguiente, debería ser ésta: defínete rápidamente. La política argentina ha reemplazado esta regla por otra: "Quédate hasta cuando puedas". Una regla, eso sí, intentada hasta el hartazgo que al fin, por suerte, nunca pudo cumplirse: "Semidictaduras"; dictaduras no logradas. Por lo cual, además, nos felicitamos.
Nos hallamos en suma, después de este breve balance, cerca y lejos de la democracia. Cerca, porque la andamos rondando. Lejos, porque todavía nos falta. Que queremos llegar a la democracia, ya no hay dudas. Pero aún nos falta. Estamos, en cierta forma, a mitad de camino.
Ya nos empiezan a quedar cada día más lejos, por lo pronto, los golpes militares. Tampoco están a la vista las perturbaciones civiles equivalentes. Hemos recomenzado un largo camino en dirección de la madurez. Sólo cuando lo hayamos recorrido podremos decir con infinito alivio que seremos libres. ¿Libres de quiénes? De nosotros mismos.
Estamos pues a una altura del camino desde la cual es posible, al fin, entrever el final. No hemos llegado al fin, pero ya lo podemos vislumbrar. La nuestra será, finalmente, una democracia normal, como las que imperan en los países desarrollados. Una vez que hayamos logrado esta meta, lo demás vendrá por añadidura.
En el curso de la historia, los pueblos han atravesado grandes desafíos. En su etapa formativa, la Argentina también los ha tenido. Pero ahora que podemos entrever un final, también es cierto que nos falta un largo recorrido. Lo que viene no es sólo el final, sino apenas "un" final de los tantos finales que nos aguardan.
Somos parte, en suma, de una trayectoria. Compuesta por miles de personas y por cientos de años, la trayectoria argentina se desliza en el espacio y en el tiempo. Ha tenido ráfagas de luz y pozos de sombra, pero nunca se sintió vencida. Lo mejor, para ella, siempre estuvo por llegar.