Siempre se conjeturó sobre el peligro de que el pejotismo y los kirchneristas
terminaran de dirimir sus diferencias en un posible gobierno de Daniel Scioli.
La historia enseña que las peleas del peronismo en el poder anegan el Estado.
Nunca se previó, en cambio, que aquellas batallas empezaran encarnizadamente con
tanta antelación. Una denuncia periodística (en el programa PPT, de Jorge Lanata)
sobre tráfico de efedrina y el triple crimen del 2008, en el oeste del Gran
Buenos Aires, que impactó sobre Aníbal Fernández, transformó en un verdadero
infierno la interna del FPV por la gobernación del principal distrito electoral,
en la que el jefe de Gabinete competirá en las primarias del domingo contra
Julián Domínguez.
El fuego parece circular entre Aníbal Fernández y el titular de la Cámara de
Diputados y su compañero de fórmula, el intendente de La Matanza, Fernando
Espinoza. Pero sería un espejismo: las llamas se divisan también en La Plata;
algunas de sus lenguas, por los caprichos de la política, elevarían además la
temperatura en la proximidad de la Casa Rosada.
Aníbal Fernández embistió furioso contra Dominguez, a raíz de aquella
revelación periodística, porque de verdad no tenía otro camino sin detonar una
crisis terminal. Pero, ¿alguien supone que, en soledad, el jefe de los Diputados
pudo ser co-responsable de tal divulgación? Quizás Patricia Bullrich, la
diputada del PRO, haya brindado una pista o, simplemente, sembrado cizaña.
Señaló que debió existir alguna orden política para que el Servicio
Penitenciario Bonaerense permitiera el ingreso del periodista a la celda de
Martín Lanatta, el hombre condenado a prisión perpetua por el triple crimen que
involucró al jefe de Gabinete. Bullrich fue secretaria de Asuntos Penitenciarios
entre diciembre de 1999 y octubre del 2000, en la administración trunca de
Fernando de la Rúa.
Aníbal Fernández jamás podría dejar traslucir sus sospechas por lo ocurrido
contra Scioli o contra alguna línea política intermedia del gobernador. Pero se
filtraron indicios de la guerra sorda. El jefe de Gabinete resaltó el respaldo
ante la desventura de la única persona que, según él, le importa: la Presidenta.
Ese respaldo se lo habría hecho sólo en secreto. El grueso del oficialismo se
tomó casi todo el lunes antes de manifestarle adhesión. El gobernador bonaerense
envió de mensajera solidaria a su mujer, Karina Rabolini. Decidió afrontar el
difícil pleito a su estilo: se apartó de los cierres de campaña de los dos
candidatos del FPV.
Aquellos enojos de Aníbal Fernández contra Scioli tendrían también el sello
de cierta arbitrariedad. Es verdad que el mandatario prefiere ralearlo de su
lado para las generales de octubre. Se siente mas a gusto con los buenos modales
de Domínguez. ¿Pero acaso el gobernador saldría indemne de un escándalo que
mezcla droga y crimen?. ¿Qué hará si Aníbal Fernández se impone al final en la
interna?
Scioli podría empezar a reprocharle –aunque no lo hará-- este ingrato
presente a Cristina Fernández. ¿Por qué razón? La Presidenta mantuvo siempre un
vínculo turbulento con el ahora jefe de Gabinete. Lo quiso echar cuando llegó en
el 2007. Lo envió al Senado en el 2011. Pero terminó empinándolo en el poder y
en la lucha por Buenos Aires cuando su única maquinaria política, La Cámpora, se
descubrió ineficiente para las lides importantes. Aníbal Fernández se hizo casi
propietario de la obsecuencia.
Las dudas presidenciales habían nacido cuando Néstor Kirchner le narraba las
peleas entre el ex intendente de Quilmes y el titular del SEDRONAR (Secretaría
de Lucha contra la Drogadicción y el Narcotráfico) José Ramón Granero, íntimo
amigo de ellos. La disputa era por el control del Registro Nacional de Armas (Renar)
y de los Precursores Químicos. El entonces ministro del Interior pretendía ambas
cosas. El ex presidente le concedió sólo el RENAR que mantuvo hasta el 2011,
cuando un hombre suyo fue desplazado por La Cámpora. En ese largo tiempo le sacó
jugo. Granero está procesado en una causa por el tráfico de efedrina, un
precursor químico que sirve para la elaboración de medicamentos pero también de
estupefacientes. Vayan dos datos ilustrativos. En la Argentina se utilizan 10
mil kilos anuales de efedrina en la industria farmacéutica. Sólo entre el 2007 y
el 2008 ingresaron al mercado 53.000 kilos. Un festín para los narcotraficantes.
Este escándalo de la droga y la política ha venido a irrumpir para el
kirchnerismo en el momento menos oportuno. En vísperas de las primarias en las
cuales jugará su continuidad en el poder con la máscara sciolista. Pero habrá
que convenir que el parentesco de la política K con el dinero sucio y las drogas
viene de lejos. Dinero sucio trajo al país (U$S 800 mil) el venezolano Guido
Antonini Wilson en la célebre valija incautada. Esa causa está por prescribir en
la Justicia. Representantes del negocio de la efedrina fueron también aportantes
a la campaña del 2007 de Cristina. Uno de ellos Sebastián Forza, víctima en el
triple crimen.
El kirchnerismo fue, por otro lado, además llamativamente permeable a esos
problemas que, casi sin excepciones, tuvieron correspondencia en la política.
Algunos episodios que se sucedieron temprano (la valija diplomática con 60 kgs
de cocaína en Barajas; el caso Southern Winds, la mafia de los medicamentos, etc)
parecieron ocultar el fondo de toda la cuestión. El Gobierno no sólo no previno
la llegada en tropel al país del narcotráfico: pareció tomar medidas que, en
realidad, favorecieron ese acceso. Desde el descuido fronterizo hasta un
inexplicable blanqueo de capitales para atraer fondos en un país que, por
variadas razones económicas y políticas, casi carece de inversiones genuinas.
La gravedad de la situación, al parecer, tampoco alcanzaría ser mensurada
adecuadamente ahora mismo por la dirigencia opositora. Por aquella que, incluso,
pretende destronar al kirchnerismo. Se viene sosteniendo casi como espectadora
de una denuncia con una espesura política e institucional desconocida en los
años de la democracia recuperada. En la cual el protagonista principal es el
jefe de Gabinete y postulante a gobernar el territorio mas denso y misterioso
del país.
Tampoco sería justo medir a todos con la misma vara. Felipe Solá, el ex
gobernador y candidato del Frente Renovador, fue el primero que se animó a
plantear de modo frontal en la campaña bonaerense el debate sobre el consumo de
drogas y narcotráfico. Supo apremiar a Aníbal Fernández por su propuesta sobre
la despenalización del consumo de drogas. Lo responsabilizó de no saber nada
sobre la gravedad del tema en la provincia.
Aquella denuncia periodística de Lanata conoció ayer otra derivación acorde
con la textura del conflicto. El frente del edificio donde vive el periodista
resultó apedreado y regado con casquillos de bala 38mm. Una respuesta calcada a
la que se podría leer en cualquier periódico de México, cada vez que alguna
andanza de los narcos se pone bajo la luz pública.
Nadie conoce todavía como podrá evolucionar el escándalo. No habría
garantías, en ese aspecto, en un país que parece haber olvidado definitivamente
que hace apenas seis meses se suicidó o mataron a un fiscal, Alberto Nisman, que
investigaba por presunto encubrimiento terrorista a Cristina.
Lo que si asoma cierto sería que la cuestión del narcotráfico y la corrupción se habrían plantado en la realidad y en la campaña, al menos, hasta que las elecciones generales concluyan. Y que la revelación en torno a Aníbal Fernández no sería, tal vez, la última.