Además de intentar convencer a la opinión pública de que no es el autor intelectual del triple crimen de General Rodríguez ni uno de los dueños del negocio de la efedrina, Aníbal Fernández tiene otro enorme problema: su altísima imagen negativa, consolidada mucho antes de la escandalosa acusación. O, para ponerlo en términos más claros todavía, su baja credibilidad, derivada de su manera de hacer política. Se lo dije en la cara durante la última entrevista que le hice por televisión. Su estilo, mezcla de payador y arrabalero, sólo le puede servir para lograr devoción entre los militantes kirchneristas más radicalizados, pero genera indignación y hasta un poco de tristeza en el resto de los argentinos que sueñan con un país un poquito mejor.
Fernández no parece tener límites. Para defenderse o atacar, es capaz de ensuciar a un muerto, como el fiscal Alberto Nisman; tratar de loca a su denunciante, Elisa Carrió, o aplicar un golpe bajo a Mirtha Legrand, diciendo que está demasiado grande como para prestarle la debida atención. Y como si todo eso fuera poco, muchas veces falta a la verdad. Sus fanáticos e incondicionales deliran con sus "anibaladas". Pero los argentinos con sentido común toman el control remoto y prefieren cambiar de canal.
El domingo pasado demostramos que había mentido al someter las respuestas que nos dio por televisión a la revisión que hace el equipo de chequeado.com. Resultó falsa su respuesta de que cada una de las 30 cadenas nacionales estaban justificadas porque la ley habla de "interés público" y la Presidenta tiene discrecionalidad para determinar qué asuntos son o no de importancia masiva. Volvió a mentir cuando negó que él no había afirmado que había más pobreza en Alemania que en la Argentina. Y usó un argumento discutible para sostener que Mauricio Macri podía ser acusado de malversar fondos por haber dejado que el juez Claudio Bonadio usara a la Policía Metropolitana para allanar la inmobiliaria de la familia Kirchner y el hotel Alto Calafate en la investigación por lavado de dinero.
El problema que tiene ahora el jefe de Gabinete es que su pasado y su imagen, de alguna forma, lo condenan. Y no hablo de condena judicial, porque en la Argentina llega muy tarde. O no llega nunca. Sí de condena social, la que hace que muchos dirigentes no puedan caminar por calle con la cabeza levantada. Así y todo, ¿puede ser considerado Fernández un asesino o un narcotraficante sin más? No. O mejor dicho: no hasta que la Justicia lo pruebe de manera fehaciente. ¿Fue la acusación contra Fernández una operación de su rival Julián Domínguez o de su compañero de fórmula, Fernando Espinoza? Muy cerca de Macri, creen que sí. Y lo creen porque unos días antes de la salida de PPT alguien llamó al jefe de gobierno porteño para avisar que Lanata mostraría un informe que perjudicaba al jefe de Gabinete. Y dicen, cerca de Macri, que la llamada vino de alguien que suele asesorar al gobernador de la provincia de Buenos Aires en materia de comunicación.
¿Fue Jorge Lanata parte de la campaña? Lanata hizo lo que tenía que hacer: una entrevista con alguien que estaba dispuesto a denunciar, públicamente, que Aníbal Fernández era el autor intelectual del triple crimen y que estaba detrás del negocio de la efedrina. ¿Son confiables las personas que salieron a ensuciar al jefe de Gabinete? A primera vista, no. Martín Lanatta está condenado a prisión perpetua como partícipe necesario del triple crimen. Su "acusación" no parece tener ningún valor probatorio. Y el ex comisario José Luis Salerno continúa procesado en la causa por la llamada mafia de los medicamentos. ¿Eso hace a sus denuncias necesariamente mentirosas? No, a priori. Otra vez: ahora un fiscal y un juez deben empezar a investigar y determinar si Aníbal es o no responsable de lo que se lo acusa. Las demás especulaciones podrían ser parte de la gran novela política que todavía no se escribió. Como figura estelar estaría Jorge Bergoglio, a quien se le adjudica una preferencia por Julián Domínguez nunca desmentida. Y un supuesto deseo de que Aníbal no llegue a la gobernación de la provincia que tampoco nadie confirma ni desmiente. Se repite en el "círculo rojo" que disgustaría a Bergoglio la postura del jefe de Gabinete a favor de la despenalización o descriminalización del consumo de drogas. Se sabe, por otra parte, que la Iglesia argentina, en general, y el Papa, en particular, están escandalizados por el aumento del consumo, venta y distribución de estupefacientes en el país. Y que rechazan con fuerza la poca energía que pone el Gobierno para combatir el narcotráfico.
Scioli, quien a veces parece más papista que el Papa, ¿no sabía que PPT iba a poner en el aire la acusación de Lanatta y Salerno el domingo pasado? Fuentes cercanas al jefe de Gabinete sostienen que sí lo sabía. Que ningún equipo periodístico es capaz de entrar o salir de una cárcel del sistema penitenciario de la provincia sin que se entere de inmediato, por ejemplo, el ministro de Justicia Ricardo Casal. ¿Pudo haber alentado el gobernador la publicación de la denuncia para limitar las chances de Fernández y potenciar las de Domínguez? Difícil, porque la furiosa interna entre las dos listas está afectando seriamente al gobierno nacional y también a la campaña electoral de Scioli, justo cuando el gobernador trabaja para convencer a los indecisos, los despolitizados y los asustadizos.
La gran pregunta ahora es cuál será el verdadero impacto electoral de la gravísima acusación, que derivó a su vez en otras graves denuncias de Elisa Carrió (dijo que entre los que recogen dinero de la droga está el jefe de la policía de la provincia, Hugo Matzkin; acusó a Scioli de recibir ese dinero en la mano una vez por semana; denunció que Cristina Fernández siempre estuvo al tanto de las supuestas actividades delictivas de su jefe de Gabinete y hasta metió en la misma bolsa a Guillermo Montenegro, ministro de Seguridad de Macri, por considerarlo amigo y protector de Aníbal). Una hipótesis lógica es la que explica el analista Sergio Berensztein, de acuerdo con experiencias anteriores: "La gente está saturada de tantas denuncias sin condena y las termina por naturalizar, como pasó después de la muerte del fiscal Nisman", explicó. Esa teoría es parienta directa de la que afirma que casi todos los votos de Aníbal corresponden a los incondicionales del Frente para la Victoria y que por lo tanto terminará ganando la interna frente a Domínguez con comodidad. Una tercera lectura dice que, a nivel nacional y también por saturación, muchos votantes medios se convencerán de que Scioli es más continuidad traumática que cambio gradual. Faltan muy pocas horas para terminar de confirmarlo.